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La dulce venganza de un trauma oculto

Cocaína, abuso sexual y recuerdos, en una tragicomedia tan incómoda como esquizofrénica.

Por redacción
| 15 de agosto de 2022
Saludo y despedida. Los tres actores y el perro de cuidado en el final de una obra con muchas sensaciones. Foto: Inés Cobarrubia.

Tras la muerte de su padre, dos hermanos, Damián (Esteban Pérez) y Charly (Mariano Bertolini), regresan a la casa de su infancia para acomodar sus cosas y repartir su herencia. En completo estado de ebriedad, comienzan a hurgar entre las cajas apiladas, cuando aparece el casero de la propiedad, “Tato” (Juan Gil Navarro), un joven tartamudo y con un visible trastorno del desarrollo intelectual, quien vive en el lugar desde pequeño.

 

En esa dinámica de tres, casi como un juego de actores que se conocen hace mucho y por momentos con algo de improvisación, los personajes rememoran a los dueños de la casa y a su perro “Tito”, al que recuerdan con más cariño que a nadie. Con ese argumento, que irá tomando otros revuelos en el correr de la obra, "Cuidado con los perros" se presentó el fin de semana en el auditorio “Mauricio López” de San Luis, ante un buen marco de público que siguió la historia con atención.

 

En la continuidad de la pieza, los hermanos se encuentran inmersos en las añoranzas de su padre cuando comienza a aparecer una historia de violencia hacia su madre, a quien adoran, y hacia ellos mismos. Entre las cajas aparece una bolsa con cocaína que Damián y Charly deciden tomar e impulsar a “Tato” a ser parte de ese ritual que lo llevará a un nivel extremo de extroversión.

 

La foto de la abuela Mirta, a quien los hermanos no querían, oficia de plato para servir el polvo y entrar en una espiral de euforia y llanto de la que salen a relucir los abusos y la falta de amor, la figura estricta de un padre que simulaba una cosa ante la sociedad y era otra muy distinta puertas adentro.

 

En ese ida y vuelta de recuerdos, “Tato” comienza a ver una figura canina que le pide que mate. Damián sale de escena para revisar la casa y ver qué era lo que el casero había visto y en ese momento Charly intenta abusar de él; ahí aflora en la memoria del joven el recuerdo más recóndito que desencadena en la tragedia. En un efecto visual efectivo, ese es el momento en el que el escenario se pone de rojo sangre y nadie puede detener la venganza del joven tartamudo y del perro maligno que solo “Tato” ve.

 

La sinergia entre los artistas es por demás notable, por momentos llevan la acción al juego que solo quienes se conocen en profundidad pueden lograr. Y el guion es tan oscuro como real.

 

Si bien la obra tiene tintes que podrían ser cómicos, habla de un abuso sexual sostenido hacia la figura de “Tato” por parte del difunto y de los hermanos. Esos abusos causaron un trauma en el joven, quien a su vez los ejerció con otra mujer. Lo extraño no estaba dentro de la obra, que fue clara en su mensaje, sino fuera, entre el público, donde las risas desmedidas hacia situaciones espantosas dejaron ver que quizás hay más perversos en el mundo de lo que se cree.

 

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