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Viven en comunidad para producir alimentos saludables

Tres jóvenes agricultores combinaron sus sueños y conocimientos para llevar adelante el cultivo de frutas, verduras y hortalizas, que comercializan los sábados en la Feria Franca.

Por María José Rodríguez
| 05 de junio de 2022
Cable a tierra. Para el trío de amigos convivir con la naturaleza es su filosofía de vida. Fotos: Inés Cobarrubia

Más que desarrollar una idea, cumplir un sueño o concretar un proyecto, lo que Federico Denegri, Gabriel Pérez Schuster y Rodrigo Ramallo, buscaban hace unos años era crear un espacio que les permitiera llevar un estilo de vida en el que pudieran producir alimentos saludables a través de un equilibrio con el medioambiente. Lo encontraron en la Villa de Merlo, a pocos pasos del Algarrobo Abuelo. El emprendimiento se llama Finca Atahualpa y elaboran verduras orgánicas que comercializan todos los sábados en la Feria Franca organizada por el Municipio.

 

“Necesitábamos tener un pedazo de tierra propio. Nos habíamos asociado en Buenos Aires y alquilábamos en la zona de Ezeiza, allí emprendimos un proyecto juntos, eran tiempos en los que estábamos en la facultad. Los tres estudiamos la carrera de Producción Vegetal Orgánica en la UBA. Cuando terminamos, nos fuimos a vivir a ese campo, éramos como diez y teníamos  una especie de comunidad. Después cada uno decidió encontrar una tierra propia para afianzarse y aplicar la experiencia de todo lo que habíamos aprendido”, cuenta Rodrigo, mientras Federico recorre las zonas de siembra y exhibe orgulloso cada cultivo.

 

 Ricos y sanos. Elaboran productos frescos para promover la soberanía alimentaria.

 

Como es un equipo bien constituido, Gabriel se ocupa de preparar el almuerzo y queda claro que busca en la huerta lo necesario para prepararlo.

 

10 mil metros, divididos en dos espacios bien definidos, es la  superficie que utilizan los productores para desarrollar los cultivos agroecológicos que luego venden en las ferias.

“Este es un lugar hermoso, que tiene todas las cualidades que necesitamos para producir. El clima es seco, entonces es ideal para poder reproducir semillas, que es una de las patas principales del proyecto, obtener sus variedades y  que puedan tener una adaptación a las condiciones de la zona”, explica, y añade que este aspecto fue determinante en su elección de vida: “Queríamos volver al campo y generar alimentos sanos, para brindarlos a una comunidad, y elegimos la de Merlo en este caso, a través de la feria”.

 

 

 

 

Lo primero que hicieron en el lote, luego de preparar el suelo, fue instalar el sistema de riego por goteo. “En una parcela pusimos los caños subterráneos y las válvulas distribuidas en diferentes sectores. En verano regamos cada dos días, entre 6 y 8 horas, y en invierno cada tres días”, explica, y señala los cultivos que están dispuestos en una especie de medialuna y tapados  para enfrentar las heladas de la época, que ocasionan estragos si no están protegidos.

 

“A medida que fuimos adaptando las tecnologías, fuimos avanzando. Actualmente tenemos en este predio cinco mil metros de huerta, del otro lado del monte hay otros cinco mil más, pero allá la metodología de trabajo es de chacra. En la zona principal pusimos más hortalizas y es un poco más intensivo”, aclaró Ramallo.

 

 Variedad. Dentro de la huerta hay especies conocidas y otras poco difundidas.

 

El manejo es diferente porque cuando terminan de cosechar, por ejemplo la lechuga, nutren los camellones. “Ponemos un abono que producimos nosotros y sembramos otro cultivo. Hacemos rotación, pero no dejamos descansar la tierra, consideramos que, por ahora, no es necesario. Del otro lado sí, además de la rotación, dejamos descansar el suelo y trabajamos con  cucurbitáceas”, especifica Rodrigo.

 

Los amigos se instalaron hace tres años en la zona de Los Nogales, en pleno valle de Merlo. “El próximo va a ser nuestro tercer verano y cada vez nos vamos expandiendo un poquito más sobre el lote, pero no sacamos los árboles autóctonos. En la entrada pasamos el disco, aramos, abrimos un espacio nuevo. En realidad, en todos los espacios que vamos ganando iniciamos con un zapallar y en la siguiente temporada incluimos una hortaliza fina”, afirma.

 

Para nutrir el suelo, los productores elaboran preparados especiales con material orgánico específico de la zona.

El concepto que rige dentro de la huerta es invertir en la nutrición del suelo, “implica un esfuerzo muy grande porque no compramos abonos, sino que los elaboramos nosotros con materiales del lugar, porque aportan una microbiología autóctona. Consideramos que sería diferente si los compráramos y estuvieran elaborados en el sur de la provincia, por ejemplo, donde la microbiología es diferente a ésta. Al tener tierra propia sabemos que estamos nutriendo el suelo con lo que le hace falta y toda la materia orgánica quedará ahí enriqueciéndolo”, dice el agricultor.

 

Uno de los preparados que elaboran es el bokashi, que a diferencia de un compost común, que tarda cerca de 6 meses en estar listo, este se puede usar entre 21 y 24 días. "Está compuesto por una parte seca y una húmeda. Agregamos  carbón, harina de roca, cebada de cerveza y carbonilla. Intentamos conseguir distintos materiales, no compramos, y a medida que vamos obteniéndolos, compostamos. Mezclamos y damos vuelta todos los días para que no pase los 60 grados, si se sobrepasa esa temperatura la materia orgánica se comienza a consumir y no nos sirve, porque se desmineraliza”, explicó, y aseveró que cada vez que trabajan sobre un camellón, luego de la cosecha tiran una bolsa de 20 kilos.

 

  Verde radiante. Los cultivos reciben nutrientes de preparados especiales con materia orgánica de la zona de los Comechingones.

 

“Los abonos líquidos vienen de la fermentación de la bosta de vaca, nuestro pequeño rodeo está conformado por cinco. Apenas defeca el animal, con toda la microbiología, que es sensible a la luz, la sacamos para que no muera y la metemos en un tacho de 200 litros. Ahí fermentamos con melaza, suero, proteína y otros ingredientes, así aprovechamos todos los beneficios del rumen de la vaca”, especifica el joven, que se convirtió en el vocero espontáneo de la finca, y además reconoce que el trabajo dentro de la finca es incansable, aunque les produce mucha satisfacción llevar adelante el proyecto conjunto.

 

Dentro de la finca se trabaja también bajo los postulados de la trofobiósis, un enfoque que estudia la relación benéfica entre las plantas y los insectos. “Este concepto incluye además la idea de que si un suelo es sano, la planta también lo es. Así como el ser humano tiene que estar sano, el suelo tiene que estarlo para que la planta crezca en equilibrio”, indica Rodrigo.

 

 

En sintonía con los animales

 

Actualmente dentro del predio hay cinco vacas para consumo propio. “En el trabajo con ellas intentamos hacer un pastoreo racional rotativo. Están en el lote donde trabajamos la chacra y las tenemos divididas en parcelas pequeñas, esto hace que no seleccionen tanto el pasto y se coman todo”, cuenta Rodrigo, y añade que “esta metodología permite que prolifere una mejor pastura, porque si el animal selecciona solamente las que quiere consumir, en el tiempo habrá solamente pasto menos deseado. Entonces así, no solo mejoramos la pastura sino que abonamos los nogales que rodean el espacio”.

 

 Las semillas. Además de producir verduras, los productores ponen un fuerte énfasis en cosechar semillas de los cultivos.

 

Además, explica el productor, los animales mantienen el pasto corto y eso hace que haya menos humedad alrededor de los frutales, esto reduce la probabilidad de que se generen hongos. “Los nogales son muy sensibles a la  fitóftora y enfermedades que atacan las raíces y el fruto. Entonces de esta manera cortamos el pasto. Así ahorramos nafta y herramientas para hacer un mantenimiento más riguroso. Son tres hectáreas en total. Por ahora no vamos a ordeñarlas, son Aberdeen Angus para carne”, especifica.

 

Encaminados y con muchas expectativas, los tres amigos proyectan incorporar más animales en un futuro. “Nuestro fuerte ahora son las verduras y hortalizas, más adelante y a medida que vayamos dominando espacios, empezaremos a meter más especies. Nuestro sueño es tener una granja lo más sostenible en el tiempo posible,  con el menor impacto en el medioambiente. En esta idea entran gallinas, gansos y sembrar más frutales. Este es un lugar especial para tener un apiario también, queremos producir miel porque estamos rodeados de especies nativas que desarrollan una gran diversidad de flores, pero vamos de a poco”, dice, mientras se pone serio al clavar el freno.

 

Además Rodrigo sabe que en el monte que los rodea hay una gran cantidad de recursos y no los están trabajando: “Estamos rodeados de algarrobos negros, que tiene una chaucha muy sabrosa para las vacas, y además son ideales para la producción de miel. Somos conscientes de que no estamos aprovechándolos. Lo mismo pasa con el valor agregado en la preparacion de arrope de chañar o piquillín, que son medicinales”, afirma.

 

Los jóvenes producen kale, daikon, chirivía y otras especies cuya demanda proviene de quienes hacen dietas especiales.  

 Para la ensalada. Zanahorias frescas y sabrosas, recién sacadas de la tierra.

 

Una filosofía de vida

 

Ramallo tiene 32 años y Pérez Shuster 36; juntos cursaron y vivieron en un campo en Ezeiza. “Después conocí a Federico (36), amigo de la infancia de Gabi, que estuvo viajando por Centroamérica un tiempo. Visitó diferentes comunidades hasta que decidió volver a la Argentina para sumarse a este proyecto, donde además conoció a su pareja y ya tiene una hija, ellos viven en la zona más urbana”, contó el joven.

 

El productor de Merlo añade que los tres comparten una filosofía de vida que los une al trabajo de la tierra y el cuidado del medioambiente. “Esta búsqueda no nos permite tener otros trabajos, porque decidimos abocarnos a esto como modo de vida. Acá estamos poniendo nuestra energía, tener una quinta es un trabajo que te tiene pendiente gran parte del día, todos los días. Se necesita dedicación y amor. Esta actividad es muy gratificante en muchos sentidos. Producir alimentos que sanan a la gente, con una modalidad en la que se cuida el suelo, que es nuestro patrimonio, es hermoso y a la vez implica un gran sacrificio”, postula.

 

Ramallo expresa que “el ser humano debería relacionarse con el entorno para descubrirlo y darse cuenta de que en realidad la vida como la conocemos hoy es producto de la endosimbiosis de la comunidad del trabajo de las diferentes bacterias y virus que tuvieron que acoplarse para poder sobrevivir. El ser humano es parte de la naturaleza y el trabajar la tierra es básicamente algo que llevamos adentro, en nuestra genética, intrínseco de los mecanismos propios de la tierra. Tenemos que trabajar en consonancia con ella ya que todo lo que tenemos viene de ella, aunque a veces nos olvidamos, esto es parte de esa vuelta, generar vínculos con la tierra, es una forma correcta de sobrevivir. En esa búsqueda ideal o ideológica es donde yo vengo a vivir al campo”.

 

 

La producción y la venta

 

Los sábados en la Feria Franca tienen clientes fieles, que esperan toda la semana para conseguir las hortalizas agroecológicas. “Nuestro diferencial es que hacemos verduras que quizá no se encuentran comúnmente en los comercios. Cosechamos nabos, rábanos, kale, daikon y chirivía, que es una especie de zanahoria blanca. Acá en Merlo hay mucha afición por los productos macrobióticos entonces cuando empezamos a trabajarlos nos fue muy bien. Destinamos los alimentos a personas que hacen dietas especiales y aprovechan lo que ofrecemos. Nuestro punto de venta más grande es la Feria Franca. Algunos martes aprovechamos y hacemos entregas en La Paz, en Córdoba. También nos asociamos a unos muchachos que revenden o que arman bolsones”, concluyó.

 

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