Marcelo Di Gennaro, en un tono de libertad
A los 63 años, uno de los actores más persistentes de la provincia recuerda sus inicios marcados por una abnegada lucha.
A la primavera reciente la acompañaba un sol cálido y el viento denso que pesaba al mediodía. Marcelo Di Gennaro con una remera celeste, como en un composé involuntario, acompañaba la nueva estación. El actor se sentó bajo un árbol sin mucha campana, donde el sol le iluminaba los ojos, de modo que ningún sentimiento pasara desapercibido.
Tiene 63 años y 40 de ellos fueron en compañía del teatro. Nació en San Luis, donde pasó su niñez y parte de su adolescencia. En el tercer año de la secundaria se fue a vivir a Córdoba, donde todo comenzó.
Egresado de una escuela técnica ingresó a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Córdoba, donde fue parte del Centro de Estudiantes. Esta combinación era impensada para aquella Argentina donde los militares se sentaban en el sillón de Rivadavia. Tras algunas represiones, Marcelo dejó esos estudios.
Un nuevo día comenzaba y la rutina quería apelar a la cotidianeidad, pero en la radio Di Gennaro escuchó una invitación a un taller de actuación en el predio cordobés de Smata. “En esa época se estaba gestando un movimiento obrero y estudiantil muy combativo. Cuando fue el "Cordobazo" nosotros estábamos en clases, se tomó la fábrica, nos sacaron de clases y nos mandaron a casa. En ese clima comencé a hacer teatro. Había una actitud de resistencia, encontré un espacio donde podía expresarme y me sentía acompañado por gente que tenían ciertos ideales”, recordó el actor.
Marcelo formó parte del TEAC –Teatro Estudio Actoral Córdoba- sin jamás dejar de lado su participación en el teatro independiente. En 1976 se estrenó “Sodoma 200” y el contexto político y la temática de la obra solo le permitieron dos funciones: el debut y la despedida. “Era un collage de autores, entre ellos: Bertolt Brecht, Abelardo Castillo, Georg Kaiser y Agustín Cusa-ni. Nos bajaron la obra de cartel, lo detuvieron al director y yo me volví a San Luis”, destacó Marcelo.
Cuando llegó a su provincia se integró al teatro universitario que dirigía Luis Rezzano. "Hice mi primera obra y formé un grupo de teatro independiente dirigido por doña Páez de Zoppi, junto a Arturo Fernández, Liliana Flores y Víctor Franzi, entre otros. Luego nos integramos al grupo de la Sociedad Italiana, hicimos obras durante toda la dictadura y fue muy difícil porque nuestros libretos eran revisados permanentemente”, destacó el también director, que fue operario de una fábrica.
A medida que los años de la dictadura pasaban la libertad era una necesidad y desde el teatro Marcelo buscaban emitir mensajes más “picantes”. Entonces surgió el movimiento de teatro abierto a nivel nacional y en San Luis los grupos independientes alzaron su voz.
En 1980 Marcelo ingresó a trabajar a la Universidad Nacional de San Luis, lugar que lo cobija hasta hoy. Su lugar se lo ganó, seguramente con su carisma. No importa el tinte político, ni los contextos que estén allí, esa casa lo contiene como actor, con su sala, su aparato publicitario, su público cautivo. En el '85 ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes que lo llevó a Buenos Aires para estudiar en la Escuela Municipal de Arte Dramático y conoció a su maestra Alejandra Boero.
“Tuve la posibilidad de hacer mucho teatro, pero en San Luis podía elegir. Nació mi hijo Franco y yo estaba allá”, recordó y la luz del sol alumbró una lágrima que cayó directo al piso caliente y la voz entrecortada del relato le dio permiso a unos segundos de silencio.
Marcelo tuvo momentos exitosos como actor y otros como director. “Un mismo árbol verde”, sobre el genocidio armenio, es una obra multipremiada y el unipersonal en “Rojos globos Rojos”, de Tato Pawlosky, lo reinvindicaron este año como un gran hacedor y consumidor del teatro.
“El público ha evolucionado mucho. Ahora es más crítico y tenemos más público. En la dictadura la gente se sentía identificada por- que teníamos un enemigo común. Ahora está la grieta y nosotros tenemos que captar a la gente. A veces no reflexionamos por qué el público no viene, pero tenemos un espectador exigente que se ha ido formando con nosotros”, cerró Marcelo con una sonrisa indeleble propia de quien vive de lo que le da felicidad.
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