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Frank Di Polo y Rubén Riera, los amigos visibles

Por redacción
| 28 de junio de 2015
La otra Copa América. Di Polo, en viola, y Riera en guitarras dieron un show de repasos.

Luego de una presentación llena de música, el venezolano Frank Di Polo invitó al público: "Ahora, a gozar con las guitarras". Se refería a que luego de su concierto venía el debut absoluto de la Orquesta escuela de guitarras, la agrupación que se formó un día antes con chicos de entre 7 y 18 años de distintos barrios de San Luis. "Hemos sido teloneros de una orquesta fantástica", dijo el músico.

 


La viola de Di Polo y la guitarra de Rubén Riera realizaron su espectáculo “Del barroco al tango y algo más” y antes de comenzar aclararon que la falta de programas se debía a que no querían atar el concierto a una lista de temas, así que tocaron varios clásicos y hasta improvisaron, gracias al talento y la confianza que se tienen entre ellos.

 


La primera fueron 8 variaciones de la canción “Tema con variazone”. “Arranque, nomás”, pidió Frank a su compañero, mientras, calmo, soplaba la trompeta para calentarla y hacer un solo a placer en “Fly me to the moon”, una sordina jazzera le dio aires de cine en blanco y negro con el acompañamiento de las 6 cuerdas.

 


Varios del público coparon las primeras filas, entonces los que no querían estar lejos se sentaron osados en las escaleras, bien cerca de los detalles, con temas que excedieron los 5 minutos pero que no cansaron por su interpretación precisa. El oído gozó al descubrir “Verano porteño”, de Astor Piazzolla, mientras un intermitente celular apareció en la oscuridad.

 


“A ver acá que hay tanta música”, avisó Frank, preocupado mientras buscaba en el atril la próxima partitura. “Esto es lo bueno de hacerlo así porque ustedes no tienen la menor idea de lo que vamos a tocar”, dijo Di Polo, cómplice, y le dio el pie a su partenaire : “Y nosotros tampoco”. Con el público risueño, la dupla aprovechó para explicar sus instrumentos: una guitarra de ocho cuerdas para tocar los bajos y la viola de tres, con una menos que el violín.

 


Los venezolanos honraron su tierra con varios joropos. Durante “Por el camino” el arco voló sobre las cuerdas y parecía cortarlas, tanto que los dedos en la guitarra cabalgaban sin paz, en un tema compuesto para clarinete. “Nosotros lo hacemos así”, bromeó Frank, ya a esa altura convertido en un maestro de ceremonias divertido. Los chicos rieron con sus salidas graciosas y desacartonaron el ambiente.

 


Frank, sin micrófono, subió por las escaleras izquierdas al descanso entre las butacas y desde allí tocó fuerte y preciso -pero sin exigirse- ante el silencio general. Tocando bajó por la derecha, mientras “molestaba” a los que tenía cerca, con sonidos graciosos que le valieron una ovación general. “¿Ven?. Eso fue puro invento, no tiene nombre”, dijo y antes de seguir lo bautizó “El blues de San Luis”.

 


En otro manoteo de partituras aparecieron “La perica” y el último del cancionero venezolano, “El gabán indio”.

 


Gentiles devolvieron, con cariños y besos al aire, el aplauso de pie que se ganaron gracias a su talento y buena predisposición para llevar adelante un recital que dejó conformes -y con ganas de más- a todos. Antes de irse, regalaron el bis con el tango “Milonga de mis amores”.

 


“Ahora empieza el espectáculo”, se despidió Frank, mientras Riera y otro Rubén (Quesada, otro profesor que vino con ellos) entre los chicos, asesoraron en las secuencias en su partitura.

 


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