SAN LUIS - Domingo 19 de Mayo de 2024

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Walter Ramón Melian y su trabajo de mucha altura

Es técnico en Telecomunicaciones y ha instalado antenas en más de 30 radios. Es "antenista" o "torrista" por hobby. Cuenta cómo es su oficio de riesgo.

Por Johnny Díaz
| 06 de junio de 2021
"Al miedo no hay que temerle, hay que tenerle mucho respeto, si no, no hay que subir a una torre", dice Walter Melian. Foto: Nicolás Varvara/Gentileza.

Walter Ramón Melian hace más de 30 años que es instalador de torres y antenas de radio. Comenzó en 1989 como un hobby y hoy es una de sus actividades laborales, la otra es la de técnico en Telecomunicaciones.

 

Su primer trabajo fue en FM Universidad, donde estuvo más de 16 años hasta que en 2006 se sumó a radio Dimensión y Cadena 3. Hoy, en forma independiente, es uno de los pocos "antenistas" o "torristas" de San Luis. Hay otro en La Toma, el "Poncho"; otro en Villa Mercedes a quien todos llaman el "Viejo Molina", quien está casi retirado, pero sus hijos siguen con la profesión. Además, están los antenistas de la ULP, por supuesto.

 

Melian calcula que en la provincia debe haber más de 60 emisoras, de las cuales muchas no están funcionando y asegura que él ha colocado equipos en unas treinta, lo que lo convierte en alguien de mucha experiencia y responsabilidad en una tarea especializada.

 

A los 57 años se ha transformado en un experto en el ambiente radial. Sus trabajos son ampliamente reconocidos y se ha ganado un buen lugar en un oficio que implica un riesgo permanente.

 

Dice que ha reparado y colocado antenas en pésimas condiciones climáticas: grandes nevadas, torrenciales lluvias, granizo o con fuertes vientos.

 

"Antes, lo más común de reparar en una antena eran las balizas de señal. El frío y el calor eran sus enemigos y se rompían con facilidad. Hoy son lámparas led y tienen otro tipo de resistencia. Dos se colocan en la punta, otra en la mitad de la torre o tres cuando esta tiene más de 30 metros de altura", explica.

 

"Todas tienen que poseer dos balizas y por una norma de lo que era el Comfer (hoy Enacom), deben estar orientadas de norte a sur, una lámpara en el este y la otra al oeste. Esa posición no es antojadiza, sirve para que cuando un avión entra en emergencia se oriente y pueda definir su posición. Hoy las balizas están especialmente fabricadas para estar a la intemperie, pero una descarga eléctrica o un rayo las puede destruir", dice.

 

Cuando trabajaba en Dimensión y Cadena 3 era el encargado de montar y reparar los equipos. Contó como ejemplo que la antena de más de 75 metros que la FM tiene en el edificio de San Martín y 9 de Julio posee "un transporte de programa", o sea un enlace donde la antena puede estar en otro lugar. Por eso se eligen edificios, montañas, cerros, lugares de altura.

 

"En cambio, la antena de la AM en la ruta 3 tiene una especie de brazos, denominados 'sombrero capacitivo', es decir, varios caños de aluminio que hacen que la torre no sea tan alta. Posee cuatro brazos donde bajan cuatro cables de cobre en forma de cruz, hasta el piso. Su destino es un inmenso anillo de cobre y eso conecta con el transmisor. También las antenas de Radio Nacional y de LV15 de Villa Mercedes son torres muy altas que obligan a tener un especial cuidado", explica el hombre.

 

Una vez, cuando Melian reparaba una de las antenas de Canal 13 en el cerro Tomolasta, el viento lo asustó. "Era casi imposible trabajar en altura, soplaba a unos 120 kilómetros por hora, no dejaba hacer ni un movimiento, menos caminar, estaba como petrificado, me aplastó contra una casilla. Hubo que esperar horas para subir. Su experiencia le enseñó que "cuando en la base hay una brisa, arriba es un viento fuerte, su potencia se multiplica por diez. Y si es un ventarrón, arriba es intratable, así de peligroso. Hay un secreto: hay que subir de espaldas al viento, es la única forma", aconseja.

 

Cómo se arma una torre en la altura es la pregunta obligada para Melian: "Se van colocando por tramos, de 6 metros cada uno. Son atados a una simple estructura denominada 'pluma', que es un caño grueso, con una roldana en la punta y uñas en la otra. El tramo se sujeta con riendas, se arma una especie de mecano y se va subiendo. No es complicado, el mismo método se usa para bajarla. Las antenas son otra cosa, se desprenden, se atan al cinturón de seguridad y listo".

 

Cuenta que una vez en Dimensión no salían al aire porque el hielo o un desperfecto había dañado la repetidora. "Nos fuimos hasta La Cumbre en el histórico Falcon negro de Huguito Quiroga. Allá, la situación no era fácil, nevaba y el frío era intenso. Yo fui subiendo y Hugo me gritaba de abajo: '¡Vos, estás loco, vos, estás reloco!'. Finalmente lo arreglé y Hugo me decía: 'No puedo creer lo que acabo de ver..., no lo puedo creer'".

 

Walter sabe y tiene muy en claro que es un trabajo totalmente riesgoso, que una mínima distracción le puede costar la vida. Lo asume totalmente, pero es su pasión. "Hay que subir con todas las medidas de seguridad, borcegos, guantes y cinturón de seguridad con ganchos", admite.

 

"Hay que acostumbrarse para que el cuerpo y la mente estén en armonía. Yo diría que esto debe pasar en todo orden de la vida, fundamentalmente en aquellos trabajos como el mío o en los deportes extremos. No escuchar a quienes gritan de abajo, no mirar a los costados y, sobre todo, no mirar hacia arriba porque de esa forma se da vuelta el mundo, unas milésimas de segundo de distracción te pueden enviar al vacío", dice.

 

 

 

Y agrega: "Arriba todo es difícil, no podés girar tu cuerpo y la incomodidad es notoria. Aparte de los elementos de seguridad, hay que llevar la mochila con las herramientas. Cualquier movimiento en falso o extremo puede sacar del eje a la antena o cortarse una rienda y precipitarte. Este trabajo no es 'joda', es muy en serio y peligroso. Muchos accidentes se producen por fallas humanas, otros porque las estructuras están defectuosas por la acción del tiempo y llenas de óxido que hacen imposible bajarlas. Muchas veces conviene colocar una nueva".

 

Recuerda que una vez fue contratado para bajar una torre en La Ribera de Villa Mercedes. "Era ancha y pesada, apenas subí unos doce metros me di cuenta que se podía venir abajo, estaba podrida por la acción del tiempo. Lamenté la situación por los vecinos, pero finalmente vinieron los bomberos para bajarla. Son viejas estructuras con 40 o 50 años de servicio y no dan más"

 

Melián entiende que solo Telefónica cambia sus antenas por razones de seguridad. En el ámbito privado no es así, muchos colocan riendas de alambre San Martín, al que llaman 'chanchero' por su durabilidad, pero tienen que ser riendas de acero de 7 hilos trenzados. Las de alambre se colocan por tramos, pero las de acero no. "Se producen varios fenómenos, los alambres se trizan o cortan como si fueran simples hilos, en verano sufren el calor y en el invierno el frío. Muchas veces el hielo acumulado en su estructura hace que se vengan abajo. Son efectos de la naturaleza, imprevisibles e inexplicables", dice el antenista.

 

Walter cuenta una anécdota que puso en vilo su vida: "No tengo miedo de subirme a ninguna antena, pero una vez —a la siesta— estaba reparando la antena de una FM en San Luis mientras que abajo, con un pequeño tractor, cortaban el césped. La guadaña cortó la rienda y la antena se estremeció toda. Quedé petrificado, alcancé a gritar y detuvieron la marcha. Me pegué uno de los más grandes 'julepes' de mi vida. Sentí un tirón y me bajé hasta que se me pasó. Cuando me recuperé, volví a subir. Fue una desgracia con suerte, mi compañero no se dio cuenta y casi termina en una tragedia. Siempre digo que al miedo hay que tenerle respeto", cuenta con pasión.

 

"Lo máximo que estuve arriba fueron siete horas. Fue en una repetidora que tenía tres juegos de antenas y había que cambiarlos. Subí a la siesta y bajé a la noche. Fue tremendo. Nunca más lo hice", recuerda.

 

En la repetidora de Canal 13 en La Cumbre, a más de 60 metros de altura, se hizo la noche y Melian subió pensando que las luces de la autopista le servirían de guía, pero no fue así. Cuando cayó el sol, quedó totalmente oscuro: "Se pierde la noción de todo y es de temer, fue una gran experiencia y me sirvió para no subir nunca más cuando se hace de noche", admite.

 

 

Hace más de treinta años que hago este trabajo. Hoy, a los cincuenta y siete, está llegando la hora de hacer un paso al costado

 

"En otra oportunidad, en las repetidoras de El Amago, nos encontramos con pichones de cóndores que parados miden 1,20 metro o más. Estábamos trabajando cuando aparecieron atrás nuestro, me quedé helado. No nos hicieron nada, pero el susto fue mayúsculo. Otra vez me contrataron de la comunidad boliviana para armar una antena de unos 30 metros en Villa Mercedes. Estaba casi todo listo, faltaba subir el cable coaxial. En ese momento se ofreció un señor que decía estar acostumbrado a trabajar en altura, en los andamios. El hombre subió unos 15 metros y se quedó ahí, sin moverse, le grité si estaba bien y contestó que sí, pero al rato vi que seguía en el mismo lugar. Opté por bajar, amarrarlo a la torre con mi cinturón, al tiempo que subía a auxiliarlo. Una vez abajo dijo no sentirse bien y que la altura lo había mareado", recuerda Walter como anécdota.

 

"Yo tengo miedo de caminar sobre una medianera, pero jamás de subirme a una antena, son distintos tipos de fobia. María del Carmen, mi señora, y mi hijos, Gilda Jesús y Damián Walter, me dicen que estoy loco, que me dedique a la técnica, 'cuidate', 'mirá bien', 'si no, no subas', son frases que siempre me dicen", recuerda divertido.

 

Y aclara que tiene un seguro de vida y quienes lo contratan deben tener uno hacia él, porque si no es imposible subir a una torre.

 

"Este trabajo es compatible con la electrónica y he dedicado mi vida a estas profesiones. Lo hago porque me gusta sentir la adrenalina, pero ya vengo bajando cambios y escuchando a mi familia. Algún día el cuerpo me pasará factura y lo tengo asumido, cumpliré un ciclo. Tengo más de 35 años de trabajar en los medios de difusión. Hoy a mi edad pienso que estoy escalando las últimas torres, aunque ahora hay más seguridad, antes subía hasta siete veces por día, ahora como máximo dos, el físico ya no es el mismo, los años pesan y mucho", sintetiza Melian.

 

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