En “El expediente rojo” se relata una situación burocrática que puede suceder en cualquier oficina. La particularidad en este caso es que en la obra, estrenada el fin de semana en la sala Berta Vidal de Battini, se realizó con la técnica del teatro a ciegas.
“Te lo digo en criollo: estamos cagados”, se sinceró uno de los actores, Gabriel Perrone, sin eufemismos antes de la función del viernes. “Anoche (por el jueves) vinieron los parientes, pero hoy son todos extraños y tenemos que hacerlo bien”, dijo entre sonrisas nerviosas. Sin embargo de algo estaba seguro: “Para este grupo todo es nuevo y es un lindo desafío”.
Lo que Gabriel no sabía es que las expectativas estaban en el público, impaciente en el hall del Centro Cultural Puente Blanco, que se preguntaba cómo sería participar de una experiencia de ese tipo. Fue una función para pocos (el espacio no permitió más de 50 personas) pero que se transmitió boca a boca en poco tiempo.
El elenco de "El expediente..." está compuesto por actores amateurs guiados por sus profesores de teatro, Eduardo Ochoa, Laura Oro y Noelia Castaño de La Fundación La Tía Tota.
“¿Cómo se sienten?”, preguntó el fotógrafo de ETC. en el único momento de la noche en que pudo usar un flash: “¡Encandilados!”, respondió gracioso Morelli.
En la segunda función los asistentes se portaron mejor que en el debut, donde algunas luces atrevidas distrajeron a algunos. “Nosotros no nos damos cuenta, pero a ustedes les va a molestar”, aconsejó Daniel Morelli, uno de los protagonistas más extrovertidos. Las bromas se repitieron: “¡Fijate que me da la luz de frente!”, dijo una de las chicas a modo de bienvenida a su mundo de todos los días.
En el desarrollo de la obra, totalmente a oscuras, jugaron con el olfato, con un té de durazno en el escritorio de Martínez y una empleada que tiró aromatizador mientras trapeaba el suelo de la oficina del jefe. Todos quienes presentaban un descargo en la oficina en cuestión, mientras esperaban su expediente, fueron maltratados, hasta que se saturó la situación y revolucionaron el lugar. También hubo interacción con el público al que intentaron venderle tortitas y café, en otra fragancia cómplice.
Al finalizar la puesta, el más emocionado fue Walter Fernández, un actor que no disimuló su estado: llegó llorando y se fue llorando. “Gracias por integrarnos a esto, nos sentimos honrados”, le dijo a una de las directoras. Cuando tomaron la palabra fuera de libreto se disculparon por algún error ya que fue su primera vez como actores y también la de los directores al frente de una obra original, ingeniada y escrita por todo el elenco. “Queremos decirles que ellos están locos por hacerse cargo de nosotros”, bromeó por última vez Gabriel.
Para evitar desmanes, salieron primero los actores en fila india: “Nosotros sabemos cómo salir, ustedes hagan como puedan”, se burló Morelli, hasta que la luz encandiló a los presentes y todo volvió a la normalidad. Al menos para cincuenta personas que esperaron a los actores en el hall para saludarlos y renovarles el aplauso.
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