SAN LUIS - Viernes 03 de Mayo de 2024

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Lo que buscás está en tu corazón

Ignacio Peries Kurukulasuriya, más conocido como Padre Ignacio, es un religioso esrilanqués nacionalizado argentino, párroco de la iglesia Natividad del Señor, en el barrio de Rucci, Rosario. Lo sigo a la distancia desde hace muchos años. En lo personal, como periodista, me apasiona la capacidad de comunicar que tiene y cómo ha desarrollado la prédica del Evangelio en palabras y acciones. Como creyente, me impregna de un misticismo crucial.

 

Definirlo en pocas líneas es difícil. Se ordenó en el sacerdocio en 1979 en Londres, Reino Unido. Forma parte del grupo denominado Cruzada del Espíritu Santo. Antes de llegar a Rosario estuvo en Tancacha, Córdoba. Es reconocido en el país y en el mundo porque se le atribuyen sanaciones milagrosas, mediante la imposición de manos.

 

Hace poco me surgió una oportunidad que marcó un antes y un después en mi camino espiritual. Realicé un viaje en familia, con mi esposa, mi hija, mi mamá y mi suegra, que consistió en un recorrido por la Virgen de San Nicolás y una visita a la parroquia del Padre Ignacio.

 

Se trató de una experiencia doble. Mi madre tenía la promesa de llevarme a conocer la Virgen, de hecho me llamo Nicolás en su nombre, y por esas cosas de la vida ese deseo de presentarme ante los pies de María, se alejó por unas tres décadas. Estar en el santuario implicó un cruce de sensaciones inexploradas (Dios no hace nada en vano, sus tiempos son justos y perfectos).

 

Por otra parte, el viaje cumpliría el sueño de conocer al Padre Ignacio. Al llegar al barrio Rucci pude dimensionar lo que había visto en informes periodísticos televisivos y gráficos. Una fila de micros daban la pauta de la cantidad de fieles que estaban en busca de sanación. Había aproximadamente más de 5 mil personas, número de un día común, ya que ha llegado a congregar hasta 200 mil fieles.

 

Había dos hileras. Una para buscar agua bendita, otra para ingresar a la misa. Eran cuadras de espera. Y en ese contexto la sanación empezó a brotar indefectiblemente. El solo hecho de ver a tanta gente con sus dolores, afecciones físicas y espirituales, con las cruces más pesadas que se puedan cargar, era la muestra más pura del poder de la fe.

 

Es esta parte de la historia en la que comenzó mi sanación. Tras varias cuadras de espera, aproximándonos al ingreso a la parroquia, nos informaron que el Padre Ignacio se había descompensado. Literalmente era la segunda o tercera vez en toda su historia como cura en la que tuvo que dejar sus obligaciones pastorales por problemas de salud. Nos pidieron que rezáramos por él y que tuviéramos paciencia (es de un ser humano como todos los que estábamos ahí, con sus más de 70 años a cuestas).

 

No puedo negar que la desilusión intentó abarcarme. Pero no alcanzaron a pasar lo minutos, que una mujer que venía en el viaje con nosotros dijo: "No nos tenemos que hacer problema, al fin y al cabo a quién buscamos es a Dios". No tengo dudas de que esas palabras llegaron a mis oídos por alguna razón. Mi búsqueda de alguna manera iba de la mano con esa frase, que parecía burilarse en la profundidad de mi alma.

 

Del total de personas que estábamos, más de la mitad se fueron al enterarse que el Padre no oficiaría la ceremonia (hay que reconocer que muchos estaban por curiosidad, más que por fe). No puedo recordar el nombre del sacerdote que dio la misa, lo único que tengo en mi mente es que tenía que limpiarme la mejilla reiteradas veces porque la emoción era incontenible. Una Eucaristía vivencial como pocas veces vi en mi vida.

 

No me quedé a la imposición de manos. Tenía muchas ganas, pero mi hija estaba muy cansada y era lo más prudente volver al micro, hacía mucho calor y lo importante era que me llevaba el calor del fuego del espíritu. Cada paso que hice se ancló en la tierra con los vestigios de una persona que ya no era: consumaba el aire un renacer interior.

 

Tenía muchas ganas de escribir esta vivencia en el mismo momento en el que volví a San Luis. Pero mi reflexión no había concluido, lo mejor era esperar. Hace poco recordé un sueño que tuve de adolescente. En mi sueño veía a un conocido y ya fallecido sacerdote que me decía: “Lo que buscás, está en tu corazón”. Por entonces no entendí el significado.

 

Ahora comprendo que el viaje fue eso. Un camino a mi interior. Entender que para buscar a Dios hay que despojarse, ser humildes espiritualmente hablando, y dejarse llevar por sus planes. Nada de lo que está afuera puede calmar las tormentas, solo la llama divina que mora en cada uno de nosotros.

 

Hoy le agradezco al Padre Ignacio porque sin saberlo, me sanó a la distancia.

 

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