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"Nos alegra haber ayudado a Mateo, lo trataban mal sin motivo"

Por redacción
| 01 de agosto de 2016
Vecinos solidarios. (de izquierda a derecha) Ramiro, Sandra con Máximo en brazos, Luz, Cristofer y Marcelo, jefe de familia.

Ramiro Guerra trabó una relación con su pequeño vecino, Mateo Torres, de 7 años, a través de una ínfima ventana con rejas negras. En varias ocasiones, Ramiro, de 14 años, había escuchado al nene pedirle que se le acercara, para charlar, y más de una vez le calmó el hambre pasándole un plato de comida entre los barrotes. Con el paso de los días, el adolescente entendió que el nene estaba preso en su propia casa, y que era castigado por sus padres, María del Carmen García y Antonio José Torres, sin ningún motivo. El sábado a la siesta, el adolescente no soportó más. Advirtió que los maltratos habían pasado todos los límites: escuchó que del otro lado de esa ventana alguien gemía, y prácticamente no tuvo dudas de que era Mateo. Se lo dijo a sus padres, que llamaron a la Policía. Terminó de calzarse el traje de héroe cuando, junto a un efectivo, ayudó a sacar a Mateo por esa ventana.

 


“Me alegra haberlo ayudado, porque ahora tiene la posibilidad de estar con una familia que lo quiera, que le dé juguetes, que lo cuide. Su familia lo trataba como la oveja negra, pero de la nada, sin motivo”, le dijo Ramiro ayer a El Diario.

 


Hay un signo más del enorme desprecio que los padres, ahora detenidos, sentían por el chico, y que Ramiro y su familia tienen bien presente. “Encontraron un perro en la calle, que llevaron a la casa. Al animal le decían Mateo, como a su hijo”, contó el jovencito.

 


Por su contextura, Mateo no parece de la edad que tiene: aparenta tener unos 4 ó 5 años. Eso explica por qué no hizo falta cortar o limar ningún barrote para poder rescatarlo. Tampoco fue necesario romper nada: a la ventana le faltaba una parte del vidrio, la del cuarto inferior derecho, y por ese hueco liberaron al chiquito, después de correr la pila de cajas que sus padres habían colocado, para tapar toda la abertura.

 


El niño, según constataron los investigadores en la inspección de la vivienda, realmente no tenía chances de salir de allí. La puerta estaba cerrada con candado. Y él tenía las piernas sujetas a la altura de las rodillas con una cadena de perro que, a su vez, estaba atada a una soga que estaba asida a un gancho colocado casi al ras del techo.

 


Sandra Miriam Ochoa, la mamá de Ramiro, es quien llamó a la Policía e hizo la denuncia. “Venía pensándolo desde hace días. Esto no daba para más. Ayer (por el sábado), después de que Ramiro le contó lo que había escuchado, mi marido (Marcelo Guerra Barrera) vino a mi trabajo y me comentó todo. Le dije que volviera a casa, que yo iba a llamar al 911. Mientras llamaba, lloraba. Me acordé del caso de Guadalupe Di Falco –la nena de 4 años que murió por los maltratos que le dispensaba la pareja que la tenía a cargo, Miguel Ángel Riquelme y su mujer, Dora Alejandra Videla–. En ese momento me preguntaba ¿dónde está Dios?, ¿dónde estaban los vecinos, que no pueden no haber escuchado a Guadalupe gritar cuando le pegaban o la bañaban en un tacho con agua fría? Ayer, mientras me comunicaba con la Policía, tuve respuesta a mi pregunta. Dios está acá”, dijo, tocándose el pecho. “Sentí algo acá, una fuerza, una tranquilidad, porque estaba haciendo lo que debía. Ahí estaba Dios”, expresó emocionada Sandra, mamá de cinco hijos: Cristofer, de 18 años, Trinidad, de 16, Ramiro, Luz, de 10, y Máximo, de casi 2 años. 

 


Ella y Ramiro estiman que las actitudes de violencia de García y Torres hacia su hijo comenzaron hace un año y medio. Con el tiempo, fueron acentuándose, aseguraron.

 


Según explicaron, ellos no veían mucho a Mateo en el patio del inquilinato ubicado en Belgrano 1642 y tampoco lo oían gritar. Suponen que sus padres lo amenazaban para que no lo hiciera. “Además, no dejaban que mis hijos se cruzaran y anduvieran por ese sector del patio que está frente a su casa”, indicó Sandra.

 


Los contactos que el chico mantenía con Ramiro o con algún otro integrante de su familia se daban a través de la ventana, usualmente los sábados y domingos, cuando Torres y García se iban por varias horas de la vivienda que alquilan y dejaban al chiquito solo, encerrado. Según los investigadores, se iban al trueque de la avenida Lafinur, a vender cosas.

 


En esas ocasiones, si Mateo escuchaba que Ramiro o alguno de sus hermanos andaban en bicicleta por el patio, por ejemplo, los llamaba, para que se acercaran a la ventana.

 


La familia que salvó al niño remarcó que Torres y García sólo eran así con él. La pareja –detenida desde el sábado a la noche, imputada por privación ilegítima de la libertad, agravada por el vínculo– tiene dos nenas, más pequeñas que Mateo.

 


“A ellas, a diferencia del nene, las dejaban salir al patio a jugar. Las tenían bien arregladitas, les compraban juguetes, siempre salían con la madre”, describió Sandra. Dijeron, además, que quizás la única salida que Mateo tenía era a la escuela. “Ni al patio salía, y no lo dejaban juntarse con los niños del pasillo”, aseveraron. 

 


Es más, otros vecinos de las inmediaciones le indicaron a El Diario que solían ver a García, pero sólo con las nenas, y que desconocían que tenía un varoncito mayor. No lo registraban.

 


Según Sandra, en el último mes, la situación de encierro y de aislamiento propiciada por los padres se profundizó. Ella y su hijo estiman que fue porque se dieron cuenta de que ellos hablaban con el niño cuando no estaban y que le daban de comer en ese ínterin. Uno de esos días fue el sábado 23 de julio.

 


Ese día “teníamos un cumpleaños –contó Ramiro, alumno de tercer año del Colegio Industrial, “Domingo Faustino Sarmiento” –. Yo me fui, y mi mamá se quedó. Desde el pasillo (del inquilinato) se escuchaban los gritos de Mateo. Mi mamá oyó el llanto, y se acercó a la ventana. No estaba encadenado ni amordazado, ni nada. Sí estaba encerrado y solo, sentado en una camita que hacía con cajas y ropas, en una habitación en la que la madre le decía que lo dejaba en penitencia. Mateo le dijo ‘Sandra, tengo mucho hambre’. Eran las 16:30. Habían sobrado dos platos de tallarines con pollo, y se comió todo. Tomó jugo también. Cuando le dijimos que nos teníamos que ir al cumpleaños, se quedó llorando”. Al día siguiente, Mateo se habría quedado en la casa, pero con su padre vigilándolo.

 


Seis días después, es decir, el sábado 30, la familia volvió a salir, pasado el mediodía, y volvió a dejar a Mateo solo. Ramiro escuchó desde el patio un ruido extraño, como de alguien que quiere y no puede hablar, y se lo dijo a su papá. Eran las 14. Esperaron media hora, a ver si volvía algún pariente del menor. Media hora después, sin novedades, resolvieron darles intervención a las autoridades.

 


El sábado, Ramiro no pudo ver al nene: cajas superpuestas tapaban la ventana enrejada por la que usualmente se comunicaban. “Mi papá fue al trabajo de mi mamá. Ella llamó a la Policía. Mi papá volvió a casa, a esperar el móvil. La patrulla llegó como a las 14:50. Tiramos las cajas que tapaban las ventanas. Ya no tenía la cadena (que le sujetaba) las piernas ni la cinta que le habían puesto en la boca, y se estaba sacando la cinta con la que le habían atado las manos”, explicó.

 


Ramiro le agarró los pies y el oficial, el torso. “Tenía un pantalón de gimnasia, una remerita, un bucito, y otro más, el del conjunto del pantalón. En los pies, unas medias y unas ojotitas”, recordó el adolescente. Mateo estaba asustado, no sabía qué pasaba.

 


“El policía empezó a hacer llamados, muchos llamados. Mientras tanto, Mateo se quedó en mi casa, conmigo, con mi papá, mis hermanos, mi abuela paterna, Margarita, y mi primo Santino. Le convidamos del guiso que habíamos comido al mediodía y una taza de leche”. Unas dos horas después, los investigadores se lo llevaron de allí.

 


“Antes de irse, le dijo a mi papá ‘A usted, Marcelo, ¿no le molesta que le diga papá?’. Cuando íbamos en la camioneta de la Policía a la Comisaría del Menor, a mi abuela le decía ‘abuela’. Y a una policía que lo acompañaba, que le preguntó quién lo trataba mal, le contestó ‘y la María, ¿quién va a ser?’. ¿Es tu mamá?, le preguntó ella. ‘No es mi mamá, es la María. No les decía mamá ni papá. A ellos, no los quiere ver más”, contó Ramiro.

 


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