Ya pasó un día desde que el dueño del rapipago ubicado en calle Pringles frente a la plaza que homenajea al mismo prócer notó que le faltaban una gran suma de dinero en sus arcas, pero aun no radicó la denuncia en la Comisaría Primera, y eso que ocasiones de hacerlo no le faltaron.
El jueves al mediodía, el hombre llamó a Policía indicando que una de sus empleadas le había robado unos 200 mil pesos aproximadamente, se excusaba de que no podía dar una cifra precisa porque para eso debía realizar un arqueo de caja (recuento de dinero y operaciones realizadas).
El comisario Marcelo Sepúlveda, jefe de la Comisaría Primera, contó que sus oficiales le pidieron al comerciante que los acompañe a la sede policial para hacer la denuncia. Ya en el destacamento el comerciante dijo que antes de denunciarla debía hablar con su abogado, se marchó y volvió por la tarde, cerca de las 20, con el colegiado pero pidió sólo hacer una exposición.
Al tratarse de un delito penal, el Comisario Sepúlveda le informó que no era posible tomarle la exposición y que correspondía hacer la denuncia pero el hombre decidió no ir contra su empleada.
Según relata Sepúlveda, el comerciante regresó media hora más tarde con una versión renovada. Esta vez sostenía que no era su empleada quien le robó sino que a la mujer le habían robado unos desconocidos. Bajo esta nueva historia el hombre estaba decidido a realizar la denuncia.
Con un poco de lógica desconfianza los uniformados le pidieron que traiga a su empleada, a la que había acusado el resto del día para que aporte datos de cómo fue el robo, pero el hombre se fue y hasta el momento no ha regresado.
Finalmente los policías pudieron comunicarse con la empleada del rapipago y ella les dijo que no robó absolutamente nada y que en el fondo existía otro problema laboral entre ella y su empleador. De la plata ni noticias.
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