14°SAN LUIS - Miércoles 24 de Abril de 2024

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Vincent van Gogh, una muestra inmersiva

Con más de 70 obras del pintor europeo llegó a pocos kilómetros de San Luis. ¿Cuán realista es la experiencia?

Por redacción
| 30 de enero de 2023
Foto: Internet.

“El arte es para consolar a los que están quebrantados por la vida”, cierra la muestra “Van Gogh Inmersive Art Experience”. A la frase la acompaña una pintura del artista. Con sus características pinceladas cargadas de distintos tonos de azul y amarillo le dio vida, si es que así se lo puede caracterizar, a un hombre. Está sentado con el cuerpo gacho, la cabeza entre las manos y la vida quebrada.

 

La frase del pintor está en el final del recorrido y aunque queda perdida entre la efervescente y cautivante magia de los lentes de realidad y los proyectores, que hacen sentir al espectador en un campo de girasoles, resume el sentido con el que el artista neerlandés daba cada pincelada.

 

Si bien los científicos argumentan que el amarillo que utilizaba tenía una cualidad sedante y antiepiléptica a la vista del trastornado Vincent; luego de ver la última exposición en su honor queda claro que no quería dormir sus penas, sino consolarlas, curarlas con un lienzo al mejor tono cromo; a cambio, logró quebrantar las de las millones de personas que verían y ven sus obras.

 

Aunque en vida solo vendió una, el visionario iluminó a muchos con su cálidas y contrariadas piezas.

 

El pintor tuvo tres etapas pictóricas muy marcadas y en ellas se basa toda la muestra “Van Gogh Inmersive Art Experience” que estará diez días más a solo 250 kilómetros de San Luis. Del auditorio "Ángel Bustelo", de Mendoza, a Ámsterdam, donde nació la exposición, el recorrido se acortó bastante para que los puntanos puedan disfrutar desde otros ángulos las creaciones del postimpresionista.

 

A cambio de una entrada de 3 mil pesos el público tiene acceso a 70 obras del artista, vale aclarar que no hay ninguna original en formato físico.

 

La exposición está divida en tres partes; la primera es un recorrido por unas diez obras del autor con la explicación de quién o qué está representado y el momento personal en que las hizo Vincent. Hasta esa parte, la menos memorable del recorrido, de inmersivo no hay nada, aunque quizá si se toma en un plano conceptual cobre sentido.

 

La explicación del staff, fácilmente identificables por sus remeras con cuadros de Vincent que a cualquier admirador del pintor le gustaría tener, se limita a dos oraciones: “Pueden recorrer la muestra a su tiempo” y “detrás de la cortina blanca hay un video en loop al que podrán ingresar en cualquier momento”. Eso es lo mejor, poder recorrer, mirar, volver a observar y analizar las piezas las veces que sean necesarias hacen a la experiencia mucho más disfrutable.

 

Sorteada la primera parte, solo queda correr el lienzo y sumergirse a un mundo de blanco de zinc, azul cobalto, verde veronés, mina anaranjado y ultramar. Allí comienza la verdadera experiencia inmersiva, un cubo con proyectores que iluminan las paredes y el piso y el clip que inicia una y otra vez.

 

La única desventaja de que el video se repita sin pausa es que no se logra apreciar el recorrido visual, que tiene un inicio, nudo y desenlace, de forma ordenada.

 

El transe inmersivo abarca los mismos conceptos que se ven en la primera parte de la muestra con los cuadros y sus respectivas explicaciones a un costado.

 

Si se tiene la suerte de entrar justo en el principio del video se puede observar la primera etapa pictórica de Vincent. Fue la realista, y que comprendió desde sus inicios hasta 1886.

 

En sus cuadros predomina el campesinado y las capturas de escenas de la vida cotidiana del proletariado, se caracterizó por una mirada lúgubre y la elección de tonos marrones y negros, similares a los de la tierra. Entre las más destacadas está la pieza “Los comedores de patatas”.

 

Hasta ese momento, más allá de estar dentro de un cubo con proyecciones, el efecto de estar inmerso en una de sus obras distaba mucho de sentirse; era, simplemente, una proyección de cuadros casi en formato diapositiva. La segunda etapa, la parisina, también llegó sin pena ni gloria; lo más destacado, sus autorretratos con miradas tristes, cabezas siempre levemente inclinadas hacia el piso y fondos con grafía oriental.

 

Pero llegó la noche y con ella la lluvia de estrellas quedó al alcance de la mano. Una niña que intentaba capturarlas de a saltitos o desde el suelo, los adultos estiraron sus cuellos, levantaron la mirada y, por fin, la sacaron de sus celulares para vivir en primera persona y sin aparatos mediante (o con todos a disposición) la experiencia vangoniana. El auditorio, la gente y el artista fallecido hace 133 años se acoplaban a la conjunción de estrellas para formar todos un mismo cielo.

 

La etapa tres, aunque solo abarcó dos años, fue la más prolífica de su vida. Desde que se mudó a Arlés inició un viaje por el color que se potenciaría durante los últimos años de su existencia en los que pintó más de 500 cuadros. Los doce girasoles contenidos en el jarrón se liberaron y multiplicaron para ofrecer un campo tupido y una belleza visual que solo podía ser acompañada con la voz en off de un locutor que recitaba las frases célebres que el pintor escribía en sus cartas a su hermano.

 

Una de las mayores fuentes de inspiración en su época final fue la casa amarilla que habitó con la intención de convertirla en un espacio para artistas, a pesar de que solo albergó a uno, su amigo Paul Gauguin. La sensación de estar en la habitación de Van Gogh es una de las mejores logradas de la muestra inmersiva, una cama con acolchado rojo, la famosa silla de madera y paja y el taburete a un costado, todo contenido por las colinas de la villa del sur parisino.

 

La pieza da pie a la tercera parte, y final, de la exposición, la de la realidad virtual. Ya de por sí recorrer Francia sin salir de Argentina representa un placer y si se suma que los paisajes están atravesados por los pinceles del pintor, la experiencia suma otro sentido que aunque no se promociona con el show está implícito en todo él: el extrasensorial.

 

Más allá de la tecnología, facilitadora de la experiencia, lo verdaderamente inmersivo de la muestra es la emoción de las obras: la belleza de los girasoles, el sufrimiento de los rostros de los campesinos comiendo papas, la tristeza en el autorretrato de Van Gogh luego de cortarse la oreja y su espíritu soñador en la noche estrellada.

 

“Quiero tocar a la gente con mi arte. Quiero que digan: ‘Siente profundamente, siente con ternura'”, expresó Vincent Van Gogh en una de sus cartas y, claramente, lo logró.

 

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