Estudian los genes que resisten a enfermedades en la soja
Argentina fue convocada por científicos de Estados Unidos para que aporten información sobre la enfermedad phytophthora sojae, que produce podredumbre en el tallo y en la raíz de la planta.
Eduardo Guillín es un investigador del INTA Quines que fue convocado por científicos de Estados Unidos a participar en un estudio colaborativo entre veinte instituciones de ocho países, entre ellos Argentina, Australia, Canadá y China. El equipo descubrió que los genes de resistencia a una enfermedad que produce la podredumbre del tallo y la raíz de la soja, (rps) perdieron eficiencia. “En el país del norte sabían que nosotros trabajamos en el estudio del cultivo a partir de las publicaciones que habíamos realizado. Digo nosotros porque el equipo incluye al doctor Pablo Grijalva, que es investigador de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, hace muchísimos años que compartimos investigaciones de diferente tipo, no solo referidas a este patógeno”, contó el especialista.
Además explicó que pudieron enriquecer el informe a través del aporte de información a nivel local y nacional, y también “colaboramos en la elaboración de los datos, hicimos un metaanálisis. Esto quiere decir que realizamos un estudio de estudios para, a nivel global, entender cómo fue la evolución de esta enfermedad en relación con este tipo de manejo”.
El investigador llegó a San Luis en febrero de 2019, se instaló en la estación INTA Quines con la intención de articular investigación y extensión, buscando el trabajo interdisciplinario y entre instituciones de todo el país y el mundo.
Con respecto a la phytophthora sojae, que es una plaga que ataca a la oleaginosa y produce que la raíz y el tallo se pudran, “el trabajo consiste en la adaptación de un tipo de medidas de control en particular, que denominamos resistencia genética. Dentro de la gran cantidad de organismos, microorganismos que existen, este patógeno tiene una facilidad muy grande para acomodarse a las distintas medidas de control. Lo que logramos ver es que a medida que pasa el tiempo, cada vez que estas medidas de control son menos eficientes”, afirmó.
“Este patógeno se adapta cada vez más a los genes de resistencia de la planta, lo mismo ocurre con todos los patógenos y no solo con la resistencia genética, sino también con el control químico, con el uso de fungicidas, insecticidas, bactericidas”, especificó Guillín, y agregó: “La naturaleza tiene una capacidad de adaptación a nuestros intentos de control mucho mayor que los que tiene la industria o la producción para buscar mantener a raya las distintas enfermedades”.
En palabras más simples, el investigador indicó que “los microorganismos, los patógenos en general, tienen capacidades que no tenemos, por ejemplo, en los mamíferos, los seres humanos, para readaptarse y hacer combinaciones de adaptaciones que son aspectos que le permiten evolucionar. La adaptación es una forma de evolución y ellos lo hacen mucho más rápido de lo que nosotros pensábamos que podían hacerlo. Entonces esa es una de las inquietudes que pone en análisis el paradigma de la producción tradicional”.
En la actualidad, en el germoplasma de la soja, que es todo el conjunto de combinaciones genéticas que existen en la soja de todo el mundo, se detectaron alrededor de 15 genes de resistencia a la phytophthora sojae. “En realidad, en los cultivos comerciales, se han aplicado unos pocos. En la Argentina son aproximadamente seis o siete, de ellos, como este bicho es tan adaptable, la enfermedad ha sido capaz de desarrollar tolerancia o resistencia a tres. Entonces quedan unos poquitos que resisten. Hoy por hoy, los programas de mejoramiento de soja van incorporando nuevos genes, por una parte, y por otra los cultivares de la oleaginosa que se utilizan actualmente para producir tienen los genes viejos y están, de alguna manera, expuestos. Algunos todavía no tienen una resistencia absoluta. Entonces hay un cierto nivel de control de la enfermedad con los materiales con los que contamos actualmente”, aseguró el especialista.
“Los genes de resistencia interactúan con ‘genes de avirulencia’ propios del patógeno, de manera singular, ‘gen a gen’. Cuando las proteínas del patógeno (codificadas en los genes) son reconocidas por las codificadas por los genes de resistencia (propios del genoma de la planta), se desencadena una fuerte reacción de defensa. Cuando este reconocimiento no acontece, ocurre la infección”.
Pero la generación de genes resistentes a enfermedades no es el único tipo de manejo que puede hacerse en el cultivo de la soja, “también se pueden utilizar agroquímicos que son, en cierta medida agresivos y contribuyen a controlar este tipo de enfermedad, pero con este tipo de control, los microorganismos, los insectos, tienen esta capacidad de evolucionar y de adaptarse más rápido de lo que pensábamos. Entonces, y en este caso lo comento como una opinión personal, es importante que iniciemos una transición a otro tipo de paradigma productivo”, opinó Guillín, y continuó: “Nuestro paradigma productivo hoy es ir y luchar contra un patógeno determinado. Lo hacemos a través de agroquímicos, a través de genes de resistencia. Pero hay otra forma posible de producción que tiene que ver con mejorar las condiciones del suelo, mejorar la nutrición del cultivo, a partir de insumos que son preparados con una síntesis biológica, con un desarrollo biológico”.
En este sentido, el especialista añadió que lo que buscan es una forma de producción que contribuya al desarrollo de la diversidad biológica en los cultivos, “cuando atacamos un patógeno con un agroquímico, también lo hacemos a otros tipos de insectos o microorganismos. Pero al año siguiente volvemos a darle al cultivo las condiciones ideales para su desarrollo porque le volvemos a ofrecer el mismo entorno. Entonces la relación entre el tamaño de las poblaciones del patógeno y de los organismos benéficos es cada vez más desagradable para el productor”.
Según Guillín lo que buscan con estas nuevas aproximaciones es aumentar la diversidad para que la relación entre organismos benéficos y patógenos sea también más equilibrada, siempre favoreciendo la salud del cultivo, el interés económico del productor, la salud del ambiente y la salud humana. “Esa es la aproximación que nosotros buscamos y es lo que a mi criterio hace tan importante la presencia del Estado en general en la vida de la sociedad y muy especialmente en todo lo que tiene que ver con investigación científica y su articulación con la extensión y a su vez con la producción en articulación, es un trabajo interdisciplinario permanente”, aseguró, y añadió que “así como ocurre en la soja también ocurre en el desarrollo de cultivos importantes para la economía regional de San Luis”.
En cuanto a los resultados del estudio demostraron que en los últimos años se registró una pérdida de eficacia para el control de esta enfermedad en la Argentina, Canadá y los Estados Unidos, debido a la utilización continuada de solo un puñado de genes rps. “Esto conlleva a una presión de selección continua y en un único sentido. Por otra parte, en China, el control es aún eficaz debido a que la introducción de los rps es más reciente”, dijo el investigador.
El trabajo planteó “la necesidad de incorporar nuevas fuentes de resistencia a phytophthora sojae en los programas de mejoramiento de soja”, pero a la vez, Guillín aclaró y enfatizó en que “se debe tener en cuenta que la introducción de nuevos genes sería solo una solución pasajera entre los intentos de control y la capacidad de adaptación de los patógenos”.
Como conclusión, Guillín insistió en que “es importante comenzar a transitar un cambio de paradigma que aporte una mirada ecológica, que incluya la correcta nutrición, la integración de los cultivos con el ambiente, y la salud del suelo como organismo vivo, tal que se optimicen las comunidades de microorganismos, incluyendo patogénicos y benéficos”.
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