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La presunta banda que habría tramado la desaparición de Abel

Por redacción
| 21 de septiembre de 2015
Desaparecido. Abel fue visto por última vez un año exacto.

Para el fiscal Néstor Lucero algunos evidencian una participación, una responsabilidad, en la desaparición de Abel “Pochi” Ortiz desde antes del hecho y otros, en cambio, en acciones posteriores. Pero todos coinciden en un punto, tienen un denominador común: son o fueron amigos, amigos de amigos o de María Alejandra Espinosa, la ex del hombre de 31 años. A entender del representante del Ministerio Público Fiscal, Ceferino Edgar Villegas, el ex de la mujer y padre de su hija; el comisario Marcelo Cecilio Acevedo, su presunto amante; sus amigas María Vásquez y Marcela Rodríguez y Julieta Amaya (estas últimas policías) intentaron desde un primer momento desviar el eje de la investigación, redireccionándolo bien lejos de la peluquera y, por supuesto, de su círculo. Dice que introdujeron testigos y pruebas falsas, que negaron llamadas y confundieron horarios y lugares, en un entramado de mentiras y contradicciones.

 


En la resolución en la que solicita la detención de esas personas, Lucero desmenuza uno por uno los elementos que lo llevan a acusar a los seis de conformar la asociación ilícita que privó de la libertad a "Pochi", quien lleva un año y una semana sin dar señales de vida.

 


El primer relato que aún no pudo ser corroborado, y que el fiscal califica de “absolutamente mendaz”, es el de Espinosa, la última persona que estuvo con Ortiz antes de desaparecer. La mujer contó que la noche del 16 de setiembre recogió a su ex en “el triángulo” de La Ribera, una diminuta porción de pasto situada en un cruce de calles. De ahí se dirigieron hasta el barrio Jardín del Sur, a la casa de un hombre de apellido Echegaray. “La visita era a los efectos de realizar una transacción inmobiliaria, ya que el vecino tenía una casa en venta”, explicó el funcionario en su escrito.

 


Según estimó el potencial vendedor, la pareja estuvo en su domicilio alrededor de una hora y después de las 22 se fue. La peluquera dijo que de ahí lo condujo hasta Lisandro de la Torre y Guayaquil, que en ese cruce dejó a Abel y que luego se fue a su vivienda del barrio Eva Perón.

 


Es justamente esa última parte de la historia difundida por la peluquera la que los investigadores no han podido comprobar hasta ahora. Ella aseguró que lo acercó a esa esquina porque él quería asistir al velorio del padre de unos amigos. Pero los testimonios de esos amigos la desmienten. Los jóvenes Mariani no sólo aclararon que el velorio había ocurrido con anterioridad sino que hacía mucho tiempo que no veían a “Pochi”, pese a vivir a una cuadra de donde Espinosa dijo haberlo dejado.

 

Esa incongruencia es la primera de una cadena que, según Lucero, continuaron Villegas y sus tres amigas, en un claro intento por encubrir a la mujer.

 


Las siguientes contradicciones se dieron entre los testimonios de María Vásquez, amiga íntima de Espinosa, y Nancy Calderón, otra amiga. La primera sostuvo que la noche de la desaparición del hombre, la peluquera regresó a su casa antes de la una de la madrugada del 17 de setiembre. Según la otra mujer, llegó después. También resultó extraña la invitación a cenar pizzas en lo de Espinosa que le hizo Vásquez a Calderón, en un horario inusual, en un día de semana y de manera sorpresiva. La propia Calderón tuvo luego la sensación de que la invitación fue para "acomodar el terreno" para que su amiga tuviera una coartada para esa noche.

 


Otro aspecto singular fue el fuerte intercambio de llamadas que hubo la mañana del 17 de setiembre entre el teléfono fijo de la ex de Ortiz y el celular de Villegas, padre de su hija Dayana, y desde el celular de Vásquez al de la oficial Marcela Rodríguez. Estas comunicaciones  constan en los registros de la empresa telefónica, pero Villegas negó haberlas tenido.

 


El fiscal también subraya la inu-sitada reacción de Julieta Amaya, tan alejada del rol que un policía debe tener. La mañana del 21 de setiembre, la inspector tomó la guardia de la Comisaría 29ª. Presume que en cuanto vio la solicitud de paradero que un cuñado de Abel había asentado el día anterior, Amaya trató de comunicarse con la ex del desaparecido. La llamó siete veces.

 


En el medio de esa red de situaciones atípicas y contradicciones está, según el representante del Ministerio Público Fiscal, el ex jefe de la Comisaría 9ª, Marcelo Acevedo.

 

De varios efectivos de esa seccional se desprendió que el comisario guardaba un especial y llamativo interés por el caso, aún cuando la causa no estuviera en su jurisdicción. En una ocasión llamó a un policía de la Brigada de Investigaciones, a cargo de las averiguaciones, y le dijo: "Fíjese que se evalúe otra línea investigativa" y le sugirió una hipótesis.

 


Del relato de otro uniformado surgió que una vez Acevedo le había encomendado al inspector Mariano Mora la verificación de presuntos testimonios y la recolección de pruebas que había conseguido de forma ilegal y que, a la vista de cualquiera, eran "truchas".

 


Otra situación notoria y que no caía bien entre los efectivos de esa comisaría era el trato preferencial que Espinosa tenía respecto de cualquier otro ciudadano. Entraba y salía del despacho del comisario, sin trabas de por medio. “A ella le decían cómo iba el sumario de averiguación de paradero”, dijo un policía, que considera que Acevedo le ofrecía logística y soporte policial a la ex de Abel.

 


Pero esas faltas del ex jefe de la 9ª son sólo algunas de las irregularidades con las que condujo la seccional. Esos testigos también dieron cuenta de que “liberaba zonas” -una de ellas sería el barrio de su supuesta amante- y reclutaba jóvenes para mandarlos a robar.

 



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