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De los insultos, al barrilete cósmico y el Dios en la tierra

Por redacción
| 28 de junio de 2016
Encare la redonda. En el partido con corea del sur, Maradona sufrió las pataditas del rival.

La clasificación al Mundial fue un parto. La gira previa al inicio de la gran competencia, otro. Argentina llegaba a los tumbos y el equipo de Carlos Salvador Bilardo era una cuestión de Estado, a tal punto que el por entonces presidente Raúl Alfonsín, futbolero de alma e hincha de Independiente, había manifestado públicamente que no le gustaba cómo jugaba la Selección. De los insultos a los festejos en la Casa Rosada, pasaron meses, desconfianzas y el amor propio de los jugadores. Maradona inventó un “Barrilete cósmico”, el “Negro” Enrique metió un pase del que aún se jacta y el “Tata” Brown se quebró el brazo pero nunca quiso salir. Hacía calor en aquellas tardes mexicanas donde Argentina obtuvo la copa del mundo por segunda vez en su historia. Pero ahora, a treinta años de ese logro, los veintitrés jugadores que formaron parte del plantel se pueden catalogar como “Héroes”. Porque tal cual dijo Diego, con el impulso que siempre carga, fueron los primeros argentinos en dar una vuelta fuera de casa. Y por ahora son los únicos.

 

Fue el Mundial del Diego, lo fue. Si alguno tiene en mente los mejores momentos del futbolista dentro de la cancha, sus imágenes son ésas. Consiguió un trofeo cuando nadie daba dos pesos.


Había figuras, de esos diez que eran indiscutidos pero que ahora serían más indiscutidos aún. Estaba Platini, Zico, Butragueño o Gary Lineker, que fue el máximo goleador del campeonato. También aparecía Rummenigge, Laudrup, incluso de Pfaff, pero hubo una persona que llegó con chapa e hizo todo para ser el mejor del '86: Maradona. Quizás en el mejor campeonato del mundo de la historia. Aunque los románticos recuerdan los partidos deslucidos de Italia '90.

 


Fue el Mundial del Diego, lo fue. Si alguno tiene en mente los mejores momentos del futbolista dentro de la cancha, sus imágenes son ésas. Consiguió un trofeo cuando nadie daba dos pesos por el equipo. Los comentaristas han dicho, hasta el hartazgo, que Dios se coló en ese cuerpo humano y deslumbró a propios y ajenos con una técnica envidiable transformada en una zurda talentosa que envolvía una bandera, un país. Allí fue cuando consiguió el altar del Olimpo como un gran deportista a la misma altura que Pelé o Di Stéfano. Y si apuran la apreciación, hasta un peldaño más alto.

 


México fue una sede de último momento, en un torneo que por primera vez habían 24 candidatos al trono (ocho más que en España '82). El campeonato estaba programado para disputarse en Colombia. Sin embargo, las dificultades económicas, presiones de las marcas comerciales y una exigencia tremenda de la FIFA: exigía doce estadios con capacidad mínima de 40.000 personas para la primera fase, cuatro estadios con capacidad mínima de 60.000 personas para la segunda fase, dos estadios con capacidad mínima de 80.000 personas para el partido inaugural y la final. Además el organismo pretendía la instalación de una torre de comunicación en Bogotá, el congelamiento de las tarifas hoteleras para los miembros de la FIFA a partir del 1° de enero de 1986, entre otros, la emisión de un decreto que legalizara la libre circulación de divisas internacionales en el país, una robusta flota de limusinas a disposición de los directivos de la entidad. Asimismo querían una red de trenes que permitiera comunicar a todas las sedes, aeropuertos con capacidad para el aterrizaje de aviones tipo jet en todas las sedes y una red de carreteras que permitiera el fácil desplazamiento de la afición. Todo eso, nada más. Las imposiciones llevaron a que el país sudamericano renunciara y el premio se lo llevaran los aztecas que dieciséis años habían organizado una edición repleta de emociones. Claro, Argentina no fue parte de aquella celebración.

 


La primera fase del torneo apenas dejó sorpresas. Las grandes selecciones cumplieron y quizá lo más destacado fue la victoria de Brasil sobre España en un partido donde Michel anotó un gol fantasma que no subió al marcador o la gran actuación de la Dinamarca de Laudrup, primera en un grupo en el que ganó a Alemania (que pasó segunda con una única victoria) y goleó a Uruguay por 6 a 1.

 


Pero para la segunda fase se despertó el torneo, como suele pasar con el mano a mano. Una  inspirada tarde de Emilio Butragueño le dio el triunfo a España frente a los daneses, que habían asombrado a propios y extraños. El español fue autor de cuatro goles en Quétaro que sirvieron para poner a los rojos en cuartos. También lo hicieron las otras grandes potencias, a excepción de Italia, batida cómodamente por Francia por 2 a 0.

 


Unos cuartos de final que iban a deparar varios de los momentos más memorables de la historia de la Copa del Mundo. España cayó en los penales ante Bélgica después de haber sido mejor. Un fallo de Eloy Olalla condenó a una selección que de nuevo era incapaz de superar la barrera de cuartos. A esos mismos penales hubo de recurrir Alemania para batir a México, brillante anfitriona con Hugo Sánchez en escena como cabeza más visible.

 


Sin embargo, los mejores partidos fueron otros. En los apuntes figuran Francia-Brasil. Tan maravilloso encuentro debió definirse por la máxima sentencia. La lotería pasó a la historia por los fallos de Platini (hermoso regalo de cumpleaños), Sócrates y el famoso gol de Bellone, concedido después de dar el balón en el poste y posteriormente el cuerpo del cancerbero galo. Sufrido triunfo en definitiva para Francia que puso de esta forma pie por segunda vez consecutiva en semifinales.

 


El otro fue la máxima excelencia, el choque de dos naciones que venían de un conflicto bélico y países que se miraban con recelo. Argentina e Inglaterra se enfrentaron en el Estadio Azteca en un recuerdo imborrable. Quedó en la historia de la humanidad porque Maradona se vistió de Dios para anotar un primer gol con la mano y porque un rato después, ese mismo “barrilete cósmico” protagonizó la mejor jugada de la historia del fútbol. De la historia, sin discusión. Un arranque de más de 50 metros, que comenzó en su propio campo, le permitió sortear a medio equipo inglés, años de frustraciones y la impotencia de un país, y anotó uno de los más bellos tantos que se recuerdan que sirvió para meter a los albicelestes en semifinales.

 


“Cómo se puede confiar el arbitraje de un partido de cuartos de final de Copa del Mundo a un árbitro tunecino?”, dijo Thierry Roland, el más famoso comentarista francés de televisión tras el gol marcado con la mano por Maradona. Su apreciación personal causó un incidente diplomático y excusas oficiales de Francia a Túnez.

 


Sin embargo, las semifinales no fueron los más recordados de aquella parte del campeonato. Argentina y Alemania vencieron sin grandes dosis de fútbol a Bélgica (dos tantos del “Diez”) y Francia por 2 a 0 y sellaron una final más que interesante.

 


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