SAN LUIS - Sabado 18 de Mayo de 2024

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El lustrador de los sanluiseños

Comenzó con el oficio a los 15 años en la puerta del Mercado Central. Cuando era niño perdió un oído y jugando a los trompos su ojo derecho. No terminó la escolaridad primaria. Es hipoacúsico, se hace entender por señas y habla poco.

Por Johnny Díaz
| 10 de abril de 2023
Feliz. "Llevo más de 55 años lustrando zapatos en la esquina de Junín y Rivadavia. Es mi segunda casa", dice. Fotos: Héctor Portela

Así se manifiesta Benjamín Sosa, un histórico lustrador de zapatos del centro de la capital puntana que con singular maestría da rienda suelta a su habilidad con los cepillos y los paños a los que hace sonar como un bandoneón en los zapatos del ocasional cliente en la esquina de Junín y Rivadavia, en la plaza Pringles.

 

"Soy hipoacúsico, perdí un oído y un ojo. Tenía 24 años cuando fui a Rosario, invitado por Hugo Schmidt, para hacerme atender, pero ya era demasiado tarde", amplió.

 

Benjamín Sosa nació en San Luis y es un viejo habitante del barrio La Merced y de la tradicional plaza. Es parte del paisaje que ven quienes a diario transitan por el paseo. En un momento, sus manos se llenan de migas de pan y un cúmulo de palomas lo rodea para recibir la diaria ración que él hábilmente les acerca con tranquilidad.

 

Con la paciencia de un verdadero profesional del "lustre", Sosa va ordenando tintas y latas de pomadas marrón, negra, blanca, la cera y los paños, a los que dobla con devoción. Como haciendo un jueguito, el lustrador dice: "Empecé a lustrar a los 15 años, en una de las puertas del desaparecido Mercado Central —hoy Paseo del Padre—. Venía de un hogar muy humilde a realizar una tarea que nunca había hecho, era pura necesidad, mi padre era changarín de la báscula atrás de la estación de trenes y la plata no alcanzaba para la comida, entonces yo ayudaba lustrando zapatos", reseña.

 

 Dedicación. Con solvencia y profesionalidad, Benja dice que el calzado queda como nuevo después de "un lustre" con buena tinta y mejor pomada.

 

 

"Me ofrecieron un plan social del Gobierno, pero les dije que no porque yo soy lustrador".

 

Benjamín dice que vivían en una habitación grande, con el baño en el patio, en calle Luján entre 25 de Mayo y 9 de Julio. "Éramos muy pobres, a veces les hacía los mandados a los vecinos y me daban una propina. Otras veces vendía El Diario de San Luis, empresa que me regaló un cajón de color negro que todavía tengo. Me lo dieron hace más de 30 años, lo cuido mucho porque es muy lindo, práctico y es parte de mi vida", agrega.

 

"De muy chico tuve la suerte de poder trabajar en lo que me gusta, había muchos lustradores en esos años, viernes y sábado llegaba a las 7 de la mañana y volvía después de las 23 a mi casa. Mucha gente iba al cine, otros a bailar en la pista y salón Maipú, había trabajo para todos, repite".

 

Se hace un poco difícil entender lo que manifiesta Sosa, la enfermedad ha avanzado, pero él no se rinde, recuerda que el dinero que hacía durante la semana lo aportaba a su casa para lo que fuera y el dinero que hacía el domingo era para ir al cine Ópera a ver películas de acción. "Me gusta mucho el cine y no me quería perder ninguna de cowboys o western, como se le dice ahora".

 

Tino, uno de sus amigos, agrega en relación a su enfermedad: "Allá (y señala al oeste), en la feria de los Abdala, había potreros sembrados con alfalfa para los animales, el Benja andaba jugando con otros amigos y dicen que fue una mariposa que se le metió en el oído, nunca lo llevaron a hacerlo atender, así empezó todo".

 

 Fijo. El gastronómico Jorge Gómez es uno de los clientes que a diario hace lustrar su calzado.

 

 

Benjamín, atento y como leyendo los labios de su amigo, señala: "Una vez estábamos jugando a los trompos cerca de la fuente de agua de la plaza y a uno se le escapó del piolín, me pegó en la cara y la púa se metió en el ojo. Me llevaron al Sanatorio Ramos Mejía que estaba por San Martín al frente, ahí me hicieron las primeras curas, pero finalmente perdí el ojo".

 

Abrazado a sus desgracias, Sosita —como también lo llaman— manifiesta que en su época había mucho trabajo y muchos lustradores, a quienes recuerda por sus apodos. Entre ellos, el "Zorro, el "Negro" Soria, don Pérez, el "Negro" Ollante, don Suárez, el "Patilludo" y su hermanastro el "Mate Amargo".

 

"Todos trabajábamos, no había envidia, sí competencia, y los días que más plata ganábamos era cuando venían los criollos del campo a cobrar su jubilaciones o hacer trámites, llegaban con botas acordoneadas, pagaban muy bien y se iban contentos al banco, nos salvaban el día", recuerda.

 

En su difícil locución, Benjamín manifiesta que en esos años la lustrada valía dos pesos, pero cuando venía la gente del campo a lustrar sus botas le daban 200 pesos. "Era mucha plata, había que lustrar muchos zapatos para llegar a esa suma".

 

 La Inmortal. Benjamín y el envase de la tradicional pomada para zapatos ya desaparecida.

 

 

“A veces nos íbamos a comer a Cafelandia milanesas a caballo con huevos fritos, empanadas, pizzas, postres, buena cerveza y vino. El paisano sacaba un billete grande y le devolvían muchos billetes chicos, no tenían problemas con la plata, a todos les estoy muy agradecido”.

 

Benjamín tiene 71 años, muchas veces se hace entender por señas y hay que hablarle despacio para que comprenda y pueda responder dentro de sus dificultades para expresarse. Refiere que es beneficiario de una pensión por discapacidad y que un cliente lo ayudó a obtener ese beneficio. "No recuerdo su nombre, pero le debo una gran gauchada".

 

Sus padres y sus hermanos fallecieron por distintos motivos y prefiere no abundar en detalles. Solo habla de que lleva 56 años lustrando en la misma esquina donde es “su parada”.

 

“Lustré a cientos de personas, deportistas, políticos, empresarios, artistas, mis colegas me decían 'avariento'”, dice.

 

“En mi casa todo era distinto, yo le daba toda la plata a mi madre y ella hacía mazamorra, puchero, sopa y, si mi padre podía, los domingos se comían tallarines o un asadito”.

 

 Imagen del pasado. Se ve detrás la exmáquina del estacionamiento. Foto: Gentileza

 

 

Fue a la escuela Misiones y al Hogar Zabala. “En primer grado aprendí a leer y escribir, después no fui más, me vine a lustrar, no me acuerdo de nada”.

 

Se autodefine como exarquero de las inferiores de Sol de Mayo, pero también hincha del Sporting Club Victoria. “Una vez mi padre me dio permiso para ir a la cancha de la Liga, jugaban Juventud y Victoria, todos los niños subimos a un camión, pero como perdió el Sporting, el chofer se vino y nos dejó solos, caminamos más de 30 cuadras, teníamos doble bronca, por perder y porque nos dejaron tirados.... son cosas del fútbol”.

 

“Yo tenía 14 años y el cura de la Catedral, el padre Jorge Bledel, reunía a todos los lustradores de la plaza, nos invitaba a jugar un ‘revuelto’ atrás de la iglesia, después había que cortar los yuyos. Al finalizar nos servía mate cocido con tortitas, era muy bueno con todos, un día se me cayeron los pantalones porque los tenía atados con un trapo y todos se reían... éramos muy pobres y necesitados”, recuerda.

 

"Cuando terminaba de lustrar, trabajaba de palero en el bowling Las Vegas que había en la galería de calle Colón, era la manera de ganar unas monedas más. Una noche, durante el gobierno de los militares, nos pidieron documentos y como yo no tenía nos llevaron detenidos a la calle Lavalle, nos tuvieron hasta las cinco de la mañana. No habíamos hecho nada, pero nos llevaron igual, eran unos reverendos... nunca tuve problemas y menos con la Policía”.

 

Benjamín, impulsado por su necesidad de agradecer y manifestarse públicamente, hizo imprimir unas tarjetas: "El Humilde lustrador que lo lustró durante el año y puso su clase en el paño para lustrarlo mejor. A usted amigo; cogoyito de cedrón, que viva felices días en paz, dicha y amor. Deseando suerte mejor que en el año que termina, le agradece la propina este humilde servidor. Noche Buena, Navidad y Año Nuevo, fiestas alegres que ilusionan el corazón, que sus sueños se realicen son los votos más fervientes de su amigo El Lustrador".

 

 2014. En El Diario de la República tuvo un reconocimiento por su dedicación y superación.

 

 

Aquella tarjeta entregaba Benjamín Sosa a sus clientes en la tradicional esquina del paseo puntano.

 

“Hasta los 18 jugué al fútbol, dejé por el problema en la vista, estuve dos años internado en un hospital. Pedí plata para viajar a Rosario, allá me atendieron los mejores especialistas, me querían operar de la cabeza, pero después dijeron que no se podía hacer nada. ‘Eso te pasó a los 10 años, ahora tenés 30, ya pasaron 20 años, es imposible...'”.

 

Siempre guardó su cajón de lustrar en la agencia El Toro, de Oscar Fabre, a quien recuerda como una gran persona. Además vendía números de lotería, todo le servía porque habían pasado muchas penurias y necesidades. Ahora deja su herramienta de trabajo en un kiosco frente a la plaza, "la dueña es una señora muy buena”, dice.

 

"Hace muchos años tuve la suerte de conocer Buenos Aires, fue hermoso, viajé gratis en un tren que pusieron los peronistas, nunca más pude viajar, porque nunca tuve plata, siempre fuimos muy pobres", admite.

 

Y finaliza: "Pasaron los años y los lustradores se fueron yendo, el trabajo se ha reducido porque mucha gente usa zapatillas, pero soy muy feliz acá en esta esquina que es buena parte de mi vida donde todos me conocen, me respetan y sigo lustrando”.

 

 

Hipoacusia

 

La hipoacusia es la dificultad para escuchar, imposibilidad (en algunas ocasiones) para seguir las conversaciones, la necesidad de subirle el volumen a la radio o la televisión… o la poca o nula reacción a los sonidos, entre otras señales.

 

La hipoacusia o sordera consiste en la disminución de la sensibilidad o capacidad de audición que afecta a los oídos. La complejidad de este trastorno es que es relativamente común, puede suceder por diferentes motivos, presentarse en diferentes grados y puede empezar en cualquier etapa de la vida.

 

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