La cuestión de Dios
"La última sesión de Freud", con Luis Machín y Javier Lorenzo, imaginó una conversación posible entre dos intelectuales y sus vaivenes entre la razón y la fe.
Cualquier conversación entre dos personas de ideas contrapuestas, antagónicas y, lo que es peor, irreconciliables, puede resultar atractiva para el tercer observador, que al modo de un espectador en Roland Garros moverá su cabeza de izquierda a derecha (sin connotaciones ideológicas) a la espera de la respuesta siguiente, del próximo golpe.
La llegada en la semana a San Luis de “La última sesión de Freud”, la obra teatral protagonizada por Luis Machín y Javier Lorenzo, fue mucho más que una puesta en escena de primer nivel. La obra ofició como necesario disparador para el pensamiento de cientos de espectadores que la vieron en la provincia, que se multiplican por miles en todo país si se tiene en cuenta la gira nacional que emprendió la pieza y el tiempo que lleva en las bambalinas teatrales..
La pieza, escrita por Mark Germain, y adaptada por Daniel Veronese, imagina un encuentro entre Sigmund Freud, creador del psicoanálisis y uno de los pensadores más influyentes del siglo pasado, y C.S. Lewis, el escritor de “Las crónicas de Narnia” y “Cartas del diablo a su sobrino”, entre otras. No hay datos certeros de que Freud y el autor se hayan encontrado alguna vez en sus vidas, aunque hay un dato que podría reforzar esa idea: el neurólogo austríaco gustaba de juntarse con personas que lo interpelaban en su pensamiento, sobre todo en cuestiones de fe.
El encuentro imaginado por Germain sucede en Londres, la ciudad donde Freud residió los últimos años de su vida hasta su muerte en septiembre de 1939 y refiere, de acuerdo a la fecha, los inicios bombásticos de la Segunda Guerra Mundial. La charla -la obra en realidad- repasó varios temas que trascendieron la historia de la humanidad: Dios, como tema central, las creencias, la guerra, el sexo, el humor, el arte, entre otros.
Antes de ingresar en el análisis de las posturas que los dos intelectuales tenían de esas cuestiones, es conveniente hacer un repaso sobre algunas referencias vitales que colaborarán para entender las formas de pensar de ambos.
De Freud se conoce la totalidad de su obra y la aceptación -que llega en algunos casos al nivel de admiración- de sus pensamientos que tiene entre profesionales de la mente, incluso hoy, casi 100 años después de que hayan sido formulados. La obra lo encuentra enfermo, retraído, envejecido, agonizante, dependiente de su hija para sacarle la prótesis de mandíbula que le pusieron para soportar el cáncer, aunque con la misma firmeza en sus ideas. Lo interpreta, magistralmente, Luis Machín.
En el caso de Lewis es preciso detenerse un poco más en su biografía. Nacido en 1898, al momento que describe la obra es mucho más joven que Freud y aún no había escrito su obra célebre, “Las crónicas de Narnia”, aunque era ya un reconocido catedrático de la Literatura. Javier Lorenzo, un actor con mucho recorrido teatral y alguna aparición esporádica en televisión, se pone en su piel.
Acaso un punto de contacto entre los dos intelectuales se haya producido en “El regreso del peregrino”, la novela que C.S.0 publicó en 1933 en la que exponía una firme postura ideológica, moral, religiosa y filosófica. Allí, Lewis hace una mención crítica a la forma de pensar de Freud en varios aspectos, pero sobre todo a los que refiere a la existencia de Dios.
Lewis fue un ferviente católico que, aunque crítico con algunas cuestiones establecidas de la Iglesia (que podrían ser menores, como la música sacra), se había convertido en un obediente del dogma, un duro que hoy condenaría el aborto, el matrimonio homosexual y el uso de drogas, por más que en los diez mandamientos nada se diga al respecto, al menos de manera directa.
Pero lo más extraño de la vida de Lewis respecto a sus creencias es que cuando era joven estaba más cerca a las objeciones católicas. Esa era una de las cosas que más llamaba la atención a alguien como Freud, no solo ateo confeso, no solo atacante furibundo de todo aquel que considerara posible la existencia de Dios, sino también y sobre todo, un pensador que se desvivía por mostrar su opinión.
La conversión del ateísmo al catolicismo que expuso Lewis y de la que se enorgullecía hacía que Freud considerara al escritor como dueño de una mente obtusa que, sin embargo, merecía ser escuchado en una charla.
En 2023, Hollywood hizo su versión de la pieza teatral de Germain con una tibia película protagonizada por Anthony Hopkins y Matthew Goode que no alcanzó a llamar la atención del público.
Discusiones
Con la inminencia de los bombardeos alemanes, Freud y Lewis, Machín y Lorenzo, conversan sobre la existencia de Dios y la posibilidad de que haya alguien no solo omnipotente sino también capaz de digitar un destino que no siempre es bendito. Pareciera que en el fondo, Freud busca liberarse del hecho de tener que culpar a Dios por su cáncer, por la muerte de su hija de gripe española y por la muerte de su nieto de tuberculosis, cuando no por otros daños más universales como la guerra y Hitler. En ese momento, el escritor prefiere guardar silencio en una discusión que parecía no tener fondo.
Es probable que Lewis haya sustentado su cambio religioso influido por los Inklings, el grupo literario del que formaba parte en Oxford y del que era cabecilla nada más y nada menos que J.R. Tolkien, el autor de “El señor de los anillos”.
Incluso hay un registro escrito de Tolkien en el que reconoce que concibió a Bárbol, el personaje arbóreo de su trilogía, en parte inspirado en la forma de hablar de Lewis.
Por supuesto que las conexiones literarias entre Lewis y Tolkien alcanzaron a “Las crónicas de Narnia” y fundamentalmente “La trilogía de Ransom”, una serie de novelas de ciencia ficción en la Lewis describe una constante lucha entre el bien y el mal y de la que Jorge Luis Borges habló siempre muy bien.
Una de las cosas que más le llama la atención al personaje del psicoanalista -que en realidad es una traslación a la intelectualidad en todos los tiempos- es cómo un hombre con la inteligencia, la formación y la visión del mundo de Lewis esté tan convencido de lo que él pone en duda todo el tiempo. La constante lucha entre la fe y la razón puesta nuevamente sobre la mesa.
Es una convención el hecho de que un profesional de las ideas debe al menos cuestionar la existencia de un ser superior con las características que la religión le imprime a Dios. Cuando no, negarla con crueldad. Un pasaje muy certero de la pieza hace mención al espacio que la ciencia y la religión se dan entre sí. “¿Cómo es posible que la ciencia le dé lugar a la fe y en la fe no haya lugar para la ciencia?”, se pregunta uno de los conversadores, cuya identidad no es difícil de adivinar.
La teoría de la moderación enseña que los extremos son peligrosos. Y aunque en tiempos donde el mundo exige tomar partido por algún costado la mesura tome la temperatura de la tibieza, un punto intermedio permite observar cualquier teoría con el beneficio de la distancia y la fortuna de la imparcialidad.
Sin embargo, para la materialidad religiosa (que incluye a la fuerza a ateos y agnósticos) la cuestión no permite medias tintas. Se cree o no se cree. Estás conmigo o estás contra mí. El mundo ha vivido en esa triste realidad y a juzgar por el estado de cosas, tan bien no le ha ido.
Pero cuando Freud habla de sexo -una de las obsesiones no tanto del investigador austríaco como de sus discípulos modernos- los límites se vuelven difusos. Para el psicoanalista, “todos somos bisexuales”, algo que a Lewis le cuesta mucho entender y aún más aceptar. En esa constante dualidad persiste la obra que permite ir de un lado a otro, cuestionar los puntos más arraigados y disfrutar de una conversación imaginaria, pero perfectamente posible.


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