SAN LUIS - Sabado 28 de Junio de 2025

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"No hay un millonario que no haya perjudicado al medio ambiente"

La periodista e investigadora eligió para sus tres libros objetivos poderosos: una de las familias más ricas del país, Máxima Zorreguieta y el sistema de salud.

Por Miguel Garro
| 09 de diciembre de 2024

 

A Soledad Ferrari le gusta molestar en las entrañas del poder. Si es económico, mejor. La periodista que pasó por Gente, Para ti y otras publicaciones tiene tres libros de investigación publicados: una biografía sobre Máxima Zorreguieta, que le valió alguna advertencia real; una profunda indagación sobre el sistema de salud en Argentina; y un análisis basado en pruebas concretas a una de las familias más ricas del país.

 

Justamente para presentar la segunda edición de “Las Blaquier”, su investigación que hace foco en las mujeres que integran el clan que maneja, entre otras empresas, el ingenio azucarero Ledesma, Ferrari estuvo en Villa Mercedes, en la feria “Lee 2024”. De su paso por la ciudad y de su trayectoria periodística habló con Cooltura.

 

 

 

-¿Cómo la pasaste en Villa Mercedes? 

 

-Estuvo buenísimo, no conocía la ciudad y quedé asombrada. Por la feria, que estuvo muy buena, muy bien organizada, con mucha variedad de propuestas, un auditorio hermoso y por la gente. Fue un honor que me invitaran, estoy de gira por el país con la presentación de mi libro y llegué a allá con la intención de quedarme dos días, pero me gustó tanto que me quedé tres. Estuve muy feliz y tengo ganas de volver. Me dijeron que vaya a la fiesta de la Calle Angosta.

 

 

-¿Cómo surgió el contacto para que estuvieras en la feria?

 

-Porque la subsecretaria de Cultura de la Municipalidad, Marina Lara, me vio en la feria del libro de Río Cuarto, donde también presenté “Las Blaquier”. Ahí me contactó para que estuviera en Villa Mercedes. 

 

 

-¿Qué te pareció el público?

 

-Divino. A una porteña, la gente del interior siempre le transmite esa paz tan particular. Siempre es un poco más tímida para preguntar, pero una vez que se soltaron se armó una charla muy linda.

 

 

-Lo primero que llama la atención de “Las Blaquier” es la portada, muy distinta a la de la primera edición…

 

-Esta portada es nueva y está tremenda porque resume mucho de lo que quiero contar en el libro. Es muy distinta a la de la primera edición, es cierto, y tiene relación con la actualización que hice para esta segunda edición. 

 

 

-¿De qué se trata esa actualización?

 

-La primera edición de “Las Blaquier” salió en 2012 y algunos años después se descubrió que Carlos Pedro Blaquier, el dueño del imperio azucarero Ledesma, había financiado una red de trata de personas escondida tras la fachada de la Escuela Argentina de Yoga. Por eso, para esta nueva edición, agregué un capítulo, que está al inicio del libro, que se llama “Carlos Pedro, el explotador”. Esa fue solo una de las cosas que hicieron los Blaquier tras la primera edición. Además, el mundo cambió, yo cambié, entonces hacía falta un refresco. 

 

 

-El subtítulo del libro menciona a las mujeres de la familia como las más rebeldes de la aristocracia argentina. ¿Cómo es la rebeldía en esa familia y en la aristocracia argentina en general?

 

-Hablo de ser rebelde en la aristocracia porque es distinto a ser rebelde en la clase media, porque tenemos otros códigos. El libro investigó dos ramas de la familia, los Blaquier Arrieta y los Blaquier Nelson y descubrí que a algunas mujeres de ese grupo no les importa mucho el qué dirán. Son envidiadas hasta por la gente de su clase porque siempre hicieron lo que quisieron, además de porque eran muy bellas. Manela Nelson, casada con Silvestre Blaquier, enviudó a los 42 años con nueve hijos y nunca paró el ritmo habitual de sus fiestas y reuniones sociales.

 

-A esa rama las consideran las ovejas negras de la familia

 

-Manela tuvo muchas historias que contar, entre ellas un romance con Felipe de Edimburgo, el marido de la reina Isabel II. También tuvo amoríos con hombres mucho más jóvenes que ella y fue muy liberal en la educación de sus hijos. Es, entre otras cosas, la abuela de Ginette Reynal. En esa familia hubo relaciones incestuosas, mujeres que le quitaban los maridos a su hermana y algún escándalo por drogas.

 

 

-De todos modos, la rama Blaquier Nelson parece la menos problemática de la familia

 

-En el libro me interesa contar las historias de las víctimas que tuvo la familia, tanto de las mujeres explotadas por Carlos Pedro como los empleados del ingenio Ledesma, al que Blaquier ingresa tras su casamiento con Nélida Arrieta, la única heredera de aquel emporio de azúcar en Jujuy. 

 

 

-¿Cómo se dio ese casamiento?

 

-Los padres de Nélida eran los dueños de la empresa y no la veían capacitada para manejarla, porque aparte era impensado para la época que una mujer tome la riendas de una compañía de esa magnitud. Cuando se casó con Carlos Pedro, lo convirtieron en el dueño de todo.

 

 

-¿Cómo era Nélida?

 

-Bastante mala, fundamentalmente porque estaba al tanto de todo lo que hacía su esposo. Las mujeres saben muy bien lo que hacen sus maridos y ella se calló todo.

 

 

-Da la impresión que la vida de Carlos Pedro Blaquier no deja casillero por llenar…

 

-En principio, fue cómplice de Jorge Rafael Videla y su colaborador. Y fue el responsable de “La noche del apagón”, cuando mandó a secuestrar a 400 personas de Ledesma con las camionetas del ingenio y además cortó la luz en todo el pueblo para que los captores actuaran con impunidad. A Nélida ni siquiera se la llamó a declarar por todo eso. 

 

 

-¿Cómo quedó la relación de la familia Blaquier con Ledesma?

 

-Estuve hace poco presentando el libro en Ledesma y me sorprendió el nivel de contaminación que produce la quema en plena ciudad, es alarmante. Trabajan con unos componentes que hacen que la gente se enferme de cáncer. El caso más llamativo es el de Olga Aredez, que murió de cáncer y era esposa de uno de los asesinados por la dictadura, en colaboración con Blaquier.

 

 

-¿Cómo crees que toma la clase media a los ricos en argentina? 

 

-La ve como gente muy impune, la gran mayoría cree que los ricos viven con una impunidad que asombra, que nunca alcanza la vida para arreglar lo malo que hicieron. De hecho Carlos Pedro murió el año pasado. Basta leer un poco la historia y tratar de encontrar a un multimillonario que no le haya hecho daño al medio ambiente, que no haya explotado gente. Yo no lo conozco.

 

 

-En Villa Mercedes hay una planta de Ledesma que hace papel, ¿pudo pasar cuando presentó el libro?

 

-No, la verdad es que no pasé, pero sé que está la empresa allí instalada. 

 

 

-En caso de que suceda algo más en el entorno de la familia Blaquier ¿seguiría sumando nuevos capítulos al libro?

 

-A mí me encantaría, pero no es un momento fácil para el mercado editorial y eso es algo que depende más de los editores que de los investigadores. A mi me llega información de gente cercana a Carlos Pedro todo el tiempo, de cómo explotaba mujeres, de su actividad en la Escuela Argentina de Yoga.

 

 

-¿Qué participación tenía allí?

 

-La financiaba, con mucha plata, mucha plata. Y por supuesto que tiene acusaciones por abusar de las menores que estaban en esa secta. 

 

 

-¿Para la investigación habló con integrantes de la familia? 

 

-Sí, claro, durante muchos años. Descubrí una familia muy disfuncional, como la mía, como cualquiera, pero con una gran cantidad de integrantes. Es tan grande la familia que al final del libro tuve que hacer una suerte de árbol genealógico para que se entendiera. Una familia muy oscura.

 

 

-¿Recibió algún tipo de amedrentamiento?

 

 -No, por parte de los Blaquier, no. Sí por el libro que escribí sobre Máxima.

 

 

-¿Qué tuvo de especial “Máxima, una historia real”?

 

-A mi no me interesa para nada escribir sobre las monarquías, me parece sumamente aburrido, porque la vida de las monarquías son aburridas. Están plagadas de protocolos, no pueden tener los amigos que quieren, la vida que quieren. Viven como en una jaula de oro. Lo que me interesaba de la historia de Máxima era contar el proceso de que una plebeya llegara a reina.

 

 

-¿Y cómo fue contarlo?

 

-Gratificante, aunque hay que reconocer que la vida de Máxima no tiene mucho para contar.

 

 

-Parece más interesante la de su padre

 

-Claro, que aparte, como la aristocracia argentina está siempre relacionada, tuvo mucho contacto con Carlos Pedro Blaquier cuando fue presidente del Centro Azucarero y por su colaboración con la dictadura militar. Hay que recordar que el parlamento de Países Bajos no lo dejó asistir a la boda de su hija.

 

 

-¿Cómo se explica esa especie de orgullo argentino de tener una compatriota en la realeza?

 

-Yo creo que a la gente de Argentina no le importa nada lo que pasa en la realeza. En su momento, cuando salió la noticia del casamiento estuvo un poco interesada pero después se fue diluyendo. Además Máxima no tiene ningún tipo de injerencia en la vida política y social del país.  

 

 

-Tu otro libro es “El negocio de la salud”, un tema muy interesante para la investigación periodística. ¿Por qué lo elegiste?

 

-Quise demostrar por medio de una indagación muy profunda el entramado de las obras obras sociales, el accionar mafioso que rodea al sistema de salud y los vínculos que tienen la farmaceúticas con los médicos. Todas cosas que hacen mucho daño y las investigué un montón, desde diferentes áreas. 

 

 

-¿Se habla del tema lo suficiente?

 

-Se habla, pero no terminamos de resolverlo. La salud pública está cada vez peor, salvo excepciones. Los médicos se quejan porque ganan poco, pero la realidad es que todos ganamos poco. Y eso te lleva a encontrarte con un médico recetador porque mientras más recetas hace, más dinero gana. Se hubieran dedicado a las finanzas si querían ganar dinero. Hay que hacerse cargo de las cosas. Ha pasado que un paciente va a una guardia en estado de vulnerabilidad y lo primero que recibe es la queja del médico por su sueldo.  

 

 

-El libro dice que parte de una experiencia personal

 

-Tuve varias. La última fue con una operación de mi marido en la que me querían cobrar un extra por algo que ya había pagado mi prepaga. Hice el trámite y al final no lo cobraron, pero tenes que estar a la defensiva todo el tiempo. El mayor problema es que la gente no conoce sus derechos. O que no quiere pelear, porque es sumamente desgastante. 

 

 

-Hay también un cansancio al respecto

 

-Hace algunos años, en plena pandemia, mi hermana murió en el sanatorio de la muerte, que es Sanatorio Colegiales, un horror, un lugar siniestro. Ella estaba muy enferma y yo me quedaba a cuidarla. Cada tanto venía a tratarme una psicóloga que estaba absolutamente medicada. Y hay una ley que dice que los familiares de los pacientes graves tienen que ser contenidos a través de tratamientos paliativos. Eso, la gente no lo sabe y pasa esos momentos traumáticos sin la asistencia necesaria.

 

 

-¿Cuál es la solución ahora que parece que la salud pública está en riesgo?

 

-La información, saber cuidarnos entre nosotros. Hay variables como la genética y el destino, pero cuidarnos en la alimentación, por ejemplo, es una primera opción. Hay que saber cómo nos cuidamos y fundamentalmente saber que hay hospitales que sí funcionan bien. Yo tengo amigas en Europa que me dicen que allá también los turnos tienen ocho o nueve meses de retraso, no funciona todo perfecto. 

 

 

-Porque la impresión generalizada es que en Europa todo funciona bien

 

-Funciona, claro. Yo estuve en Londres hace poco y fui a una guardia a atenderme, sin el pasaporte, porque me lo olvidé en el hotel, y me atendieron súper bien, no me pidieron ni el documento, absolutamente gratis. De todas maneras, creo que en Argentina hay que tener paciencia y, sobre todo, ser más autogestivos, no esperar que el Estado resuelva todo. 

 

 

-¿Cómo ve la profesión periodística hoy?

 

 -Muy difícil. Está difícil trabajar, está difìcil ganar bien, se publica lo que se puede de acuerdo a la pauta, que aparte cada vez es menor. Los que elegimos el periodismo lo elegimos por vocación, porque nos gusta, nunca con la idea de hacernos millonarios. Pero ahora está muy complicado trabajar. 

 

 

-¿Se añoran las redacciones?

 

-Muchísimo. Yo trabajé en Atlántida durante muchos años, fue un viaje hermoso, fue mi escuela, mi lugar. Hoy, las redacciones son un lugar distinto, que no tiene nada que ver con el frenesí que se vivía antes, con la adrenalina. 

 

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