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Técnicas para tener un bosque joven

Por redacción
| 14 de agosto de 2016

El paisaje semiárido está teñido por los verdes y amarillentos colores de los pastizales que se debaten con árboles persistentes por la primacía sobre un suelo frágil. Resulta difícil imaginar la geografía sanluiseña sin los brazos abiertos de un algarrobo o sin el vuelo calmo de los pájaros a la siesta entre las ramas de un caldén.

 


Pero la flora y fauna silvestre que habita ese terruño, que suele denominarse bajo el genérico de “monte”, es mucho más que una pintoresca escena para el deleite de los amantes del campo puntano. Esos bosques nativos son, en realidad, una parte indispensable de la armonía de los ecosistemas rurales y constituyen una fuente vital para el sustento de la economía de un gran número de pequeños productores que conviven día a día con esa naturaleza y sin la cual no podrían subsistir porque representa alimento para su ganado, polen para sus colmenas o simplemente sombra y reparo.

 


Por eso, la delegación provincial de la Secretaría de Agricultura Familiar (dependiente del Ministerio de Agroindustria de la Nación) dictó un taller sobre poda y raleo de especies nativas, con el objetivo de transmitir algunas normas para una intervención en los bosques que no atente contra su desarrollo sino que, por el contrario, permita su rejuvenecimiento y prolongue su vida.

 


Para mostrar en detalle y de manera práctica las técnicas, los miembros de la Secretaría se trasladaron hasta un campo emplazado en el paraje San Isidro, a dieciocho kilómetros de la localidad de San Martín por la ruta provincial N° 6. El lugar elegido fue la estancia “La Teresita”, en la que José Tissera, su propietario, desarrolla un proyecto de manejo y conservación del bosque natural que cubre setenta de las cien hectáreas que ocupan sus tierras.

 


El plan es uno de los más de setenta que están vigentes en San Luis a través de la Ley de Presupuestos Mínimos de Protección a los Bosques Nativos, una normativa que busca regular el manejo de estos sistemas naturales y otorga subsidios a los pobladores que quieren hacer una buena explotación de sus especies. La ley de alcance nacional tiene en la provincia al programa Biodiversidad del Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción como autoridad de aplicación, que tiene a su vez la tarea de darle su propia impronta a la reglamentación.

 


Ante un auditorio formado por estudiantes de la carrera de Agronomía de la Universidad Nacional de San Luis, integrantes del INTA de Concarán y algunos productores de la zona de San Martín, la jornada arrancó con una explicación extendida sobre lo que implica un bosque nativo. “Muchos piensan que sólo hablamos de un conjunto de árboles, cuando en realidad hacemos referencia a un sistema muy complejo que incluye especies arbóreas, herbáceas y arbustos. Dentro de cada categoría encontramos diferentes edades, tamaños y formas, que tienen una riqueza y una capacidad de escape a diferentes eventualidades mucho mayor que un sistema más simple, como puede ser la agricultura”, arrancó su explicación Roberto Luna, técnico del socio territorio San Martín de la secretaría y asesor privado de “La Teresita”.

 


En la aclaración inicial, el agrónomo agregó que el monte tiene además una relación íntima con otros recursos naturales del sistema, como el agua, el suelo, la fauna e incluso el ser humano, que con sus intervenciones pueden generar un impacto positivo o negativo en la vida del bosque.

 


En general, cuando ocurren esas acciones nocivas, como es el caso del desmonte indiscriminado, es porque no se ha reconocido el gran abanico de beneficios y servicios que el bosque otorga a los campos, que van desde el equilibrio ambiental hasta el aporte de múltiples recursos para la explotación económica. En diálogo con la revista El Campo, Jorge Heider, jefe del Programa Biodiversidad de la cartera agropecuaria provincial, señaló que “todos somos usuarios de los servicios ambientales que dan los bosques. Un ejemplo claro son los problemas por el cambio de uso que tenemos en la Cuenca del Morro. Si bien ése es un problema mucho más complejo porque se suman los excesos hídricos de las lluvias, sirve para mostrarnos cómo ese cambio de uso de la tierra ha reducido su capacidad de amortiguación y esa alteración termina repercutiendo en toda la región”.

 


Es que los bosques nativos contribuyen a fijar y proteger a los suelos de la erosión, la desertificación y sirven como amparo de la influencia del viento y del agua. Los vegetales ofrecen refugio para la hacienda y aseguran un mejor hábitat para el bienestar animal al regular las temperaturas. Además, absorben y almacenan agua, purifican el aire y liberan oxígeno.

 


Contemplar la efectividad de las especies nativas para compensar la fragilidad de los sistemas semiáridos es una forma de erradicar la postura devastadora que ve al monte únicamente como un obstáculo para la producción. “Hasta hace poco las miradas que se tenían sobre esto eran netamente productivas. ‘Sacrificar’ sectores productivos era para muchos una pérdida, pero en realidad no es una pérdida, sino una estabilización que permite mantener ese conjunto de ecosistemas que hay dentro del campo, y que si se quitan (como en la caso de la deforestación) repercuten en el ambiente e impactan de manera negativa en toda la sociedad, porque se pierden recursos genéticos, paisajes, fauna y mucho más”, analizó el ingeniero en recursos naturales. 

 


Pero lejos de fomentar un proteccionismo desmesurado, los especialistas y el Gobierno contemplan la posibilidad de hacer un aprovechamiento del bosque, siempre y cuando existan prácticas de extracción sustentables.

 


Es que en las comunidades rurales, los árboles y vegetales aportan bienes que suman fuentes de ingreso a las actividades principales de la familia, como puede ser la ganadería. Uno de los usos más comunes es la producción de madera y carbón, pero hay otros recursos no madereros que los pequeños productores incluyen en su economía y en su misma cotidianeidad.

 


“El mensaje de la Secretaría es que el productor aproveche el bosque nativo. No entramos en el discurso de decir que hay que conservarlo por el simple hecho de conservarlo, porque la experiencia ha demostrado que eso también puede generar inconvenientes como el envejecimiento del bosque, incendios y demás. Lo que se plantea es un uso y un aprovechamiento racional y diverso, que no planteemos el bosque sólo como proveedor de madera y carbón, como era históricamente en la provincia de San Luis, sino que aprovechemos todos los bienes y servicios que ofrece”, afirmó Luna.

 


Para ello, Federico Gutiérrez, un productor que maneja una reserva natural en la zona de Villa de la Quebrada, y Antonio Ybáñez, un poblador de la región de Quines, contaron sus experiencias en la extracción racional de madera para hacer postes y leña para sus establecimientos, y el uso de la chaucha de algarrobo como alimento del ganado bovino y caprino, y como base para la elaboración de distintas comidas y bebidas populares en la vida rural, tales como la harina de algarrobo, la aloja, añapa y el patay. De la misma manera, comentaron que las semillas y las fibras suelen usarse como insumos para artesanías o la confección de tinturas, mientras que la flora aromática puede comercializarse con fines medicinales u ornamentales.

 


Pautas para la poda y el raleo

 


Los disertantes plantearon también que podar los árboles y ralear o quitar algunos ejemplares dentro del lote permite un mejor crecimiento del bosque, aumenta la calidad de la madera y ayuda a crear espacio para que florezcan nuevas especies o pasturas, sobre todo en aquellos campos donde el monte es el escenario donde se desarrollan sistemas ganaderos. “Mejoramos el espacio para el ingreso y el paso de la hacienda, eliminamos competencia para el pastizal natural y tenemos mayor cantidad de producción de materia seca al año porque logramos que se mantenga verde más tiempo”, amplió el agrónomo.

 


Pero además una intervención a tiempo posibilita controlar las plagas y las enfermedades al eliminar ramas o plantas infectadas y es una forma de disminuir los riesgos de incendios al cortar la continuidad del fuego desde los matorrales hasta las ramas bajas.

 


Sin embargo, este tipo de injerencias tienen que respetar ciernas normas y técnicas. “La idea es dar pautas para hacer una intervención sustentable, que es algo que se ve más en las especies de las zonas urbanas o en los frutales, pero no hay tanta conciencia en plantas rurales. Ése es el fin de esta capacitación porque no es cuestión de agarrar un hacha y una motosierra y empezar a cortar. Las plantas son seres vivos y cualquier intervención que se les haga puede traer beneficios o perjudicarlas”, explicó Pablo Civalero, referente del área de bosques nativos de la Secretaría de Agricultura Familiar.

 


Todos los asistentes se movieron luego hasta un lote de seis hectáreas de monte, en el que un grupo de operarios tenía previsto comenzar con la poda contemplada en el proyecto de Tissera. Allí, los técnicos mostraron cómo debe efectuarse un corte ideal. Para lograrlo, señalaron que lo más indicado es usar herramientas que produzcan tajos certeros y no dañen la corteza con intentos fallidos. Por eso, desecharon el hacha como un instrumento apropiado y recomendaron la utilización de motosierras para los bultos más grandes y tijeras de podar para las ramas pequeñas.

 


Aunque no hay fórmulas absolutas, plantearon que lo más aconsejable es realizar una limpieza anual y evaluar la evolución de cada planta. Para iniciar es necesario observar cada ejemplar y procurar dejar aquellas partes que aseguren el crecimiento recto y vertical del árbol, y eliminar todo el peso que puede volcar la planta hacia abajo o hacia algún costado. La poda debe iniciar desde afuera hacia adentro, es decir desde las ramas más alejadas a la copa hasta las más internas. Esos cortes deben ir fragmentando los palos de a pedazos porque sustraer la totalidad de una rama grande de una sola vez puede dañar el tronco por la inercia de la quita repentina del peso.

 


Con la motosierra, las cortaduras deben hacerse de forma oblicua y bien cerca del tallo, procurando en todo momento no dejar un muñón o bulto sobresaliente. De lo contrario, la “herida” tarda mucho más en cicatrizar y puede generar la infestación de hongos y la acumulación excesiva de agua.

 


Para prevenir los incendios, la poda debe ayudar a romper la escalera vertical de la continuidad del fuego, es decir que hay que eliminar las ramas muy cercanas al suelo, para evitar que las llamas pasen desde los pastizales hasta las copas de los árboles. Otra práctica fundamental en los campos es la formulación de picadas, que consisten en limpiar absolutamente los límites de los lotes, de modo que el fuego no afecte a los alambrados y tampoco se disemine en estancias vecinas.

 


El raleo ayuda a abrir una distancia aproximada de entre diez y quince metros cuadrados entre cada árbol, de modo que cada planta tenga espacio suficiente para desarrollarse y crecer. Los trabajos de poda deben realizarse sobre todo en la primavera, un período en el que se activa la circulación de la savia y las plantas tienen su tiempo más fértil de reproducción, aunque en invierno también observan buenos índices de cicatrización.

 


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