Gabriel Maldonado
Periodista
Una herida que aún sangra
Aquel viernes, el desembarco de tropas argentinas en Malvinas shockeó a un país que transitaba una de las peores, sino la peor, etapa de su vida institucional. La sangre derramada por la dictadura empezaba a doler como nunca, y la sociedad empezaba a reaccionar.
Ese 2 de abril de 1982 nació una gesta, revivió de su adormecimiento y se instaló para siempre.
La noticia corrió veloz; miles de argentinos llenaron las plazas con banderitas y la euforia brotó inconsciente e inocente, pero también patriota, en medio de tanto dolor y oscuridad.
El ataque había sido planificado meses antes. El gobierno de facto jugaba una de sus últimas cartas para mantenerse en el poder, desoyendo las advertencias diplomáticas, las genuinas y las interesadas (el Reino Unido, Estados Unidos), contestando con bravuconadas y enviando chicos a una guerra cruenta, sin medios ni entrenamiento.
El devenir de los combates dejaría probados la valentía, el coraje y el patriotismo de esos pibes, y la cobardía de muchos de sus jefes. También traería el dolor de los caídos, los heridos, los sobrevivientes. Los héroes presentes, las heroínas ocultadas.
Aquel viernes nació para siempre la Gesta de Malvinas, la herida que todavía duele y busca el final que debe ser.
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