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Un sistema mixto en el que el agro alimenta la ganadería

Los Pons Bedoya tienen desde hace muchos años 700 hectáreas en las serranías puntanas, donde aplican técnicas probadas. El objetivo es la conversión de granos en carne de calidad.

Por Marcelo Dettoni
| 10 de julio de 2022
Hermanos. Tomás y Mateo posan entre los maíces castigados por el calor de enero. Foto: Revista El Campo.

El campo de los Pons Bedoya resuma tranquilidad. La Autopista de las Serranías Puntanas está lo suficientemente lejos como para no percibir el ruido incesante de los camiones que se acercan o se alejan del peaje de La Cumbre. Son cinco kilómetros los que hay que recorrer por un camino de tierra que une a la ruta con la autopista 20 a la altura de La Petra. En invierno es difícil de transitar porque tiene todos los números para convertirse en un guadal con la seca habitual de los meses fríos en San Luis.

 

Tras sortear algunas curvas y recortes bruscos, se llega a El Chulengo, una extensión de 700 hectáreas con producción mixta manejada íntegramente por la familia que capitanea papá Facundo, quien no está durante la visita de la revista El Campo ya que disfrutaba de unas merecidas vacaciones en el sur del país. El que nos recibe es Tomás, el segundo de los cuatro hijos varones y el que maneja el campo espalda con espalda con el padre. El nombre de El Chulengo, el campo se lo debe al bisa-buelo de Tomás, Arturo Eduardo Pons Bedoya, quien tiene en su currículum una vida intensa y el haber sido edecán de Juan Domingo Perón, nada menos.

 

Se puede hacer una revolución productiva en los campos de monte. Ojalá la provincia renueve el Plan Pastura y entregue buffel (Tomás Pons Bedoya- dueño de "El Chulengo")

Abogados y contadores

 

El joven Pons Bedoya se preparó para trabajar en el ámbito rural estudiando la Licenciatura en Administración Agropecuaria, a la que luego agregó las materias necesarias para recibirse de contador público. “Eran pocas, un esfuerzo adicional, y decidí que valía la pena. Por eso ahora también llevo los papeles de la empresa, aunque a mí lo que más me gusta es estar en el campo, con los animales y los cultivos”, reconoce el productor de 28 años, quien es menor que Juan, el abogado de la familia. Completan el clan uno de cada "bando", porque Jerónimo (25) está estudiando Derecho y Mateo, el benjamín, Administración Agropecuaria en Buenos Aires, por lo que también disfruta de las tareas rurales y es quien acompaña a Tomás durante la entrevista.

 

“El campo ya viene por tradición familiar, era de mi abuelo Arturo. Por entonces explotaba unas mil hectáreas, ahora quedan 700 porque se vendió una parte. Acá el objetivo es la conversión de los granos en carne”, cuenta Tomás, quien forma parte de un grupo de Cambio Rural en el que participan reconocidos productores de la zona como José Lorenzino, Omar Campos, Julio Ramos y Guillermo Horas. “Es un espacio de encuentro muy interesante, en el que todos aprendemos de las experiencias de los demás, nos reunimos una vez por mes en uno de los campos de manera rotativa y el anfitrión, en una recorrida por sus lotes, explica detalles de su producción, sus problemas y aciertos; así todos podemos sacar conclusiones positivas para nuestro propio trabajo, intercambiamos ideas y preguntamos lo que haga falta”, describe, para arriesgarse con una teoría de la que está convencido: “Cambio Rural puede abastecer a San Luis completo de carne”.

 

Lo primero que uno encuentra al internarse en El Chulengo son los corrales en los que alimentan el ganado. Los Pons Bedoya no hacen cría, compran el ternero en las distintas ferias que se hacen en San Luis y luego lo engordan para vender con la producción propia que tienen de maíz y soja. Un esquema tradicional que les suele dar buenos resultados, aunque es sabido que hoy en día los números del feedlot están muy ajustados, lo que los obliga a ser muy eficientes para no perder rentabilidad.

 

“Por suerte, el maíz lo producimos nosotros, sería imposible tener que salir a comprarlo con los costos de hoy. Porque además la invernada está muy cara en relación a lo que después nos pagan el gordo, está todo muy difícil”, reconoce Tomás, quien además tuvo que lidiar con los caprichos del clima en un verano que fue muy irregular. “El 3 de enero cayó un granizo enorme que prácticamente nos destruyó los campos con soja. Nunca nos había pasado algo así, de las 350 hectáreas no pudimos salvar absolutamente nada. A nuestro vecino Julio Ramos le pasó lo mismo. Las consecuencias fueron fatales, porque los lotes se cubrieron de yuyo colorado debido a que entró mucha luz entre los cultivos destrozados. Tuvimos que sembrar avena como cobertura. Un lote lo vamos a pastorear y el resto se va a quemar cuando estén dadas las condiciones”, cuenta Tomás con preocupación.

 

Una dieta balanceada

 

La soja forma parte de la dieta de los vacunos porque aporta proteína y es un complemento del maíz, que se encarga de proveer energía. Además, les dan un compuesto balanceado y el producto del picado del cereal, que guardan celosamente en un búnker y dos silobolsas. “Somos exigentes con lo que comen, la soja ayuda a que no se engrasen de más, sobre todo las hembras, que tienen esa tendencia”, agrega el administrador.

 

Los terneros de entre 150 y 180 kilos que compran en las ferias de Ganadera del Sur principalmente, pero también a Bressán y San Luis Feria, luego del engorde a corral lo venden en la provincia (Granja San Luis es uno de sus clientes) y en Mendoza, donde hay cuatro frigoríficos que reciben esos animales.

 

Pero no todos los lotes engordan íntegramente con grano, hay algunos que se los dejan para una recría a pasto a productores amigos como Guillermo Pagano y Guillermo Belgrano Rawson, quienes los llevan hasta los 220 kilos antes de devolverlos al feedlot. “La ganancia diaria en el corral oscila entre los 800 y los 900 gramos de promedio, pero hay extremos hacia arriba o hacia abajo, siempre depende de la calidad del animal. Allí están entre 6 y 8 meses”, describe Pons Bedoya.

 

Junto al búnker con el picado hay varios rollos de alfalfa que compraron en Río Cuarto. Sirven para recibir a los animales nuevos y ayudarlos en su adaptación a una nueva vida luego del destete.

 

“Necesitan buen pasto y agua en abundancia, cada vacuno puedo tomar hasta 40 litros por día”, asegura. El agua llega de un acueducto que recorre la ruta 20 y fue el  primero que se construyó en San Luis. Más allá de las contingencias puntuales de este año, el clima suele ser benigno en esa zona serrana, con promedios de precipitaciones que se acercan a los 900 milímetros anuales y una amplitud térmica muy beneficiosa para los cultivos, con noches frescas que les permiten recuperarse de los calores del  verano.

 

 

Una campaña para el olvido

 

En cuanto a la agricultura, los maíces no alcanzaron ni por asomo los rindes del año pasado, cuando en algunos lotes llegaron a los 8.000 kilos por hectárea. Cayeron algunas lluvias en la segunda quincena de enero, luego de un arranque del año en el que el termómetro llegó a los 43 grados y puso en jaque a la campaña gruesa, pero no alcanzaron a torcer la realidad de una campaña muy difícil, que les dejó a los Pons Bedoya unos 5.000 kilos por hectárea, lejos del ideal, aunque esperable en el semiárido, donde las variaciones entre campañas son muy grandes.

 

"Esta vez probamos con dos variedades, la 7818 de Nidera y la 890 de Syngenta, con una densidad de 52 mil plantas por hectárea, siempre pensando en el mejor híbrido para que puedan comer los animales”, dice el administrador, quien de todas maneras no se queja: "Sabemos que esta actividad es así, fue un año para olvidar, hay que hacer borrón y cuenta nueva", propone.

 

La actividad fuerte comenzó con el picado, para el que todas las campañas traen a un contratista cordobés desde hace varios años, y después llegó la cosecha para grano, con plantas que no pudieron expresar todo su potencial debido a la seca y el calor extremo.

 

En el feedlot, la ocupación máxima alcanza las mil cabezas, pero no es el caso del verano, cuando baja esa cantidad porque hay pariciones. Recién sube con la zafra de terneros en cada otoño. Comen dos veces por día, por la mañana y al caer el sol, que se resiste a dejar de alumbrar hasta que las Sierras Centrales se lo devoran por completo.

 

Son los momentos en los que se rompe la monotonía con el sonido del motor del tractor, acompañado por el mixer. Para asegurar las reservas de maíz, tienen junto al galpón dos enormes silos, que traen tranquilidad en las épocas difíciles. En materia de sanidad, vacunan contra la neumonía y la mancha, que tiene un refuerzo a los 15 días, más el agregado de los antiparasitarios.

 

Tras la recorrida, la conversación se muda al porche de la casa, donde pastan tranquilamente varias ovejas, que chupan todo lo que encuentran en busca de sal. “Mi mamá Mercedes siempre quiso tener un rebaño, empezamos con tres o cuatro de la variedad cara negra y después Muse (por Abdallah, el dueño de Ganadera del Sur) nos encajó diez más en la Expo Rural”, recuerda con una sonrisa, para agregar que “son excelentes para mantener el pasto cortito”.

 

No hay una explotación comercial del ganado ovino, apenas sacan unos diez corderos al año para autoconsumo, que terminan en la parrilla en los asados con amigos. En un campito cerca de Paso Grande también tienen unos chivos, a los que les aguarda el mismo destino.

 

Tomás siempre están pensando un paso más adelante para mejorar el campo. Y cree que hay una llave en San Luis: “Se puede hacer una revolución productiva en los campos de monte. Ojalá la provincia renueve el plan Pasturas y pueda entregar buffel grass o llorón, según la zona, para que el autoabastecimiento de carne sea una realidad”.

 

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