16°SAN LUIS - Miércoles 24 de Abril de 2024

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Cuaresma: un camino al desierto, un encuentro con la virtud

El Papa Francisco publicó recientemente su mensaje para la Cuaresma 2023. A lo largo de sus líneas recordó el episodio de la Transfiguración, concordante en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. A raíz de ello, aseguró que, en este tiempo, “el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí, donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida”.

 

En esta vivencia, siguiendo la línea del concepto, la Cuaresma nos invita a “subir un monte elevado junto a Jesús, para vivir con el pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis”, una búsqueda, un compromiso para superar las faltas de fe.

 

De acuerdo a lo que expuso el Sumo Pontífice, el camino ascético cuaresmal tiene como meta la transfiguración personal y eclesial, que halla su modelo en la de Jesús, y que se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Así, Francisco propone dos caminos a seguir para que esta transfiguración se pueda realizar en nosotros.

 

El primero, apunta al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el monte Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado; la voz que se oyó desde la nube dijo “escúchenlo”, es decir, la primera indicación es escuchar a Jesús, con un anexo importante que es el proceso sinodal: oír a Cristo pasa también por la escucha de las hermanas y hermanos en la Iglesia.

 

Por otra parte, la segunda indicación es no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios.

 

En este sentido, la autointerpelación es al menos urgente. ¿Qué hago para facilitar mi encuentro con Jesús? ¿Tiendo puentes con el prójimo? ¿Qué caminos surca mi espiritualidad? ¿Practico la virtud? ¿Doy testimonio de fe?

 

Cuántas veces nos introducimos en oraciones que lejos de conformar una verdadera experiencia divina, se tornan una suerte de mantra repetitivo sin color. Cuántas veces nos preocupamos por cumplir aquello que se ve y desatendemos lo que no se ve. Cuántas veces surcamos muros con los demás. Cuántas veces nos golpeamos el pecho al anuncio de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, y al mismo tiempo nuestras lenguas esbozan los rumores más dañinos. Cuántas veces me preocupo por no comer carne en el tiempo que indica la tradición, pero me alimento del veneno del vicio.

 

No pretendo un discurso pesimista, sino verdaderamente reflexionar introspectivamente. ¿Qué tan lejos de la luz estoy?

 

Creo que el camino de la Cuaresma es el momento ideal para poner un freno y actuar desde cada lugar: en el trabajo, en la familia, con los amigos, con los desconocidos.

 

El hombre no se puede redimir a sí mismo. El esfuerzo o el mérito son necesarios, pero se manifiestan insignificantes sin la fuerza divina. Hay que seguir el camino que nos proponga la vida en el desierto de nuestras almas, hacer frente a ello con espíritu de superación y encontrar al final la verdadera luz que ilumina.

 

Quizá la analogía más acertada es entregar a los pies de Cristo nuestras miserias, nuestros dolores, lo que somos, y dejarnos inundar por el resplandor de sus obras.

 

Los obstáculos, las dificultades, los baches negros, son las instancias más propicias para ello. No porque sean el fin en sí mismos, sino por la transformación a la que da lugar el camino hacia el desierto: la práctica cada vez más profunda de la virtud.

 

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