María Victoria Mamani entró a la terapia intensiva a ver a su hija Sara, el viernes, y la escuchó hablar por primera vez desde el lunes, cuando la operaron y quedó en coma inducido. La chica de 21 años, a quien ya le sacaron el respirador, miró a su mamá a los ojos, le pidió agua e inmediatamente le preguntó por sus hijos, el varoncito de 8 meses y la nena de 3. María Victoria se sintió aliviada, sólo un poco. Para ella, el sosiego llegará si Sara se recupera y su yerno, Rodrigo Albelda, queda detenido y la Justicia lo castiga por la paliza que puso a su hija al filo de la muerte. Le dañó el hígado de tal modo que la dejó en grave estado.
En el último tiempo, la pareja se mudó cuatro veces. A los dueños o a quienes los alojaban les molestaban las continuas peleas y que el joven fuera maltratador.
Ésa no fue la primera vez que le levantó la mano. “A partir de que se fueron a vivir juntos, hace unos dos años, él poco a poco la fue aislando de todos, de su familia, de las amistades. Yo la veía muy flaca, no sé si comía bien, estaba mal, triste”, describió. El día del ataque, la señora hizo lo que su hija se resistía a hacer: denunciarlo. “Creo que él la tenía intimidada, por eso no lo hacía”, consideró.
Confinada a la casa
De modo frecuente, la violencia de género pasa inadvertida para los allegados a la pareja: los insultos, las denigraciones y los cachetazos se dan paredes adentro. Es habitual también que la víctima pierda el vínculo con sus parientes y conocidos; que naturalice el maltrato y calle; que no tome la iniciativa de ir a la Policía, por temor, y que deje de lado sus proyectos de realización personal, como hacer una carrera o trabajar.
Sara terminó la escuela primaria y tenía ganas de estudiar. Pero Rodrigo no la dejaba: prefería que se quedara en casa a cuidar a los chicos y a ocuparse de los quehaceres domésticos, mientras él trabajaba en el Grupo de Artillería Antiaéreo 161, dijo María Victoria. Fue soldado voluntario hasta el viernes 22 de agosto, cuando renunció.
La señora recordó una situación que “pinta” el rol que él le atribuía a su mujer y cómo imponía su parecer de modo imperativo, al mejor estilo miliciano. “Yo estaba de visita en la casa de ellos. Ella acababa de levantar al bebé. Le preguntó '¿le lavaste la cara?' Ella le respondió que no, porque el niño recién se despertaba, que ya lo iba a hacer. Le ordenó con bronca que fuera a lavarlo inmediatamente. Él nunca iba a cambiarle un pañal al nene, ésa era una tarea que tenía que hacer mi hija. Ese día me di cuenta que dijo eso para provocar, porque sabe que no me gusta que le hable de ese modo. Le dije a Sara que atendiera tranquila al bebé y me fui. No quería problemas”, resumió.
Los Mamani no compartían con Sara y Rodrigo salidas o asados, por ejemplo. El trato entre ellos era escaso y distante. “Apenas nos decíamos ‘buen día, buenas tardes’. Esto viene de cuando eran novios. Ellos empezaron a salir cuando Sara tenía unos 16 años, más o menos. Ahí pasó algo que a mí no me gustó y se cortó la buena relación con él. Prefiero no hablar de lo que sucedió, hasta que no tenga las pruebas”, aclaró.
Tiempo después, los jóvenes se distanciaron. Sara conoció a otro muchacho, con quien tuvo a la nena de 3 años, se separó de él y reinició la relación con Rodrigo, que es el papá del bebé de 8 meses. Aunque quizás no la compartía, María Victoria respetó la decisión de su hija de volver con Albelda y trató de mantener contacto con su hija todo lo que le fue posible.
“Intercambió con su hermano un teléfono que yo compré, y después me enteré que él lo había vendido, porque no quería que hablara con nosotros. En la casa donde estaba hay un teléfono fijo, al que la llamaba. Pero él dejaba mal puesto el tubo, para que no recibiera llamadas”, aseguró.
Cuando podía, María Victoria iba a visitarla. “Iba sólo de pasada, unos minutos, cuando Rodrigo no estaba. Hace poco, este año, a él lo castigaron y estuvo dos días detenido en el Ejército, y nosotros fuimos a verla a ella y los niños más tranquilos, porque no teníamos que estar pendientes de que él llegara”, explicó.
A veces, el miedo de la víctima de la violencia de género proviene de intimidaciones directas a ella o los chicos y en otras ocasiones, cuando el hombre es quien trae el dinero a la casa, la amenaza es dejarla sin recursos para mantener a los hijos. María Victoria no cree que ése haya sido el caso de Sara. “Tiene una amiga que le daba de todo para los chicos. Y de una u otra forma ella hubiera podido criarlos, no hacerles faltar nada. Es una excelente mamá. Pienso que no lo denunció porque la amenazaba con otra cosa, quizás con hacerle daño a la nena, que no es hija de él”, presumió.
De hecho, los dueños de una casa ubicada en el barrio Unión, donde la pareja vivió y tuvo un altercado hace unos meses, le contaron luego que Albelda, en un arranque de furia, había tirado afuera la ropa de la pequeña.
Creía que iba a cambiar
En esa oportunidad María Victoria fue a visitar a su hija en ese domicilio ubicado cerca de la Penitenciaría. Tenía moretones en ambos brazos. “Estos conocidos les habían dado lugar ahí, pero cuando ocurrió este problema, le dijeron que le permitían a ella quedarse ahí con los niños, pero que Rodrigo debía irse. Entonces se fueron de esa casa, porque mi hija eligió seguir con él”, refirió. Ella no lo denunció: argumentó que lo quería y que creía que iba a cambiar. Se mudaron, pero el trato que él le daba continuó igual, o peor.
Si bien sabían que la pareja tenía problemas, los allegados de Sara recién dimensionaron la gravedad de éstos el lunes, cuando le dio la golpiza. En estos últimos días, se han acercado amigas o vecinos que escucharon maltratos o a los que la chica les confió su drama.
Un planchazo en la cabeza
Por ejemplo, una amiga que estuvo en el hospital la primera noche de internación “me contó que oía siempre gritos en la casa de mi hija, que él la trataba mal a ella y a los dos chicos. Primero pensó que eran peleas como las que tienen habitualmente los matrimonios. Pero después se dio cuenta que no era así. Inclusive un día ella la acompañó a Sara a hacerse ver en un hospital, porque él le tiró una plancha por la cabeza y le hizo tres cortes”.
La declaración de esa mujer es una de las que respalda la imputación a Albelda. La hija de la vecina escuchó a Sara llorar: le pedía a Rodrigo que no le pegara más. La nena fue a su casa, le avisó a su mamá y ésta golpeó la puerta del frente del domicilio de Sara. No atendió nadie. Entonces fue por la puerta trasera. Sara le abrió. Rodrigo ya se había ido.
Los chicos estaban en el dormitorio, despiertos, y la nena sollozaba desconsoladamente. La mujer la levantó y le preguntó a Sara si Rodrigo la había golpeado. Le respondió que no. Pero dudó de lo que le contestó: descubrió sangre en el sommier, en la ropa de los niños y en una plancha, que estaba partida.
Cuando Sara se agachó para tomar al bebé, la vecina le vio sangre en la cabeza. Le repitió la pregunta. Sara volvió a contestarle que no le habían pegado, que ella quiso arrojarle la plancha a Rodrigo y que en esa maniobra el aparato se desarmó. “Tenía cinco cortes, como si le hubieran pegado con la punta de la plancha, y una gran inflamación en la parte de atrás de la cabeza”, declaró. Le indicó que se lavara, la curó con alcohol iodado y la acompañó al Hospital del Oeste.
"También lo hago por mis nietos"
Los médicos del Hospital San Luis han sido precavidos: le han dicho a María Victoria y su familia que hay que esperar y ver la evolución de la paciente. “Le van a hacer una ecografía, para ver si hay o no sangrado. Ella siente mucho dolor. Si bien ahora ella ya no está con respirador artificial y sólo tiene oxígeno, su estado todavía es crítico”, contó.
Por eso, en el breve intercambio de palabras que tuvieron el viernes en el horario de visita, María Victoria intentó tranquilizar a Sara. Le dijo que no debía preocuparse, que sus hijos están bien cuidados en su casa y que el bebé, que aún toma la teta, tiene tres nodrizas que le dan el pecho. Y mañana prevé ratificar la denuncia en el Juzgado Penal Nº 3. “Quiero que lo castiguen, que no lo larguen. Ya intentó matar a mi hija, y puede hacerlo otra vez. Lo hago también por mis nietos, porque no sé cómo puede portarse con ellos. No puedo confiar más en él”, dijo.


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