Brasil logró reducir el hambre en 2023, pero aún quedan 8,7 millones de ciudadanos en inseguridad alimentaria grave, en un país que es uno de los mayores exportadores agrícolas del mundo.
El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) constató una mejora en relación a su estudio anterior, de 2017-2018, cuando estimó en 10,3 millones de personas en situación de hambre.
Pero la recuperación no alcanzó los niveles de 2013, cuando Brasil alcanzó índices de seguridad alimentaria que lo sacaron el año siguiente del Mapa del hambre de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), adonde volvió en 2022.
La situación en Brasil no escapa a la regla general en Latinoamérica, que produce alimentos por el equivalente a cuatro veces su población y, sin embargo, conserva porcentajes que varían entre el 40% y el 50%, de esa población en situación de inseguridad alimentaria.
La cantidad de brasileros en inseguridad alimentaria grave aún suma un 20% más que en 2013, según los datos de IBGE. Esto ocurre esencialmente debido a tres traumas que afectaron el país en los últimos diez años.
Una fuerte recesión económica en 2015-2016, que provocó una caída de 6,8% del Producto Bruto Interno, con el consecuente desempleo y daños sociales.
En su gobierno de 2019 a 2022 el expresidente Jair Bolsonaro, eliminó o rebajó varias políticas económicas y sociales que promovían la seguridad alimentaria.
Para colmo, del inicio de 2020 a mayo de 2023 tuvo lugar la pandemia de COVID-19 que mató a más de 700.000 brasileros, llenó hospitales y descompuso la actividad económica, todo agravado por el negacionismo de Bolsonaro.
Pero además de esos factores coyunturales, dificulta la meta del “hambre cero” un desarrollo agrícola que prioriza la producción de materias primas, o commodities para exportación, en lugar de alimentos. Eso conduce a la contradicción del hambre en una potencia agrícola como Brasil.
El país exportó 165.050 millones de dólares en productos agropecuarios en 2023, diez veces más que los 16.470 millones de dólares de importaciones. La soja aportó el 40% de todas de esas ventas externas.
En Brasil y en otros países suele decirse que los pequeños agricultores producen el 70% de los alimentos, pero es una exageración imprecisa.
El censo agropecuario de 2017, hecho por el IBGE, apunta el sector como responsable del 80% de la producción de mandioca (yuca), el 42% de los frijoles, el 64,2% de leche, pero solo el 31% del ganado vacuno.
De todos modos, son vitales para la alimentación, especialmente de alimentos frescos, saludables, de producción local.
La reducción de la inseguridad alimentaria en la primera década y media de este siglo en Brasil se debió en buena parte a programas de alimentación escolar y de compras estatales de la agricultura familiar, impulsados en los dos primeros períodos (2003-2010) de gobierno del presidente Luiz Inácio "Lula" da Silva, nuevamente elegido para un tercer período (2023-2026).
Por eso aumentar la productividad de la agricultura familiar es una prioridad del actual gobierno brasilero, que volvió a reponer en la agenda el combate al hambre, incluso como propuesta al Grupo de los 20 países de economías más importante (G-20), actualmente bajo la presidencia de Brasil.
Las desigualdades regionales dificultan el combate al hambre. La inseguridad alimentaria moderada y grave, que indican escasez cuantitativa o cualitativa de alimentos, afecta al 16% de la población del norte amazónico y al 14,8% de la del nordeste, contra un promedio nacional de 9,4%.
La paradoja del hambre en Latinoamérica tiene su ejemplo más notable en Brasil, la principal potencia de América del Sur.
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