SAN LUIS - Sabado 28 de Junio de 2025

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Vargas Llosa: los lugares de las inconveniencias

El notable escritor peruano murió a los 89 años. Fue socialista en su juventud y liberal de adulto. Se ganó el cariño de sus lectores y el rechazo de aquellos que priorizan la forma de pensar de los artistas antes que su obra. Como sea, fue, también, un luchador contra los totalitarismos.

Por Miguel Garro
| 14 de abril de 2025

Los poetas y los suicidas mueren los domingos por la tarde. Sin considerarse la primera y lejos de atribuirse la segunda, Mario Vargas Llosa murió en una jornada otoñal en Lima, la ciudad a la que decidió volver luego de ser un pasajero del mundo. A veces francés, a veces español, cuando quiso dominicano, acaso el único rótulo geográfico que aceptó con gusto fue el de “escritor latinoamericano”.

 

 

El fallecimiento del notable literato, autor de “La ciudad y los perros”, “Conversaciones en la Catedral” y “Tiempos recios”, invita una vez más a una reflexión tan antigua como necesaria basada en la aceptación del público de un artista que tiene convicciones políticas tan fuertes. A la firmeza de esos pensamientos habría que agregarle la volatilidad, una condición que irritó al punto del sacrificio a los ya lejanos iniciáticos lectores de Vargas Llosa.

 

 

Cuando era un joven idealista, el peruano más famoso del mundo era un convencido de que las ideas socialistas serían las que cambiaran el mundo, un sueño al que recurrieron muchos intelectuales, obreros y dirigentes de su generación. En la edad adulta, el autor de “Los cuadernos de don Rigoberto” se encolumnó tras el liberalismo y sus coqueteos con la derecha, a tal punto que en 1990 fue candidato a presidente de su país por el Frente Democrático. Perdió en el ballotage contra Alberto Fujimori, quien murió el año pasado condenado por corrupción y violaciones varias a los Derechos Humanos.

 

 

El cambio radical que experimentó Vargas Llosa en su forma de pensar la política nunca fue perdonado por un sector del público al que había encantado con sus historias tardías aunque vigentes del boom latinoamericano. Además de ser admirador, Mario fue amigo de Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Octavio Paz y Gabriel García Márquez, de quien se distanció en los últimos años a causa de las diferencias políticas.

 

 

Priorizar la forma de pensar de Vargas Llosa (y la de cualquier artista) por sobre su capacidad literaria es un error irremediable que llevará al lector cegado y sesgado a autolimitarse en la lectura de novelas, ensayos y relatos indispensables para entender la cultura continental del último siglo. Más que muchos intelectuales y políticos que pregonan por la “Patria grande” y lo único que agrandan son sus propiedades; el peruano (que también agrandó su patrimonio, aunque no del yugo estatal) luchó de la mano de sus colegas por establecer una literatura latinoamericana, compacta, seria, de alcance universal.

 

 

La terminó de conseguir en 2010 cuando recibió el premio Nobel de Literatura y le dio a las letras de esta parte del mundo un galardón que necesariamente se conecta con los obtenidos por el guatemalteco Miguel Angel Asturias en 1967, el chileno Pablo Neruda en 1971, el colombiano García Márquez en 1982 y el mexicano Octavio Paz, ocho años más tarde. Aquel iniciático galardón que obtuvo en 1945 Gabriela Mistral está más distanciado en el tiempo y en los estilos.

 

 

Una de las consecuencias más duras que tuvo que soportar el Nobel por sus inconvenientes convicciones (o en todo caso por cambiarlas tan abruptamente) ocurrió en Argentina, un país al que siempre respetó y donde cosechó gran cantidad de admiradores. Detractores también. No por su literatura, sí por su forma de pensar en esa manera tan extraña que hay de medir la autoridad moral de los otros.

 

 

Un año después de recibir el Nobel, Vargas Llosa fue invitado por la Feria del Libro de Buenos Aires a hacer el siempre polémico discurso inaugural. El Gobierno Nacional encabezado por Cristina Fernández de Kirchner vio detrás de la gestión la mano poco afecta a la literatura de Mauricio Macri, por entonces jefe de gobierno de la ciudad y aspirante a la presidencia.

 

 

Más allá de Macri, de Cristina y de cualquier nombre propio de cualquier político nacional, el peruano ya era por entonces un feroz crítico a las políticas kirchneristas. “Argentina es rehén de un grupo de autoritarios”, dijo antes de viajar y en un artículo publicado en el diario El País de España, donde era columnista, dijo que los intelectuales que respondían a la presidenta querían que el país se convirtiera en Cuba. “¿Una nueva Cuba donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde solo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen?”, escribió. 

 

 

Pero la declaración más dolorosa llegó cuando se enteró que Alberto Fernández sería presidente del país en 2019.  “Esa vocación suicida de los argentinos es algo verdaderamente extraordinario”, le dijo a un medio español. Cuatro años después, la frase se oye desde la otra vereda.

 

 

Otra de las contradicciones a las que invitó Vargas Llosa a aquellos que prefirieron cuestionarlo o cancelarlo antes que leerlo fue a ponerse inexorablemente de su lado cuando, sobre el final de su carrera literaria pero siempre en sus apariciones públicas, cuestionó los totalitarismos con una ferocidad que muchos escritores más jóvenes no tuvieron. 

 

 

“La fiesta del chivo”, sobre el asesinato del dictador dominicano Rafael Trujillo, y “Tiempos recios”, sobre el régimen guatemalteco encabezado por Carlos Castillo Armas, marcaron el interés del peruano por describir esos gobiernos antidemocráticos como en los inicios de su bibliografía lo había hecho pero solo con Perú, un país al que describió con fiereza, acidez, prestancia, pero también con el cariño de un hijo nacido bajo su vientre que supo salir al mundo y ganarse el prestigio gracias a la palabra. 

 

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