Puede comenzar diciendo una frase de comienzo que se repite, como las de su adorado Cheever. Algo así como decir que era uno de esos domingos de mediados de verano, donde todos se sientan y comentan anoche bebí demasiado. Esas palabras se repetirían un día miércoles, al otro día de esa noche de Navidad a la usted se dirige al bajar del colectivo.
Usted es la mujer que carga unas bolsas de nylon blancas, con los logos de un supermercado del barrio desdibujadas por el roce. Piense en llegar con una frase ingeniosa, y decir que una de esas bolsas tenía un agujero sinfín, que no supo ver en su afán despistado, enumerando las preparaciones y comidas que había comprado para esa noche especial junto a su adorada familia.
Lleve unos dibujos de un gran artista, emocionales y con trazos saturados, con escena dignas del museo de la ciudad, los últimos trabajos que un viejo amigo dejo hace unos meses antes de huir hacia el viejo continente.
Recuerde llevar en su equipaje de mano esos recortes de revistas que preparó para sus hermanas, con vestidos de reconocidas diseñadoras que a ellas les fascinan, anotando con lápiz las direcciones de Instagram donde comprar esas faldas y vestidos de fiesta.
Mientras avanza en la cuadra imagine los ojos de su madre sobre ese jean con nuevos agujeros, y los reproches por las nuevas canas por no haber acudido al inconseguible turno que ella consiguió con el estilista de la familia.
Cruce en la esquina, en las últimas distancias que la separan de la cena. Casi la golpean esas niñas que avanzan en monopatines. Piense en sus hijas, y suspire en la decisión de que pasaran esa noche con su ex marido. La decisión le permitirá unos días antes de la fiesta de año nuevo, cuando las vuelva a ver, y quizás podría pedir un adelanto de sueldo a su jefe. Piense que no podrá negarse, porque ya le dijo que no a bonos o aguinaldos, hasta tenerla en blanco en el colegio en ese nuevo semestre.
Recuerde fugazmente que en las fiestas pasadas les dejó unos vales por regalos, que con el paso de las semanas no pudo entregar, aunque igualmente no fueron reclamados por las niñas. Debe convencerse de que se olvidaron, y que luego vino el tema del tratamiento, y luego el sueldo congelado todo el año, y todo eso.
Mientras avanza en la última cuadra sienta el aire fresco en el rostro, y se escuchan algunos truenos de la tormenta que se avecina.
Recuerde detenida en el árbol de la vuelta que la semana pasada fueron en colectivo a tomar unos mates frente al lago. Sacaron las galletitas de agua y las untaron en paté, mientras el sol caía, y ellas en silencio miraban un horizonte agotado, en el ruido de los parlantes y turistas subidos a hidropedales en medio del agua.
Imagine con entusiasmo que cuando llegue a la casa su padre le meterá un manojo de billetes en la cartera, y con eso pagará el último aviso de luz, y le quedará un restito para comprarse un atado de cigarrillos y fumar después de las doce, mientras espera el colectivo que la lleve de vuelta a casa.
La abolladura de la lata de duraznos apenas se nota, pensará, porque la corrigió con el martillo luego de sacarla de la caja navideña del trabajo. Es el único peso que insiste en volverse presencia mientras está llegando a metros de la esquina. Una pareja de chicos de veintipocos años armarán una mesita con un cajón de verduras vacío, y unos cartones encima. Ella se asomará al contenedor de basura, mientras él le sujetará las piernas para hacer equilibrio.
Frente a la casa, mire la escena de la esquina. Descubra que lleva los cordones desatados cuando se pare frente a la puerta. Recorra las palabras que dirá, los datos que deberá brindar, evitando parecer agotada. Sus hijas pidieron un deseo ayer, frente al lago, y quizás le tomaron las manos. Escribirá todo eso cuando llegue a su casa, y quizás ese año termine la carrera y consiga un trabajo mejor.
El grito de la chica metida en el conteiner le devolverá la mirada a la esquina. Ha encontrado una estrella de Navidad, con alguna brillantina pegada en la punta.
Se agachará para atar el cordón. Tire de uno de los lados hacia arriba, y se quedará con el pedazo en la mano. Descubrirá sus zapatillas manchadas en la punta, con un cordón a medio apretar. Se llevará el puño a la nariz, secándose esa alergia, mientras dentro de la casa el televisor resuene con noticias urgentes.
Se volverá con las bolsas de nylon, y avanzará camino a la parada de colectivo. En la esquina dejará esa lata de duraznos abollada sobre la mesa improvisada de la pareja, y se perderá entre los pocos transeúntes que andarán a esa hora. Escuchará el ruido de su zapatilla suelta y aminorará el paso, y luego sentará a esperar el transporte de vuelta a su casa. En un momento, cuando esté sentada junto a la ventanilla mirando las ventanas parpadeando luces de colores, pensará que mañana todos dirán lo mismo, y hablarán de cuánto bebieron esa noche y esas cosas.


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