15°SAN LUIS - Jueves 02 de Mayo de 2024

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Jorge Alemán: breviario del irradicable

El psicoanalista y escritor que vive entre Argentina y España asegura que sus raíces nunca dejaron el país que lo obligó a exiliarse en la dictadura. Sin embargo, lo inunda un extrañamiento conocido.

Por Astrid Moreno
| 28 de agosto de 2023

En total discrepancia con los positivistas que creen que cambiar el lenguaje es sinónimo de modificar la realidad y alejado de los negacionistas que eligen la huida como único camino para no ver una verdad, o sociedad, que los incomoda; de lo único que está seguro Jorge Alemán es de que los seres humanos consumen mucho material de autoayuda porque ya se han olvidado de cómo vivir, algo que ningún algoritmo, ni ChatGPT, podría ayudarlos a recordar.

 

El psicoanalista, quien vive hace más de 20 años entre Argentina y España, país al que tuvo que exiliarse en la dictadura, considera a la política como parte inseparable de su oficio pero como algo que, a su vez, le genera extrañeza en el panorama actual del país.

 

 

―Publicó una columna, "El extrañamiento". ¿Le genera una extrañeza Argentina como país, la sociedad o la política?

 

―Ahí traté de expresar en palabras algo que compartía con muchos amigos y amigas, y es que la aparición de Milei les generó un término que utiliza Freud, "lo siniestro", yo puse extrañamiento en ese texto, y que es cuando algo que es muy familiar y muy conocido se vuelve muy extraño. Entonces, esta aparición de Milei está montada en un ejercicio de cancelación de todo lo anterior, ya que no reconoce ni las historias políticas anteriores, ni todo lo que se hizo en materia de memoria y verdad histórica, ni lo que sucedió con los Derechos Humanos, ni las realidades políticas constitutivas de la experiencia popular. Entonces, ese término era un modo de dar cuenta de la extrañeza que eso producía. De cómo, de golpe, lo conocido se había vuelto muy extraño. Teniendo en cuenta que además de eso en el año 76 experimenté algo parecido, con la dictadura, quise volver a ese concepto.

 

 

―¿Qué vínculo tienen la política y el psicoanálisis?

 

―Son dos cuestiones inseparables. Ahora más que nunca, porque el fenómeno de la ultraderecha mundial no se puede solo pensar en términos de las ideologías clásicas como presión de una clase o como representación de determinados intereses. De hecho, los votan personas muy ajenas a los intereses que ellos luego van a representar. Incluso van a quedar destruidas por lo que ellos dicen que van a realizar. Así que este nuevo tipo de adhesiones que hay exigen, de algún modo, una estructura más fina. Por ejemplo, la ideología de las identificaciones y decir por qué la gente vota, no contra sus intereses, como suelen decir, porque vota por sus intereses, pero por qué sus intereses pueden poner en riesgo incluso su propia supervivencia, eso exige, me parece, una lectura más detenida e incluso me parece pertinente.

 

 

―Aristóteles decía que el humano es un animal político. ¿Recuerda cuál fue su primer contacto explícito con la política?

 

―De niño descubrí una cajita en mi casa con los escudos de Perón. Después viví un bombardeo, me vi asustado, era chico y recuerdo que habíamos bajado todos al sótano. Y luego, ya posteriormente, por razones muy personales de injusticia, me interpeló mucho la política. Me he identificado con el excluido, con el rechazado, así que siempre he estado con la izquierda y con los sectores del peronismo.

 

 

―¿Qué opina del tan difundido discurso del odio?

 

―En cierto modo existe. No se puede negar que el giro de las derechas contemporáneas traza una frontera y decide a quién odiar con mucha determinación y con un gran apego apasionado a ese odio. Por ejemplo, la derecha española odia el catalanismo y a los catalanes, y la derecha Argentina odia al kirchnerismo y a lo que se aproxime a eso, como antes fue el peronismo. Ese odio cumple una función y es peligrosísimo, porque se puede traducir del siguiente modo: “No me importa si esto sale bien, soy capaz de destruirme a mí mismo con tal de destruirte”.

 

 

―Argentina está cumpliendo 40 años de democracia. ¿Qué rol ocuparon la pandemia y la pospandemia?

 

―Creo que en la pandemia se cruzó una línea en la que surgió ese mundo terraplanista y negacionista, que la ultraderecha asimiló bastante. Porque la pandemia para muchísimos sectores de la población mundial fue vivida como una imposición, como si la cuarentena fuera una regla arbitraria que tomaba el Estado o incluso las vacunas. No es casual que después de la pandemia es cuando se intensificaron a escala mundial los movimientos de ultraderecha.

 

 

―Los seres humanos tienen una mirada dualista del mundo. ¿Se está condenado a eso?

 

―La verdad es que no puedo imaginar la sociedad sin eso. Cuando uno estudia las historias de distintas épocas de la humanidad, desde el momento en que las tribus de los primeros hombres recolectores que empezaron a tener excedentes, es decir que no es que consumían lo que reunían sino que ya les sobraba un poco, iniciaron los antagonismos. Después se tradujeron políticamente, pero es difícil imaginar una sociedad armónica. Lo que se podría, en todo caso, pensar es una en donde los antagonismos no estén regidos por el odio.

 

 

―Tu último libro, “Breviario político de psicoanálisis”, es una suerte de diccionario de la militancia lacaniana. ¿Cómo se puede vincular con la realidad actual?

 

―No sé qué harán los lacanianos, yo trato de arrimar mi causa a los proyectos que a mí me parece que vale la pena sostener. Pienso que Argentina, en particular, tiene una grandísima tradición psicoanalítica. También la tiene el lacanismo y creo que sería oportuno que esta vez pudieran comprometerse a frenar el ascenso del neofacismo.

 

 

―¿Cómo entra el amor en tus escritos? Concepto que está muy vinculado a lo que denominaste “mecanismos de rendimiento”.

 

―La única manera de salir de estos imperativos de rendimiento es que exista algo de nuestra región, ni por la utilidad, ni por el cálculo, ni por la evaluación. Y entre las experiencias que los seres humanos tienen, que deberían en principio no estar sometidas a cálculo o evaluación y que deben estar abiertas a lo imprevisible y a lo contingente, siendo la experiencia mugrosa es la más importante.

 

 

―¿Esta sociedad de rendimiento invade el espacio del amor con herramientas como, por ejemplo, las aplicaciones de citas?

 

―Sí, lo invade, pero siempre hay que pensar en lo que no invade. Siempre hay que pensar en lo no apropiable para el capitalismo.

 

 

―¿Todavía hay puntos de fuga?

 

―Sí, por supuesto que los hay. Si no, somos nada más que piezas de un sistema que manejan en otro lado.

 

 

Si se está entregado en cuerpo y alma a las redes sociales se pasa a ser una pieza más del algoritmo

 

―¿Qué opina de las redes sociales, el body positive y los psicólogos que dan consejos a la red y no a personas tangibles?

 

―Que es otro desastre más de los que hay que aprender a tomar distancia. No se puede volver para atrás. Eso es absurdo. Eso no se va a interrumpir, pero hay que encontrar la manera de evitarlo y decir que sí y que no a la vez a las redes sociales. Cada uno tiene que inventar su “sí” y su “no”. Ahora, si uno está entregado en cuerpo y alma a las mismas, ahí pasa a ser una pieza más del algoritmo.

 

 

―Los libros de autoayuda están entre los más consumidos en Argentina. ¿A qué cree que se debe esto?

 

―Sucede en el mundo entero, uno entra a una librería y ya hay que preguntar qué parte no es de autoayuda, porque ya nadie sabe cómo vivir. Entonces hay miles de libros acerca de cómo dormir a un bebé, cómo ser un padre, cómo cambiar pañales, cómo cocinar salchichas. No hay confín de la realidad que no esté moldeado por la autoayuda. Estaba antes de la pandemia y la pandemia ya lo ha hecho, como con tantos otros fenómenos, crecer de manera exponencial.

 

 

―¿Cuál es su opinión del lenguaje inclusivo? Teniendo en cuenta que, según el colectivo feminista, es un acto político, mientras que para los más catedráticos es una deformación del lenguaje que debe evitarse…

 

―No comparto la visión de los catedráticos. El lenguaje está hecho para que se deforme. Por lo que converso con todas las amigas y amigos feministas en un debate del cual me siento parte e incluido, y es que yo creo que modificar el lenguaje no necesariamente transforma las cosas. Es una filosofía muy positivista la idea de creer que porque yo nombro algo de otra manera eso ya empieza a ser distinto. Digamos que soy anti antilenguaje inclusivo, no me gustan los que rechazan el lenguaje inclusivo, porque lo hacen de manera reaccionaria.

 

 

―Muchos escritores salieron a manifestarse en contra de la Inteligencia Artificial (IA). ¿Cuál es su mirada de esta nueva rama de la tecnología?

 

―Bueno, está muy bien. A los que les guste escribir con la IA, lo harán. Ahora, pongamos un límite en cuanto a lo que puede ser su orden de transformación de la realidad: no va a hacer que dejen de existir los pobres, ni que se frene el cambio climático, ni va a destruir la naturaleza o hacer que el amor pueda llegar a las vidas de las personas a través de los algoritmos. Es decir, sí, va a ser otro impacto tecnológico más, pero también reconozcamos que hay un montón de cosas que no van a poder suceder a través de ella.

 

 

―¿Cuál es su sentimiento para con Argentina y la decisión de radicarse en España?

 

―La sensación que tengo con respecto a este momento en concreto es de muchísimo dolor y de angustia por lo que puede pasar. La cuestión es que yo vivo entre Argentina y España, y el motivo por el que lo hago es porque cuando vino la democracia yo ya había tenido hijos con una mujer española y mi decisión fue no separarme más de ellos. Así que he tratado de construir una vida en donde estén los dos lugares. No me he radicado en España, además, porque etimológicamente viene de raíz y mi raíz está en Argentina.

 

 

―¿Cómo es el rol del inmigrante? Algo que se escurre también en algunos poemas de “La hora del rechazo”.

 

―El inmigrante tiene que aprovechar su mirada: él puede observar las cosas desde otro lugar. Yo vivo en un barrio de inmigrantes en España, hablo con ellos; muchos ahora apoyan a la ultraderecha, también hay que decirlo. Pero no es el caso de mis amigos. A mí me interesa siempre lo que sucede en mi país, porque así lo he hecho y por eso conservo la mirada del extranjero.

 

 

Uno entra a una librería y ya hay que preguntar qué parte no es de autoayuda, porque ya nadie sabe cómo vivir

 

 

―Muchos jóvenes en Argentina ven como único futuro irse del país…

 

―Están confundidos. Entiendo sus razones por la situación siempre gravísima del país, pero me parece que no saben bien lo que después ocurre con la vida a medida que pasa el tiempo y uno está fuera de Argentina. Muchos se cruzan con una pared al irse, piensan que en otros lugares la cosa está mejor y que se está genial. Primero que no es así y segundo, en cuanto se es extranjero las cosas se ponen infinitamente peores. Si uno no tiene muchos recursos, la vida pasa a volverse cada vez más difícil.

 

 

―¿Tiene algún proyecto en puerta?

 

―Hay un libro que se agotó, escrito hace muchos años, y lo estoy reformulando para que vuelva a salir, y que es “Soledad común”.

 

 

―¿Cómo es su relación con sus textos más viejos?

 

―Me contó la editorial que se había agotado y si lo quería reeditar. Fue así que he advertido que es muy difícil saber cómo es el desarrollo de un pensamiento y que, por lo general, no tiene una cronología muy precisa. De golpe uno cree que lo último que escribió es lo que está más actualizado y a veces hay cosas que tienen mucho que ver con la actualidad, pero que se han escrito muchos años atrás.

 

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