La inseguridad crece y con ella la demanda de respuestas. Robos, ataques, entraderas. La gente pide patrulleros, agentes en las calles, estrategias que hagan la diferencia. Pide seguridad. Pero en un rincón de la Jefatura Central de Policía, la escena es otra.
Un patio convertido en depósito. Filas de garitas que esperan, apiladas como piezas de un rompecabezas que nadie se apura en armar. Refugios de seguridad que aún no cumplen su propósito. ¿Por qué? Falta pintarlas. Sí, hasta que no las pinten de blanco, no saldrán a la calle.
Mientras tanto, afuera, la inseguridad no espera.


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