Le robaron un auto, 200 mil pesos y ahora lo amenazan

Que le hayan robado el auto parece ser el menor de sus problemas. Hace diez días que Guillermo Ugo no puede trabajar porque con el vehículo también se llevaron la mercadería que vende a diario y que, según denunció, vale unos 200 mil pesos. Y eso no es todo, las personas a las que señala como los ladrones no dejan de presionarlo para que levante la denuncia que hizo en la Comisaría 1ª y hasta recibió una amenaza en la puerta de su departamento que dice que los que van a pagar son sus hijos. La Policía asegura tener pruebas suficientes para hacer al menos un allanamiento, pero tienen las manos atadas hasta que el juzgado no lo autorice.

La historia es, si se quiere, extraña. Ugo tiene 46 años y hace 13 que se dedica a lo mismo: vende blanquería y ropa de cama y muebles por encargo. Dice que siempre se manejó igual, con transacciones puerta a puerta, con clientes fijos y, por lo general, con tratos comerciales donde el único registro era la palabra de buena fe y una boleta cuando el comprador terminaba de pagar.

Así conoció, hace varios años según recordó, al dueño de una casa de equipos de audio para vehículos y a su socio. Esas personas le presentaron a su vez a otras dos, “unos entrerrianos que traen autos a San Luis para vender”, le contó a El Diario. A pesar de que los tildó de delincuentes, hace cuatro meses les compró un Renault Fluence modelo 2014, negro.

En la denuncia que hizo en la Policía dijo que adquirió el auto por un valor de 400.000 pesos, que debía pagar en cuotas de 30.000, y que el vendedor acordó que recién harían la transferencia cuando terminara de abonar. Le entregaron, sí, la tarjeta verde, un boleto de compraventa y una de las dos tarjetas digitales que sirven para arrancar el Renault. “Ese auto es imposible de robar si uno no tiene la tarjeta, no es un auto común con llave, tiene un sistema electrónico complejo”, explicó.

Por eso, el 29 de setiembre a las 8 de la mañana, cuando bajó a las cocheras del complejo de departamentos en que vive, en calle Pringles, solo pensó una cosa cuando vio que el Fluence no estaba: “Me lo robó la misma gente que me lo vendió”.