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Frambuesas en un rincón patagónico entre las sierras

Silvia Rabinovich y Andrés Bustos son los propietarios de la finca Las Claritas. Allí también trabajan con hortalizas de temporada y árboles frutales de durazno, damasco y membrillo.

Por María José Rodríguez
| 19 de junio de 2022
A esperar. La cosecha alcanzará su mayor esplendor entre noviembre y diciembre.

En la finca Las Claritas, ubicada en la localidad de Cerro de Oro, pegadita a la Villa de Merlo, hay una excepción que rompe la regla: Silvia Rabinovich y Andrés Bustos producen frambuesas. Es una fruta que por lo general se da muy bien en la Patagonia y en las serranías de Buenos Aires, en épocas de frío y cuando las bajas temperaturas comienzan a desaparecer de manera paulatina. “La cosecha plena es en diciembre, aunque inicia a mediados de noviembre. A partir de ahí hacemos pasadas todos los días porque si no, los pájaros te ganan de mano. La planta sigue dando hasta que se hiela”, cuenta Silvia, orgullosa.

 

El otoño apagó por unos meses el encendido colorido de las flores que caracteriza a la huerta, en la que también producen otros frutales y hortalizas de temporada para consumo propio.

 

 

 

Dentro del predio, el paisaje es hermoso. Cada espacio combina con una apacible alfombra de  césped. Además, en el fondo, hay un árbol altísimo con todas las hojas amarillas que caen a cada rato. “La variedad que trabajamos se llama heritage. Vale aclarar que no usamos productos que no sean naturales para nutrirlas y para cuidarlas de cualquier plaga. Actualmente tenemos entre 600 y 900 plantas, las reprodujimos a partir de dos ejemplares que compramos hace aproximadamente 13 años. En ese entonces ni conocíamos cómo trabajar la frambuesa, decidimos adquirirlas porque teníamos curiosidad por la fruta. Las pusimos en el suelo y ellas solas se empezaron a multiplicar. Entonces decidimos que era tiempo de organizarlas e ir armando hileras, ya tenemos cuatro filas”, afirma Andrés, y añade que de a poco fueron conociendo el cultivo que se adapta a climas templados con periodos de invierno, cuyas temperaturas oscilan entre los 5° y los 20°, con buena amplitud.

 

 

El tiempo de la cosecha es muy lindo, se hace en forma manual y vamos recorriendo cada planta, es un trabajo minucioso”. Silvia Rabinovich, productora de frutas y hortalizas.

 

 

“Las temperaturas altas influyen en la fotosíntesis y el crecimiento, las bajas están relacionadas con el proceso de floración. En total el arbusto requiere entre 700 y 1.200 horas de frío”, explica la productora, y añade que tienen contabilizada la cantidad de plantas “porque cuando pusimos el sistema de riego por goteo había que hacer un cálculo estimado. A medida que van creciendo se van expandiendo y nos tomamos el trabajo de sacarlas y acomodarlas en las hileras. De esta manera las vamos organizando para que crezcan sobre los espaldares”.

 

La cantidad de fruta que cosechan dependen de varios factores. “Si tenemos un invierno positivo y disponemos de una buena cantidad de agua en verano, obtenemos aproximadamente 350 kilos. Los últimos tres inviernos fueron malos, recolectamos menos, cerca de 250 kilos”, afirma Silvia.

 

 

 

Andrés indica que cuando obtienen el grueso de la cosecha, “llega el momento de poner valor agregado. Preparamos dulces, aceto, vinos, licores, salsas y "Gancia casero". Lo mismo hacemos con el resto de las frutas, tenemos membrillos, damascos y duraznos, y al excedente lo comercializamos”, dice, y Silvia agrega que todos sus clientes llegan hasta la finca debido a que la frambuesa les llama la atención. “Lo que les parece raro es que se produzca en esta zona. La novedad fue circulando de boca en boca, los que vienen una vez, por suerte vuelven. Son los mismos que después recomiendan a otros. Más un poco de movimiento que tenemos en las redes sociales, nuestros folletos y los catálogos de la provincia y de la Municipalidad de Merlo. La gente está contenta y viene por frambuesas frescas. Se nos terminan rápidamente”.

 

Divertidos y apasionados por el proyecto que llevan adelante, Andrés y Silvia cuentan que en pleno diciembre los clientes y los amigos ingresan a la finca y se ponen a cosechar junto con ellos. “En un principio teníamos buenos inviernos y agua en cantidad. Estos últimos tres años, entre la pandemia por Covid-19 y la falta de lluvias, todo se fue complicando un poco”, lamentan.

 

 

 

Los cuidados de la frambuesa

 

Para que los frutos de la planta de frambuesa prosperen, es importante que diariamente reciban entre ocho y diez horas de sol. “Es precisamente gracias a esto que mejoran su tamaño, el sabor y la jugosidad. También hay que cuidar los arbustos de los vientos intensos”, afirma Andrés, y sigue: “Con respecto a otras frutas, hay una gran diferencia en la época de poda, cuando comienzan a salir los brotes de los gajos hay que ir acomodándolos en los espaldares para que no se caigan debido al  peso del ramo de flores”.

 

Silvia añade que los cultivos sufrieron mucho las altas temperaturas de enero y después ante la falta de agua, “se vieron perjudicadas como el resto de las hortalizas de la huerta”.

 

Otro aspecto fundamental para el matrimonio de productores es el trabajo intensivo que realizan para nutrir el suelo. “Vamos a un corral a buscar el abono, preparamos la tierra y una vez que los microorganismos hacen lo suyo lo incorporamos a las hileras”, indica, y asevera que en verano, “la planta se puede empezar a 'embichar’. En ese momento nuestro trabajo se hace más intenso porque tenemos que detectar los yuyos, elaborar los purines y pulverizarlos, hay que hacerlo una vez por semana porque cuando producís con materiales orgánicos las tareas son más frecuentes, y es un trabajo arduo”, reconoce la productora. 

 

A diferencia de los árboles frutales que pueden demorar entre 4 y 5 años en crecer para que resulten productivos, “la frambuesa se da ni bien la plantás, no hace falta esperar a que crezca. La ponés en el suelo en verano y enseguida sale la fruta. Nosotros la multiplicamos porque este tipo de cultivo tiene un rizoma de color blanco, que va por debajo de la tierra y va largando hijos, es decir más plantitas. Ahí las vamos separando, otros productores las hacen por semilla o esqueje, pero nos resulta mejor así”.

 

 

 

“El tiempo de la cosecha es muy lindo, se hace en forma manual, vamos recorriendo cada una de las plantas, es un trabajo minucioso.La frambuesa es muy delicada porque es pura pulpa, entonces hay que tener cuidado de que no se desgrane. Tampoco se puede aplastar. A medida que va pasando el tiempo se va deshidratando y achicando. Al realizar un manejo orgánico todas las frutas contienen mayor cantidad de agua. Entonces hay que tener cuidado, es decir que si vendemos frambuesas frescas las vendemos en el día, no dejamos que transcurra más tiempo”, asevera Silvia y Andrés complementa la información: “El período de cosecha para nosotros inicia a mediados de noviembre. En diciembre estamos a pleno recorriendo las hileras, ahí es cuando se suman amigos. Pasamos todos los días, no solo porque los pájaros se comen las frutas, sino porque van madurando sin parar. El final de la cosecha se acerca cuando inician las primeras heladas, aunque por lo menos hasta mayo seguimos sacando algunas”.

 

 

La huerta a pleno

 

El mismo amor que Silvia y Andrés le ponen al cuidado de las frambuesas, se lo dedican a la huerta que tienen en el predio. “Ya pusimos todas hortalizas y verduras de invierno, en pandemia nos divertimos haciendo un invernadero de botellas, cerramos una parte con nailon, y dentro de ese espacio también pusimos cultivos, los más delicados como espinaca, arvejas y lechuga. Afuera tendremos coles y acelga, después nos preparamos para el verano y ponemos las de temporada. La producción es para autoconsumo, solo compramos aquellas que insumen mayores nutrientes en el suelo como la papa, la batata y la cebolla”.

 

Frutales tienen muchos, pero ningún cítrico. “Con lo que obtenemos también nos abastecemos en invierno y hacemos compota, mermeladas, dulces y vendemos solamente cuando queda excedente”, explica Andrés, y Silvia añade que para ella vivir en la finca es un sueño cumplido: “Anhelaba esto desde chica y pude cumplirlo, y hace 13 años que estoy feliz”.

 

Andrés comparte el sentimiento y añade: “No hay satisfacción más grande que la de querer comer una ensalada y salir a buscarla al fondo de tu casa. Saber lo que comés, porque lo cuidaste y lo nutriste, es lo mejor. Lo disfrutás de otra manera”, especifica y adelanta que por estos días está abocado al cuidado de un par de gallinas, “es muy reciente este proyecto, lo que buscamos es producir huevos”.

 

Para saber cómo continúa esta historia habrá que regresar en diciembre y conocer la finca y la cosecha de frambuesas en todo su esplendor.

 

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