“Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Quizá Rodolfo Walsh, cuando iba cayendo a medida que las balas de la ametralladora militar le perforaban su cuerpo, en la esquina de las avenidas San Juan y Entre Ríos del barrio porteño de San Cristóbal, no pensó que esas habían sido las últimas palabras que escribió sobre una hoja de papel. Así termina su famosa “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”*, fechada el 25 de marzo de 1977, día en el que junto a su compañera Lilia Ferreyra salieron a entregarla por los buzones de Constitución con la esperanza de que algún diario o revista la publicara al otro día. La propia Lilia contó en el documental “Operación Masacre” (Buenos Aires, 2000) que Rodolfo se propuso como meta, el 9 de enero de ese año en ocasión de festejar su cumpleaños número 50, escribir una carta donde denunciaría todos las atrocidades que había cometido la dictadura hasta ese momento, y terminar con el que también fue su último cuento: “Juan se iba por el río”. Esa carta tiene diez páginas y en ocho despliega un decálogo preciso, con información contrastada de lo que había provocado el golpe de Estado y ese “primer año de Gobierno” de la junta militar de Jorge Rafael Videla, Eduardo Massera y Rolando Agosti. Y en las últimas dos carillas despliega las 14 citas que hizo para confirmar las fuentes de donde obtuvo los datos publicados. “El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”, anunciaba en el segundo párrafo.
Aunque durante ese tiempo la carta se mantuvo en la oscuridad, años después, cuando retornó la democracia en 1983, pero especialmente cuando se sustanció el juicio a las Juntas entre 1984 y 1985, ese texto pasó a tener un valor histórico fundamental porque todos los crímenes que Walsh relató con precisión quirúrgica se confirmaron como una revelación cuando una a una las víctimas se sentaban frente a los jueces y relataban esas calamidades.
Según sus palabras “el 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva, lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez, sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron”. Ese contexto que Walsh recreaba fue negado sistemáticamente por los impulsores de esa dictadura. Y con sólo un año se animó a decir: “Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina”.
Cuando todavía hoy se escucha a funcionarios del gobierno nacional poner en duda la cifra de 30 mil muertos y desaparecidos luego de 7 años y 9 meses de dictadura militar, el escritor ya contaba “quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”. Y seguía con su detalle: “Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio”. Pero además se adelantaba a lo que años más tarde se ventilaría en los juicios: “La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y en horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga”. Y descubría a quien ahora es la persona que acumula más condenas en la Justicia Federal por delitos de lesa humanidad: “Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky, detenido en Córdoba; después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor”.
Un cementerio lacustre
Uno de los datos reveladores de esa carta aparece en la página 5: “Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron”. En cambio sí la publicó su agencia ANCLA, luego de que Isaías Zanotti se la enviara.
Pero todavía se animó a otro análisis: “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino, ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”. Justo esas últimas dos palabras fueron utilizadas en el acto del Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia como el lema de este año, a 41 años del golpe.


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