El lenguaje como territorio: Martín Kohan y su sinfonía de la palabra
El docente, crítico y escritor brindó una clase magistral en la UNSL sobre lenguaje, violencia y vínculo social, con humor, sutileza y una presencia que cautivó a docentes y público general.
El miércoles por la tarde, cuando el sol empezaba a inclinarse sobre la ciudad, el Auditorio Mauricio López volvió a llenarse de lo que muchas veces se extraña: pensamiento. Y no cualquier tipo de pensamiento, sino ese que se presenta sin solemnidades, que se construye en voz alta, que interroga al mundo sin necesidad de gritarle. El que llegó con ese bagaje fue Martín Kohan, escritor, ensayista, docente y, por sobre todas las cosas, un orfebre del lenguaje.
Durante más de noventa minutos, Kohan habló, o más bien pensó en voz alta, con una claridad que asombra y una cadencia que envuelve. Lo hizo sin apelar a presentaciones, sin apoyarse en PowerPoints, sin bajar línea, sino desplegando un decir que fluye como el mejor de los relatos: con planteo, desarrollo, clímax y esos momentos de respiro que el propio autor sabe administrar con maestría. Porque cuando la palabra se vuelve densa o excesivamente conceptual, Kohan tira del hilo del humor: un chiste, una ironía, una referencia futbolera —sí, Boca siempre presente— o un comentario con doble sentido que arranca carcajadas sin quebrar el tono ni el respeto. Un lujo que sólo puede darse quien tiene dominio absoluto de lo que dice y cómo lo dice.
Pero no es solo la forma. El contenido también interpeló. “Nos formamos en el lenguaje, en un espacio que ya está habitado por otros”, dijo. Y no fue una frase al pasar. En esa idea se condensa una mirada entera sobre el sujeto, la sociedad y la política. Para Kohan, la degradación del lenguaje nos degrada como sujetos, y por eso es un problema no solo comunicacional sino profundamente social y político. “Si el estado social generalizado es la degradación, nos degradamos”, advirtió.
Esa preocupación por lo que le pasa a la palabra —y por ende a nosotros— no es moralista ni nostálgica. Kohan no idealiza un pasado mejor. Reconoce que la violencia verbal existió siempre. Lo que cambió, según explicó, es que ahora la violencia es el tono medio, la temperatura habitual del lenguaje público. Y cuando eso ocurre, ya no se puede discutir, solo se puede gritar.
En un momento clave de la charla, retomando a Bajtín, señaló que discutir requiere un pacto previo, una voluntad de interlocución. No para llegar necesariamente a un acuerdo, sino para poder desplegar el desacuerdo. En tiempos donde el desacuerdo se vive como amenaza y no como oportunidad, escuchar esa reivindicación fue refrescante.
Pero quizás lo más llamativo fue que nadie miró el reloj, ni siquiera cuando la charla superó la hora y media. Los más encumbrados docentes de la UNSL se sintieron alumnos. Y quienes no pisan un aula desde hace años se dejaron llevar por la sinfonía del lenguaje, ese que sabe de matices, silencios, registros, tonos y contrapuntos.
Porque eso fue lo que brindó Kohan: una clase como las de antes, cuando enseñar era un acto de generosidad intelectual y no un trámite. Y también una clase como las de ahora, cuando se puede hablar del WhatsApp, del teléfono que ya no se usa para llamar, de los vínculos mediatizados, del deseo que no se puede planificar como si fuera un itinerario de consumo.
Y entre esos desplazamientos, como quien sabe tocar cada tecla con precisión, volvió a regalar una imagen inolvidable: la de un sujeto que habla no solo para explicar algo, sino para establecer un vínculo con el otro, incluso cuando ese otro está en desacuerdo. Porque si el lenguaje se degrada, no solo se empobrece la conversación, sino también la posibilidad de habitar juntos el mundo.


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