Espejo retro y… ¿rojo?

¿Y  si esta es una realidad generada por Inteligencia Artificial (IA)? “Black Mirror” lo hizo de nuevo. Con su sexta temporada disponible en Netflix y la emergencia de un nuevo nivel de uso, y temor, de las tecnologías de realidad virtual, software y demás dispositivos digitales; la serie continúa explorando mundos distópicos, pero ya no tan lejanos, de lo que podría suceder si se empiezan a utilizar en distintos aspectos de la vida. Sin embargo, hay dos nuevos condimentos que diferencian los cinco capítulos de los anteriores: el terror y el abordaje del tiempo, esta vez, hacia el pasado.

Al igual que Miley Cyrus cuando protagonizó el capítulo "Rachel, Jack y Ashley Too" en la temporada pasada; el regreso de la serie de ciencia ficción comienza con Salma Hayek y abre el debate del derecho a la imagen, pero con el planteamiento de qué pasaría si Netflix estrena una serie basada en la vida de un usuario cualquiera, pero con el rostro de una actriz famosa que no tiene que mover un dedo para interpretar, sino que es recreada a través de la IA.

Con un planteo que cobró fuerza con la aparición del Chat GPT y las nuevas herramientas que amenazan con destronar oficios históricos, la producción pone en escena un planteo aún más extremista, como lo hizo desde su primer capítulo en diciembre de 2011: si es posible perder la noción de qué (y quién) es real y qué no.

En el segundo capítulo es donde inicia una nueva faceta de “Black Mirror”, que, aunque mantiene su eje de analizar el mundo moderno y la tecnoparanoia, empieza a teñir de rojo el tradicional espejo negro con una hora destinada exclusivamente a un viejo asesino de un pequeño pueblo de Escocia.

Según el creador de la serie, Charlie Brooker, el capítulo está inspirado en algunos programas de televisión de asesinos seriales que mira con su esposa. Y aunque es una buena historia de un crimen nada que ver tiene con la temática de "Black..."

Sangre humana y robótica se esparcieron durante los siguientes episodios mostrando un nivel de locura y extremismo, en las historias, superador, aunque no por eso mejor.

El recurso de contar historias que sucedieron en décadas pasadas ya había sido utilizado por Brooker en la temporada tres, con “San Junipero”, capítulo que se sitúa en la costa de California en 1987; esta nueva entrega tiene la particularidad de que hay dos episodios narrados en el pasado, casualmente, o no, con diez años de diferencia entre uno y otro, 1969 y 1979.

La otra coincidencia es que ambos destacan por su tono sangriento y fuera de contexto, que marca el inicio de la decadencia de una serie que si bien regaló momentos de reflexión únicos e insuperables, como ese primer capítulo en el que el primer ministro de Inglaterra debe tener relaciones con un cerdo para salvar a su hija, parece estar quedándose sin ideas y recurre a tramas típicas de los thrillers, asesinatos con desenlaces obvios y viajes en el tiempo en una tonalidad sepia muy al estilo “Dark”.

Un mérito que sí hay que adjudicarles a los guionistas es que se logró retomar un tema que fue pilar en la primera temporada, el control que los medios y las redes sociales ejercen en la vida de los personajes. Quizás si se hubiese mantenido por esa línea como en el primer y el cuarto episodio la temporada hubiese sido un éxito.

Otro gusto fue el que les dio a los fanáticos de “Breaking Bad” la posibilidad de ver nuevamente a Aaron Paul, quien interpretó a uno de los astronautas protagonistas del tercer episodio, y que, por supuesto, no decepcionó con su actuación. El actor ya había participado de la serie, haciendo la voz de Gamer691 al final de “USS Callister”.

De llegar una séptima temporada habrá que esperar hasta el 2026, tiempo que suelen tardarse en lanzar una nueva tanda de episodios. Qué rumbo tomará la trama es igual de incierto que el del futuro tecnológico del mundo.