19°SAN LUIS - Viernes 19 de Abril de 2024

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El extraño encanto argentino

Una Copa del Mundo también hace mejor a un país. El festejo argentino por el campeonato de ayer incluye la perspectiva de un punto de partida, de un abrazo fraterno que permita saldar las deudas internas y (¿por qué no?) las externas. Si no es así, el mes celeste blanco impulsado por el fútbol, las publicidades y la vuelta de la ilusión se habrá agotado en el vacío de una cancha sin espectadores.

 

No debería ser una ilusión pensar que el logro deportivo que hizo que millones de argentinos se fundieran en el grito más esperado sea el disparador para que la sociedad empiece a mirarse de otra manera, más amigable, más responsable y solidaria. No debería ser eso una utopía. Debería ser una promesa firmada en el mismo momento del pitazo final.

 

Silencioso, de perfil bajo, en duda para ingresar a la lista de mundialistas hasta último momento, hay un jugador argentino que representó como pocos los vaivenes nacionales. Es justamente el que tuvo a cargo patear el último penal y le dio el triunfo al equipo, aunque las cámaras siempre enfocaron a otros lados. Gonzalo Montiel ingresó en el suplementario para menguar las estocadas mortales de Mbappé. No lo consiguió. Y encima metió la mano e hizo un penal en el tramo final que decretó el empate definitivo de Francia, cuando el drama ya estaba escrito.

 

Pero la oportunidad lo encontró frente al tiro más trascendente de su vida. Más argentino, el dulce de leche.

 

El otro extremo es el jugador insignia del plantel nacional. Siempre seguido por las luces -las del estadio, las de la cámaras, las que vienen de la épica-, de perfil alto muy a su pesar, siempre presente en cualquier convocatoria, Lionel Messi representa hace años el ser nacional futbolero por excelencia y por derecho propio. Ayer (en realidad mucho antes) se oficializó como el mejor jugador de la historia.

 

Familiero, insultador a lo bobo, formado en el exterior, aferrado al sentimiento nacional, de tanto ir consiguió lo que buscó toda la vida. Más argentino, el asado.

 

La final de ayer comprobó que otro carril por el que transita el país de manera constante es el sufrimiento, sentir necesario para sobreponerse. El tango tuvo razón una vez más y los nervios fueron y vinieron al ritmo de los goles del 10 nacional y el 10 francés.

 

El logro deportivo que se esperó durante años ya fue logrado por 23 futbolistas que regaron de gloria este suelo e hicieron que el país sea un poco mejor. Queda que ahora 45 millones jueguen un partido por hacer que ese mismo país sea más justo, más solidario y, si se puede, llegue a fin de mes sin tantos aprietos. El pitazo inicial es hoy mismo y el viento sopla a favor.

 

 

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