15°SAN LUIS - Jueves 18 de Abril de 2024

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Bullying: risas que duelen, golpes imborrables

Estaba acostado, interpelado por los pensamientos que instan las almohadas antes de dormir. En medio de diáfanos recuerdos de mi infancia y mi adolescencia, pasaron imágenes de lamentables experiencias que afronté frente al bullying. Podía dejarlas pasar o transmutarlas. La computadora y el insomnio me desafiaron y empezaron a brotar estas líneas.

 

Durante muchos años sufrí el acoso escolar. En mi niñez se trató de golpes, en mi adolescencia fueron burlas. No me gustaba el fútbol, era un tanto aplicado en mis estudios, no salía demasiado, estaba excedido de peso; esos eran los motivos de la violencia. A la luz (oscura) de quienes se burlaban de mí, yo era un “maricón”. Sin ahondar en detalles, hubo instantes terribles en mi interior. Muchos habilitaban con su silencio (o con su eco) a las risas del campeón.

 

Son muy fuertes las heridas que provocan las carcajadas. El dolor de los golpes se siente más en el corazón que en la piel. Pocas veces respondí a los ataques, pero hubo ocasiones en las que lastimé con mis palabras, así como lo hicieron conmigo. También me defendí físicamente, con un agotamiento emocional insuperable, en otro término: exploté. No me enorgullezco de eso.

 

Pude superar en gran parte el bullying y hubo dos cosas que me ayudaron. Por un lado, los profesores y autoridades del colegio al que iba, que se comprometieron en épocas en las que el acoso escolar no estaba tan difundido.

 

Pero lo más importante fue el amor de mi familia. Mi mamá me escuchó, secó mis lágrimas, y me motivó. Mi hermana, mi abuela, mi papá. Todos estuvieron para contenerme. Cada una de sus acciones me ayudaron a ir hacia adelante, a no tirar la toalla. Dios hizo lo suyo, dándome las fuerzas que necesitaba.

 

Por muchos años seguí adelante, tratando de ignorar las burlas. De alguna manera, sabía que la vida era lo suficientemente hermosa como para perder el tiempo en algo tan amargo. No fue nada fácil, pero el amor, la empatía y la solidaridad me salvaron.

 

Ya pasaron muchos años y a veces, en distintos órdenes de la vida, el bullying aparece renovado: otros escenarios, otras ofensas. En gran parte está superado, pero cada tanto se retuerce la autoestima. Cuando todo parece remontarme al pasado, lo que me sigue salvando es el amor, que hoy tengo duplicado con la familia que formé.

 

¿Cuál es el sentido de escribir estas palabras? Instar a quienes las lean a tener empatía, a saber ponerse en el lugar del otro. A las víctimas, que no duden en ampararse en el amor de la familia y de los verdaderos amigos. Manifestar estos hechos, sacarlos del ámbito del silencio, creo que es algo fundamental. A los que pueden hacer algo, que actúen. También se peca por omisión.

 

El bullying no solo nace en los hechos demasiado concretos, también está cuando se asientan pensamientos absurdos como el “no me río de vos, me río con vos”, o cuando resurgen dichos como el “no es para tanto”. Sí, es para tanto. Solo el que lo padece lo entiende. Verdaderamente es importante, emocionalmente uno se desestabiliza.

 

Con lo avanzado que está el mundo, es hora de empezar a ser mejores seres humanos. La clave está en el hogar, en los valores que se inculcan desde pequeños. La burla y la violencia tienen que despertar el rechazo, no pueden formar parte del paisaje cotidiano.

 

Que estas cuestiones nos inviten a tender puentes y derribar muros.

 

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