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"Los maestros son el corazón de todo el proceso de aprendizaje"

Por redacción
| 06 de julio de 2014
Convicción. Dijo que pasará sus últimos días en una escuela rural.

Con esta vista de fondo da gusto conversar...", dice Gloria Vidal Illingworth mientras se acomoda en un sillón con vistas al lago de Potrero de los Funes. La embajadora de Ecuador en la Argentina llegó a San Luis para sumergirse en el juego que mejor juega y que más le gusta: el de la educación. La invitó la Universidad de La Punta porque estaba ávida por conocer los avances de la educación digital en la provincia y a la vez para que cuente cómo hizo Ecuador, con ella como ministro, para revertir años de abandono y postración de la educación pública.

 

“La enseñanza privada no siempre es sinónimo de calidad. Pagar no asegura nada", opinó Gloria Vidal Illingworth.



—¿Por qué su gestión se reconoce en el mundo como una verdadera 'revolución educativa'?

 


—Porque no encaramos un simple cambio, que es algo efímero. Con el apoyo del presidente (Rafael) Correa hicimos lo que en Argentina se conoce como "patear el tablero", dimos vuelta todo de raíz. Lo más revolucionario fue que reivindicamos a la educación como centro de cualquier actividad. La pusimos en la agenda pública, "después de la larga noche liberal", una frase que le gusta repetir a nuestro presidente.

 



—¿Qué encontró al asumir como ministro de Educación?

 


—Un Ecuador que había dejado de lado la planificación. Por eso desarrollamos el Plan Para el Buen Vivir, una frase que proviene de los pueblos originarios, cuya raíz es el respeto y la tolerancia a los demás. Me gusta decir, como referencia histórica, que pasamos del Medioevo al Renacimiento.

 



—¿Qué vino a ver a San Luis?

 


—Su política educativa, de la que se habla muy bien fuera de la provincia. Sé que hay interés de sus autoridades por un cambio que involucre la calidad de la educación. No sólo permitir un mayor acceso, sino también que haya un desarrollo tecnológico como motor de ese cambio.

 



—¿Ve algunas similitudes con el caso ecuatoriano?

 


—El punto de comunión con la revolución educativa que vivió Ecuador es el apoyo de figuras políticas a esa apuesta. Si ellas toman conciencia, la revolución puede producirse más rápido.

 



—¿Puede San Luis tomar la revolución educativa de su país y aplicarla aquí?

 


—Las experiencias no son necesariamente extrapolables. Nosotros viajamos por el mundo  observando distintas políticas educativas cuando asumimos el Gobierno, pero hicimos una revolución a la ecuatoriana. San Luis hará lo mismo: verá lo que logramos, pero desarrollará una política propia. Tengo mucho interés en conocer su educación digital y ver buenas prácticas de integración.

 



—¿Qué opina de la introducción de las Tic's en el aula?

 


—Me gustan, pero soy crítica de la tecnología en sí misma. Siempre debe ir de la mano de la educación. Hay lugares donde entregan computadoras, pero no las vinculan a la enseñanza. El pizarrón es también tecnología si está bien utilizado. Esas máquinas son un instrumento más, pero no el corazón. Los maestros siguen siendo el corazón de todo el proceso de aprendizaje. Y así será siempre. Yo creo en ellos, deben ser bien pagados y tenemos que potenciar sus carreras profesionales.

 



—¿Cómo se hace para vincular la tecnología al aprendizaje?

 


—A través de maestros bien capacitados. Es el mejor acompañamiento. El maestro es el mediador entre el niño y la computadora, pero debe tener una preparación para evitar la basura de internet y a la vez permitir el desarrollo de una evaluación crítica.

 



—Usted ejerció como maestra. ¿Qué la llevó a elegir esa profesión a pesar de hacer también una carrera en Finanzas?

 


—Siempre supe lo que quería a pesar de que no había maestros en mi familia. Nosotros no estamos sólo para ayudar a los talentosos, eso es fácil, el desafío son los otros niños, los que nos van a ayudar a cerrar la brecha de inequidad y lograr la cohesión social que tanto necesita América Latina. Yo sé que voy a terminar mis días dando clases en una escuela rural de Ecuador, eso lo tengo claro.

 



—¿Cuál fue la llave que le permitió imponer una política educativa totalmente distinta a la que habían llevado adelante otros gobiernos?

 


—El cambio del marco legal a partir de la reforma constitucional de 2008. Allí nació la ley orgánica de Educación Intercultural, que era fundamental en una sociedad como la ecuatoriana, que es un crisol de etnias. La asamblea constituyente nos ayudó a blindar la educación, promovimos artículos claves que luego fueron apoyados en un referéndum y en la Legislatura. A pesar de que no teníamos la mayoría hubo 105 votos favorables sobre 118. Fue una ley surgida desde el consenso.

 



—No debe haber sido fácil cambiar la mentalidad de la clase política de manera tan abrupta.

 


—Ninguna revolución es sencilla. En Ecuador llegamos al extremo de que el 60% de la matrícula estaba en las escuelas privadas.  Y ese era un negocio que había que terminar, porque la enseñanza privada no es sinónimo de calidad, pagar no garantiza nada.

 



—¿Y entonces?

 


—Logramos que la Constitución consagrara a la educación como un derecho humano y un servicio esencial. Entonces se acabaron las huelgas, los gremios pueden protestar, pero no abandonar ese servicio que es dar clases todos los días. Las protestas suelen darse por cuestiones económicas, por eso abrimos mesas de diálogo, pero además mejoramos esos sueldos paupérrimos que tenían los maestros. Volvieron a ser lo que merecían: agentes públicos de primera categoría.

 



—El segundo desafío era lograr la integración de la que tanto habla.

 


—Claro, hubo que cambiar el foco. Pasar de las poblaciones centrales a las rurales, conseguir más participación de todos los estamentos sociales. Debatimos, cuestionamos, y no sólo con especialistas, sino con todo el pueblo.

 



—San Luis puso en marcha una  Institución de Medición de la Calidad Educativa. Ustedes tienen algo parecido, ¿no?

 


—Sí, ajustamos las reglas. Hacemos evaluaciones periódicas de los maestros, entendieron que no debían enojarse, que era mejor para sus carreras. Entonces desaparecieron las escuelas comerciales y de baja calidad, la matrícula pública aumentó en 600 mil alumnos. Fue emocionante. La educación no es un gasto, es una inversión. Es hora de entenderlo.

 


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