Ignacio Daminato lleva 30 años recorriendo un camino que comenzó con una decisión que tomó siendo muy joven, después de pensarlo mucho. Actualmente es párroco de "Nuestra Señora de la Merced", pero nació en Junín, Mendoza, el 31 de julio de 1963. Ingresó al seminario "San Miguel Arcángel" en 1982, a sus 18 años, y fue ordenado sacerdote el 6 de junio de 1987.
Su familia es muy cristiana, pero vivían en el campo y tenía poco contacto con la vida parroquial, al punto de que tomó la Primera Comunión recién a los 11 años. Hasta ese momento toda la educación religiosa la había recibido de sus padres.
"En la edad difícil de la adolescencia tuve cero espiritualidad. Pero después me acerqué a un grupo juvenil y me entró la inquietud de ser sacerdote. Después de un profundo discernimiento, supe verdaderamente que eso era lo que quería", confesó.
Los padres de Daminato sufrieron por esa elección, pero jamás se lo dijeron. "Tenían el temor de perderme. La primera vez que salió el tema, ambos me dijeron que era algo serio, que lo pensara bien porque era una decisión para toda la vida", relató, y narró una anécdota que expresa claramente la actitud de su familia.
"Mi madre pensaba que iban a mandarme a China y que no me vería más. Entonces pasaba todas las tardes con una vecina, se juntaba a tomar mate y lloraba para desahogarse. Nunca lo hizo en casa porque no quería que su dolor afectara mi decisión", contó.
En el seminario tuvo 5 años y medio de formación. Cuando se ordenó tenía 23 años, y era uno de los sacerdotes más jóvenes de la Diócesis. "Hubo que pedir una dispensa al papa Juan Pablo II para eso, porque no podía ordenarme a esa edad", recordó.
Aunque ahora es vicario episcopal del Decanato Sur (colaborador especial del obispo), afirmó que en cada comunidad en la que estuvo encontró una riqueza particular diferente.
"En la parroquia de la Medalla Milagrosa de San Luis, por ejemplo, aprendí mucho de la religiosidad popular: la fe de la gente sencilla y piadosa. En Fátima, rescato una gran devoción a la Virgen. Y en San Roque, conocí a una comunidad con ganas de crecer y muy abierta a los jóvenes. No puedo decir que hay comunidades difíciles; a veces los difíciles somos los curas, pero siempre con buena voluntad", aseguró sonriendo.
El padre también se desempeñó como encargado de grupos juveniles, fue asesor de la Renovación Carismática, el Movimiento de Schoenstatt, Cursillos de Cristiandad y la Familia Misionera de Fátima. Además fue capellán del Colegio "San Luis Rey" y del Instituto "Aleluya", pero asume que su vocación es ser párroco.
"El asesor acompaña, da pautas de crecimiento, ejerce una labor importante, pero el sacerdote que está encargado de una parroquia, es claramente pastor. Y en cada lugar donde está su comunidad es su familia", explicó.
En 2015, Daminato llegó a "Nuestra Señora de la Merced" para reemplazar al fallecido Juan Micalizzi. Allí se encontró "con una comunidad que quería mucho a su anterior párroco. Estoy cosechando lo que él sembró. La parroquia está más tiempo abierta porque se van generando actividades pastorales que son lo que el papa nos pide: una iglesia de puertas abiertas".
Sin embargo, no deja de reconocer que su tarea de guía espiritual, de consejero y educador, tiene tristezas y alegrías.
"Creo que lo más difícil es construir la unidad. Que se entienda que la espiritualidad se puede vivir de muchas maneras. Y nos cuesta muchísimo, porque en todos nosotros existe una tendencia al individualismo. La otra cosa que más nos cuesta es la corrección. A nadie le gusta ser corregido, pero es necesario. Nos pasa incluso a los sacerdotes. Pero es bueno que nos reprendan porque la gente suele acercarse sólo para adularnos, pero no para corregirnos", manifestó el religioso.
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