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Crían ganado, cultivan maíz y conservan las tradiciones

La familia Dubini se dedica a la producción de maíz y al cuidado de ganado, profundizan en la etapa de recría. Marcos, el más chico, organizó una yerra a la que asistieron sus amigos.

Por María José Rodríguez
| 02 de abril de 2023
A la yerra. Lazos que vuelan, destreza y seguridad, todo listo para capar a los toritos. Fotos: Nicolás Varvara.

La ruta provincial 10, que va directo a La Punilla, ofrece durante los primeros días del otoño paisajes con “mil distintos tonos de verde” que abrazan al cerro El Morro. Quinientos metros antes de la entrada al pueblo, está el establecimiento La Pichona Chica que no se queda atrás, porque justo donde termina una gigantesca alfombra de pasto y maíz, se vislumbran imponentes los molinos de viento del Parque Eólico Achiras. Justo ahí viven Oscar Antonio Dubini y Elsa Isabel Matea. Tuvieron cinco hijos, Marcos, es el más chico y actualmente se dedica a ofrecer servicios de maquinaria agrícola, también cría vacas y pasa gran parte de sus días en el campo. 

 

“Junto a mis padres nos dedicamos a la agricultura y al cuidado de hacienda, producimos animales en la etapa de recría. Mi fuerte es la agricultura, pero por ahora me estoy dedicando a ser contratista rural”, cuenta el productor de 34 años, que hace unas semanas fue noticia en todo el país, tras llegar a su casamiento por iglesia, en una sembradora (ver recuadro de la página 7).

 

 

 

 

Era sábado y la agenda marcaba que en La Pichona Chica iba a haber yerra, siempre y cuando el clima, la familia y los amigos acompañaran. Puntuales a las 7 todos llegaron al establecimiento para formar parte de un ritual que con el tiempo ha perdido vigencia. 

 

“Esta actividad fue organizada porque nos gusta, es una costumbre ancestral, nos apasiona. Tenemos un hermoso grupo de gente que nos acompaña. Esta reunión para todos simboliza la juntada, un momento para compartir lo bueno de la vida del campo”, afirma Dubini.

 

Gritos, sustos, animales que corren y lazos que vuelan. Así era el panorama cuando la revista El Campo llegó a La Pichona Chica. Las mujeres y los chicos saboreaban empanadas y a unos metros de la tranquera, había un asador que cocinaba el almuerzo.

 

“Vivimos cada yerra con mucha intensidad, es algo que llevamos en la sangre. Esperamos esto con ansias, no es algo que se hace muy seguido. Nosotros tenemos cuatro por año, como mucho. En lo que va de 2023 ya llevamos dos. Me gusta mucho, me apasiona, no solamente por el trabajo con los animales, si no porque también se suman los amigos, carneamos un animal y compartimos”, explica el productor que llevaba una boina verde para esconderse del sol.

 

Dubini asegura que convocar ayuda solamente implica marcar el teléfono, o avisar en un grupo de whatsapp, “ninguno dice que no. Suelen ser las 8 de la noche y todos siguen acá. Jugamos al fútbol, a las bochas. Algunos prefieren la taba. Más allá de que me gustan los fierros, y soy contratista, me gusta el campo, nací acá y crecí en el campo. Amo los animales, tratarlos, vacunarlos y cuidarlos. Esta actividad viene de mi abuelo paterno, él tenía una cabaña de toros hace muchos años, mi tío también. Considero que esto se hereda”, asegura.

 

Oscar, el papá de Marcos, es simple, tranquilo y cuenta mil anécdotas durante el almuerzo. Elsa también habla de su hijo menor, ella asegura que el productor es “inquieto, familiero y muy amiguero”. “En el campo trabajo solo con mi viejo, lo administra él. Hace alrededor de tres o cuatro años hacíamos todo juntos, pero decidimos separar la sociedad porque tenemos distintas edades y criterios. Nada grave, ni raro. A mí me gusta ser contratista, él ya no podía seguir haciéndolo por su edad, pero estoy con él al pie de cañón”, afirma.

 

Sobre la actividad ganadera Marcos cuenta que su padre le presta un pedazo del lote para trabajar el rodeo que está conformado por 400 animales. “Como hacemos recría no largamos al campo, hacemos encierre. Pero todo lo que se ve acá lo hace mi viejo solo”, dice mientras señala las plantas de maíz.

 

“De las 400 cabezas, 180 están en feedlot y el resto lo tenemos a pasto en cuatro hectáreas. Tenemos varias razas aberdeen-angus colorado, pampa negro, hay holando, algún mestizo, de todo. Porque vamos a las ferias, encontramos algo que nos gusta y lo compramos. Cuando llegamos a los 350 kilos los vendemos en Río Cuarto y Sampacho, pero no más lejos que eso, porque tenemos esas dos localidades bien cerquita. Además destinamos una parte al consumo propio. Carneamos para el freezer, ahora para esta reunión carneamos otra. Ahora están los costillares haciéndose”, especifica. Y es cierto, flota en el aire el aroma a carne asada e invita a todos a sentarse a la mesa.

 

 

Un contratista a tiempo completo

 

“Los contratistas rurales nos dedicamos a prestar servicios de maquinaria agrícola, las que se necesitan para la siembra, las labores culturales y cosecha de los cultivos de granos y forraje, y fertilización”, indica el productor y añade que trabaja en zona de Alto Pelado y La Moneda, “lo que es trilla específicamente lo hacemos para el lado de La Toma. También trabajo el maíz en un campo alquilado en La Esquina, lo traigo al campo para consumo de los animales. Embolsamos en silo y guardamos para los terneros. Vendemos muy poco, porque todo es para nuestros animales”.

 

Marcos ejerce sus labores sobre una superficie de siete mil hectáreas de siembra para terceras personas, “de trilla tengo unas 4 mil todos los años, trabajamos girasol, soja y maíz. Propio es muy poco lo que tengo, entre mi viejo y yo sumaremos unas 480 hectáreas. Además, mi viejo tiene su propio equipo con el que siembra, realiza la cosecha y lleva adelante todos los procesos. Todo es campo suyo y alquila un pedazo. Solo se dedica al maíz. Él hace 200 hectáreas, yo unas 240 más. No es mucho”, explica.

 

“Considero que en los tiempos que corren da un poquito más de seguridad ser contratista. Después de lo que vivimos este año con la seca, el granizo, las inundaciones, más la helada del 18 de febrero, que nos dejó tirados, es muy difícil recuperarse”, asevera y sigue: “Entonces, esta es una buena opción para crecer, no sé si más rápido. Esta es mi opinión, puede que haya muchas personas que no piensen igual y está bien. El ser contratista siempre te va a generar trabajo, ya sea para sembrar, trillar o fumigar, eso siempre se hace”.

 

 

Un poco de historia

 

Marcos asegura que en un futuro, no tan lejano, le gustaría “sembrar unas dos mil hectáreas propias, no ser más contratista. Pero por ahora tengo más seguridad brindando estos servicios. Trabajo junto a mi señora, los dos solos. Además, en lo que les pueda ayudar a mis viejos estoy siempre, no les pierdo pisada. Crecí gracias a ellos, todo lo que tengo se los debo. Así que los cuido, son mis pilares, me hacen ver la realidad”, expresa y se remonta a cuando era chico: “Arranqué en esta actividad a los 13 años.  Antes mi viejo tenía una gran sociedad con sus hermanos, después se separaron, mi viejo decidió venir al campo sin nada, tenía un tractor chiquito, así arrancó. Todos ayudábamos, éramos empleados, teníamos diferentes edades, pero todos estábamos al pie del cañón”.

 

Además asegura que sus padres son muy luchadores, “han tropezado y se volvieron a levantar mil veces. Vienen de familias muy luchadoras. Mis hermanas también, con sus parejas, trabajan en campos, en diferentes zonas. Tengo un hermano que también es contratista, le va bien y cuando cada uno necesita una mano estamos listos para ayudar, somos muy unidos”.

 

Los hermanos del productor se llaman Luciana Evangelina, Gabriela Inés, María Cecilia y Damián Oscar. Todos se dedican de alguna manera a las labores del agro.

 

La Pichona Chica se llama así porque el campo del abuelo del productor se llamaba La Pichona, el establecimiento de mi tío era la Pichona Grande.

 

De las dos actividades, la ganadería y la agricultura, Marcos prefiere recorrer los campos arriba de las máquinas, “me encanta sembrar y trillar, andar entre los cultivos. Los animales también, pero esto me gusta más. Por estos días estuvimos cosechando girasol, terminamos, y estamos esperando a ver si la helada dejó algo de soja para empezar a sacar. En los establecimientos en los que laburo no quedó nada. Acá fue grande la helada. Considero que este año van a sobrar las máquinas. Después de la inundación, la helada, la seca, no queda mucho trabajo. Tampoco podemos salir a regalarnos con los precios. No estamos en una buena situación”, especifica y añade que si no hay trabajo deja guardadas las máquinas.

 

“Este año va a ser complicado, la gente está con miedo, pasaron muchas cosas que intentamos superar y el panorama no es muy bueno. Resta esperar a ver qué pasa”, opina.

 

La visita de la revista El Campo termina cuando todos empiezan a jugar a las bochas y a tomar mate.

 

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