La imagen parece sacada de una película. En la curva final de la pista, justo en la que se suelen definir las carreras, hay una pileta de lona de las que se conocen popularmente como "pelopincho".
Uno de los vecinos de las viviendas que levantaron sobre los terrenos del ex ferrocarril, decidió que el patio sería la pista y que allí armaría la pileta.
La postal es sólo una de las tantas que muestra un recorrido que pasa del asombro al asco cuando se ingresa a los baños en la sala de jockey, sin sanitarios, absolutamente sucios, con lo repugnante que resulta la falta de higiene en esos lugares.
El olor intenso provocaba el fruncimiento del ceño y la cara arrugada que fuerza la inmundicia.
En la sala, donde se deberían cambiar los jockey, reina la humedad. Del techo se desprendió un enorme trozo de cielo raso y uno de los socios dice que nadie quiere cambiarse ahí, prefieren hacerlo en un auto.
La nave central desde donde se observa el final de la carrera y se controlan los pesajes, inscripciones y arribos, no tiene vidrios sanos y dentro los pisos juntan suciedad de años.
El recorrido prosigue, siempre por la pista, dura y despareja. En muy pocos lugares la baranda que debe separar los competidores del público está sana.
A esa altura se pueden ver señas de lo que fue una gran entidad, pero que dejó de serlo e invade la lástima, por la nostalgia y por la condición en la que están algunos animales.
Debajo de las tribunas populares se improvisaron algunos boxes. Están armados con tarimas, chapas viejas, troncos y con lo que pueda detener la arremetida de un animal. Allí también se siente un fuerte olor a los desperdicios de los caballos y de la falta de limpieza.
En muchas paredes hay huellas de las disputas internas con pintadas que insultan a la ex presidenta del Jockey y que parecen pedir auxilio.
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