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Volvió para buscar a su madre y encontró a dos de sus hermanos

Por redacción
| 27 de julio de 2016
En el Durazno. Ariel y Fátima, durante el primer encuentro. Fotos: Fátima Funes Gez.

"De vez en cuando la vida nos besa en la boca", reza la canción de Joan Manuel Serrat. Y la obra eterna del español le queda pintada a Fátima Funes Gez y la incansable búsqueda de su identidad. Es puntana, pero vive en San Juan desde hace años. Desde allá, respaldada por su esposo e hijos, regresó a su tierra para buscar a su madre. La encontró, pero no obtuvo la respuesta que soñó por años. Sin embargo, la vida le tenía guardados dos besos en la boca: al leer su historia en las páginas de El Diario de la República, Ariel Cáceres y Adriana Morán -quienes no se conocían ni sabían de sus existencias entre sí- intuyeron que esa mujer rubia y delgada podría ser su hermana. Y lo era. 

 


En marzo Fátima hizo pública su búsqueda y mucha gente llamó a su teléfono, tras la entrevista que concedió a este matutino. Un matrimonio, Enrique y Norma, la contactaron y le dieron datos precisos. El hombre, por su lado, siguió con las averiguaciones y un mes más tarde encontró a Graciela, la mamá biológica de Fátima. Hoy tiene 64 años y reside en un barrio muy humilde, en esta ciudad. A lo largo de su vida tuvo otros 18 hijos. A muchos también los dio en adopción. No pudo mantenerlos.

 


La puntana viajó desde San Juan a conocerla, llegó hasta aquella humilde vivienda, pero su madre biológica no la reconoció. Dudó sobre su origen e historia de vida y aunque no la rechazó de plano, se mostró distante. Funes Gez, a pesar del dolor que le provocó esa respuesta, reveló a su familia y amigos (muchos viven en San Luis) que había encontrado a su mamá. La noticia también fue reflejada en estas páginas.

 


Pero Enrique, aquel solidario hombre que la llamó a San Juan tras leer la lucha de Fátima, no sólo tenía datos para darle. Cauto y prudente, el 3 de abril, poco después del mediodía llamó otra vez a Funes Gez. "¿Todavía estás en San Luis o ya te fuiste de viaje a tu casa?", le preguntó.

 


"No te vayas todavía, tengo algo muy importante para decirte. Es urgente. Tiene que ser ahora", le explicó. Fátima aceptó ir a su encuentro y El Durazno y sus paisajes fueron el lugar elegido.

 


Fátima fue hasta allí junto a Juan, su esposo.

 


"Menos mal que no te fuiste. No podía dejarte ir sin decírtelo. Cuando era joven, tu mamá biológica trabajó en mi casa como empleada doméstica. En esa época quedó embarazada y tuvo un varón. Se lo dio a mi madre que, junto a mi padre, decidieron adoptarlo. Es mi hermano y te quiere conocer, está en mi camioneta. Se llama Ariel", le explicó, nervioso, Enrique.

 


"Fati" -como le dicen sus amigos sanjuaninos y puntanos-, aún en shock, no dudó ni un instante. Y a los pocos segundos, abrazó por primera vez a uno de sus hermanos. El muchacho se conmovió tanto como ella. Sus manos se aferraron fuerte y rieron y lloraron de felicidad.

 


Pero ya en San Juan, la duda que Graciela había contagiado a Fátima en su frío encuentro crecía. Si bien la historia era coincidente con lo relatado por Enrique y Ariel, faltaba una prueba científica, algo que la hiciera sentir segura. Por eso pensó en un estudio de ADN.

 


Mientras  tanto, una mujer en San Francisco del Monte de Oro leyó en El Diario de la República  sobre la lucha incansable de "Fati". Era Adriana Morán, de 46 años y profesora de música que, sabiendo que ella también es adoptada, se interesó por la crónica. Mientras se conmovía con la búsqueda de Fátima vio un nombre que la dejó en shock. Leyó que la madre de esa mujer era su misma mamá biológica: Graciela Suárez.

 


Tras salir del asombro, rápido tomó su computadora y entró a su cuenta de Facebook. Adriana tenía la certeza de que aquella sanjuanina por adopción era su hermana.

 


Aferrada a la ayuda de la red social escribió una y otra vez a Fátima y le dejó su número de teléfono. Por fin ella entró a su cuenta y vio que tenía decenas de notificaciones. Leyó una por una y marcó esa cifra con prefijo puntano. Hablaron y la emoción las envolvió: sus relatos, fechas y las personas en torno a ellas tenían enormes coincidencias. Eran hermanas. Hace tiempo, Adriana también había logrado llegar hasta la humilde casa de Graciela, en el oeste de la capital puntana.

 


Aunque a ninguno de los tres ya les hacía falta, el resultado del ADN dio un 99,98% de certeza sobre la maternidad de Graciela sobre Fátima.

 


Hace 18 días, Funes Gez volvió a viajar hasta San Luis. Para entonces había hablado vía celular cientos de veces con sus dos hermanos. Pero el 9 de julio, desde San Francisco, llegó Adriana para darse, por fin, su primer abrazo. La propia "Fati" fue hasta la terminal a esperarla y esa noche, los tres juntos cenaron por primera vez. Hubo risas, abrazos y brindis hasta la madrugada. Ninguno de los tres quería irse a dormir. Tenían miedo de que ese reencuentro fuera un sueño y que al despertar se desvaneciera.

 


"Siento que volví a nacer, estoy muy feliz. Tener a Ariel y a Adriana en mi vida es algo maravilloso", dice Fátima y la emoción la obliga a callar. Ella llora de felicidad y sella sus labios, los mismos que la vida le besó tal como canta el enorme juglar catalán.

 

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