SAN LUIS - Viernes 17 de Mayo de 2024

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La medalla que demoró cuarenta años en llegar a su dueño

Un peatón la encontró en una calle de Buenos Aires. La televisión ayudó a que el excombatiente puntano la recuperara.

Por Johnny Díaz
| 02 de abril de 2022
El momento esperado. José Darío Orellano recibe de manos de Alberto Lozauro, un excolectivero, la medalla que obtuvo por su participación en 1982. Foto: Marianela Sánchez.

Pareciera que fue ayer, pero pasaron 40 años y, por una situación fortuita, finalmente José Darío Orellano pudo colgar en su pecho la medalla de honor que había logrado por su desempeño en el conflicto de 1982.

 

La historia de la presea comenzó en Buenos Aires, cuando un peatón que caminaba por calles aledañas a la base militar de Morón encontró accidentalmente una bolsa de nailon. Al patearla, escuchó ruido de monedas o chapas. Sergio Ariza se las acercó a su amigo colectivero de la línea 216 de Capital Federal: Alberto Lozauro. El chofer, malvinero de corazón, tenía ploteada su unidad con fotos, recortes de diarios, calcomanías, banderas y souvenires. Hasta ahí llegó Ariza para contarle la inverosímil historia de las doce medallas halladas en una calle de Buenos Aires. “Hace más de nueve años que tengo esta bolsa, a vos te pueden servir de algo y entregarla a sus verdaderos dueños”, le dijo.

 

Lozauro no le creía, le parecía ilógico: “Al verlas sentí una inmensa emoción y una incredulidad difícil de relatar. Me las dio y vi que eran de la Fuerza Aérea, comencé a peregrinar y buscar por todos lados. Llegué al edificio Cóndor donde me las pidieron, pero me negué. Dudé de que se las entregaran a sus respectivos dueños. Opté por darles una lista con los nombres que figuraban en las medallas, a los tres días, apareció un veterano, Raúl Leguizamón, reclamando su medalla, fue la primera gran emoción. Busqué en los padrones electores y en las redes sociales, hice un trabajo de hormiga. Así llegué a TN y Canal Trece, y con Mario Massaccesi comenzamos una cruzada que nos llevó a buen puerto. Ya encontramos seis de las siete”.

 

Así llegó a José Orellano, de San Luis. Una vecina del veterano había visto el programa y le avisó, pero no estaba en la lista, o al menos eso creía. Al tiempo, alguien de Villa Ballester se comunicó con Lozauro y le dijo: "Cómo que no está Orellano, él estuvo en la primera línea de fuego en Puerto Argentino cuando las bombas picaban cerca. Le mataron a sus compañeros y él los sepultó con sus manos". Ante esta situación revisaron todo y apareció la medalla, que estaba en una cajita de tres. En realidad eran doce. 

 

Arma Terrestre. Fue que fabricó Orellano con un carro BOT5, un elevador de bomba TER y tres coheteras LAVG1. Foto: Gentileza.

 

“Nos comunicamos con Orellano y así, este héroe de Malvinas pudo colgarse en su pecho la merecida medalla obtenida en el conflicto del Atlántico Sur”, dice el excolectivero.

 

La ceremonia de entrega se hizo en marzo pasado en el Centro de Excombatientes de Malvinas 2 de Abril, presidida por Ofaldo Lucero, con la presencia de Lozauro, familiares y excombatientes.

 

Orellano, quien prestaba servicios en la base aérea con asiento en Reconquista, Santa Fe, como mecánico especialista en armamento, pertenecía al Grupo Técnico Tres cuando lo sorprendió el llamado al frente de combate.

 

Emocionado contó su experiencia: "No fue fácil, pero sentí que de alguna forma estaba descargando la tensión, la angustia y el dolor guardado durante años".

 

 

Orellano recuerda aquellos días: "Fue el 7 u 8 de abril, nosotros sabíamos lo que estaba pasando, preparamos los pertrechos y el material bélico a llevar en un avión Hércules. Ocho Pucará habían salido de Reconquista rumbo a Tandil y de allí a Puerto Argentino. Ahí yo era mecánico especialista en armamento, atendía los Pucará que llevaban un sofisticado armamento compuesto de dos cañones de 20mm y cuatro ametralladoras 762mm. Pueden cargar cohetes calibre 275 y bombas de hasta 250 kilos. Los cohetes y las bombas van por debajo de sus alas o en el centro, ahí se colocan los contenedores de esos explosivos, es una forma simple, pero muy efectiva". El hombre hace un alto para recordar a Jorge Saúl Piaggi y Juan Rodríguez, quienes eran de su promoción, y Juan José Natali y Luis Omar Tolosa como sus compañeros inmediatos.

 

"Apenas aterrizamos, la orden fue desembarcar el material bélico y a unos 300 o 400 metros, hacer nuestros pozos de 'zorros', una excavación en el terreno que nos servía de refugio, de unos cuatro metros por cuatro. De techo usábamos restos de pista móvil y encima le poníamos tierra o lo que fuera para disimular. Cuando sonaba la sirena indicando que venían 'los piratas', corríamos a refugiarnos, ingresábamos de cuclillas y permanecíamos así todo el tiempo, hasta nuevo aviso. Compartíamos el lugar con el cabo primero Domec, el suboficial ayudante Pérez y el cabo principal Moratore. Éramos los únicos cuatro porque prácticamente el núcleo central de nuestra base se había trasladado a Darwin. Además, en nuestra fuerza teníamos muchos heridos, lo que complicaba más el panorama", recuerda Orellano.

 

El 30 de abril la situación era muy complicada, eran momentos muy duros y difíciles para todos, el poderío de los atacantes se hacía sentir y los bombardeos eran casi continuos. "Pese a que no me quería separar de mis compañeros, quedé en Puerto Argentino, unas líneas de fiebre no me permitieron abordar rumbo a Darwin", relata.

 

Orellano, con los ojos llenos de lágrimas, recuerda como si fuera ayer un triste episodio que vivió mientras estaba internado en el hospital de campaña junto a camaradas de la Marina y del Ejército. "Inesperadamente, comenzamos a escuchar explosiones cada vez más fuertes. Nos acercamos a una de las ventanas y veíamos como una película de guerra: explosiones por todos lados, incendios, cañonazos, cohetes que cruzaban en distintas direcciones. Fue un panorama dantesco muy difícil de olvidar, nunca imaginé vivir una situación así, 'los piratas ingleses' habían comenzando un ataque en simultáneo a Darwin y Puerto Argentino, fue tremendo".

 

No tardó mucho tiempo en que escucharan los helicópteros que traían los heridos, entre ellos del Grupo Tres de Ataque. Allí estaba su camarada Jorge Piaggi, quien le dijo a Orellano: "Mataron a Mario Duarte, nos hicieron hilacha en la pista". El veterano de Malvinas hace una pausa en su relato, sus manos tiemblan, su voz se quiebra y sus ojos se nublan. Su esposa, junto a él, aprieta con fuerza su brazo izquierdo como para darle aliento y tranquilidad, como siempre lo hizo en los momentos difíciles. "En ese ataque murieron ocho de los nuestros, había muchos camaradas muy malheridos producto de las explosiones y de las esquirlas. Ayudé en lo que pude y en lo que fuera, lo primero que hice fue buscar entre sus pertenencias los documentos, objetos de valor y colocarles sobre su uniforme un papel identificatorio. Entre ellos estaban Carrizo y Brasich (quien tenía una pierna cortada y no quería volver a la Argentina sin una de ellas), quienes murieron allá. También Víctor Gatica y José Zaguirre, ambos de Villa Mercedes, que estaban hechos pedazos. Fue terrible, nada de lo que he vivido se parece a aquello. Uno de ellos era vecino mío en Reconquista, el otro era como mi hijo. Fue un dolor tremendo imposible de olvidar”.

 

En la base. José Darío Orellano (de pie, a la derecha), junto a pilotos y mecánicos en la pista de Puerto Argentino. Foto: Gentileza.

 

“Con todo el dolor del alma por todo lo que significa, previa autorización, procedí a higienizar los cuerpos para sepultarlos. Me facilitaron una ambulancia y personal para esa tarea. Los envolví en mantas y en sus ropas puse sus nombres para cuando pudieran traerlos al continente. Fue una tarea dolorosa y llena de sentimientos”, dice el excombatiente.

 

Puerto Argentino había quedado casi inoperante, pero Orellano, acompañado de personal del Ejército, fabricó una cohetera de tierra, utilizando un carro Mirval 5 elevador de bombas y un TER (Triple Ejector Rack) y tres coheteras LAV G1, con otros materiales. “Se podía accionar de unos 50 a 60 metros de distancia. Las pruebas se hicieron en la costa con cohetes de baja velocidad y fue de mucha utilidad. Fue un arduo trabajo, era a contrarreloj", manifiesta.

 

En el período que José Orellano estuvo en Puerto Argentino sucedieron muchas cosas imposibles de olvidar. El trabajo de los militares en el frente era arduo y difícil. La superioridad inglesa era evidente. Pero el valor y el patriotismo nunca estuvieron ausentes.

 

Regresó con un permiso médico especial que le permitiera trasladar a su hijo Martín a Buenos Aires por problemas de insuficiencia renal (su esposa le donó un riñón).

 

Tenía 28 años y toda una vida por delante. “Era tanto el nerviosismo y la adrenalina, que no recuerdo haber comido o dormido en el frente. Me alimentaba con barras de chocolate, agua y jugos. Nunca nos faltó la comida, ni la ropa de abrigo, pero era casi imposible estar tranquilos”.

 

A su regreso a la base de Reconquista, Orellano siguió en funciones un tiempo, pero por razones de salud pidió la baja. Los momentos vividos lo habían llevado a una situación límite que le era difícil soportar. Hoy con el amor de su esposa Norma Silvia Stancich, sus hijos Martín, Franco y María José y sus nietos Micaela Victoria, Delfina Salomé, Lucas Ezequiel, Gaspar, Benicio y Lucio, luce recuperado. Con el tiempo volvió a San Luis de donde es oriundo para lucir su tan ansiada medalla. Y deja una frase cargada de patriotismo, "Si tuviera que volver, vuelvo con todo orgullo".

 

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