SAN LUIS - Domingo 19 de Mayo de 2024

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Don Carlos Mitchell, un ejemplo de perseverancia en el comercio

Por redacción
| 10 de julio de 2014
Con sus tesoros. Mitchell exhibe cuatro viandas. Detrás, la estantería que sintetiza su local. | Alejandro Lorda

La tradicional Casa Mitchell anunció que cerraría sus puertas definitivamente el 1 de octubre de 2011, pero el anuncio aún no se concretó. Don Carlos Mitchell abrió el legendario local de  calle San Martín (casi esquina Ayacucho) con la intención de liquidar toda la mercadería que tenía guardada luego de 18 años, pero todavía lo mantiene abierto. “Ese día abrimos con la intención de liquidar todo lo que tenía en una semana.  Es más, vendí hasta las estanterías, pero en la boleta les aclaré: ´A entregar cuando se termine toda la mercadería´. Llegó diciembre y los dueños vinieron a reclamármelas,  pero yo les dije que no, que no iba a cerrar, porque mis amigos me convencieron de que no podía cerrar el único bazar que quedaba en San Luis”, contó en la previa del Día del Comerciante que hoy se celebra en todo el país. Ya pasaron dos años y ocho meses de aquel que iba a ser el último sábado y aún repite convencido: “Mientras lo pueda mantener, voy a continuar”.

 

"No por criticar, pero los de ahora no son vendedores, son expendedores de mercadería"


Inaugurado en 1979, el legendario comercio estuvo cerrado entre 1993 y el 1 octubre de 2011. “Reabrimos un sábado, porque yo soy distinto a todos. Durante el mes de setiembre de ese año estuvimos trabajando muchísimo para preparar el local y decidí abrirlo de una buena vez porque estábamos acá adentro mañana, tarde y noche. Ya no dábamos más”, recordó el hombre de 76 años, que pasó más de medio siglo detrás del mostrador.

 


Aquel sábado a las 6 de la mañana, dos horas antes de abrirlo, salió del local con su hijo y fueron a darse una ducha para recibir  por última vez a los clientes. “Cuando llegamos teníamos 800 personas esperando en la puerta. La fila daba la vuelta en la Municipalidad y era de tres personas de ancho. ¡No sabíamos cómo íbamos a hacer para atenderlos a todos! Si abríamos las puertas nos vaciaban el negocio en dos horas. Entonces, decidimos dejarlos entrar de a cinco,  aunque la mayoría se quedaba porque en realidad venían por la emoción que les producía volver a este lugar casi dos décadas después”, contó. 

 


Carlos viene de una familia tradicional de San Luis, que siempre se dedicó al comercio . “Vendedor se nace”, dijo convencido y enseguida contó cómo empezó su carrera: “Cuando terminé el primer año del secundario en la Escuela Normal le dije a mi padre: `No estudio más, quiero trabajar detrás del mostrador´. Él lo aceptó, pero me pidió que me anotara en la Escuela de Comercio, que antes se llamaba Instituto del Trabajo, para terminarla por la noche. Por eso cuando cerrábamos el local a las ocho, yo recién me iba a estudiar”.

 


Mientras atiende a sus viejos y nuevos clientes, repite: “Mi satisfacción es que la gente se vaya conforme de acá porque recuerdo que los primeros que trabajaron conmigo eran en realidad amigos que venían a darme una mano. Entonces, cuando los clientes se iban no muy conformes, yo los paraba en la puerta y trataba de convencerlos para que volvieran. Y así me hice de clientes de toda la vida”. Por eso tiene claro cuando está frente a un verdadero comerciante: “No es por criticar, pero los de ahora no son vendedores, son expendedores de mercadería. Te venden lo que vos venís a comprar. En cambio, el que viene a mi negocio se lleva, muy contento, lo que yo le quiero vender”, marca la diferencia.

 


Dijo que todavía tiene “miles de cosas en el depósito de arriba que algún día tendré que bajarlas al salón. Yo fui siempre previsor y todo el dinero que conseguí lo invertí, por eso amontoné tanta mercadería”. Después señala un estante a la altura del techo donde apila varias cajas de cartón y aclara: “Son todos cuadernos Rivadavia de tapa dura, con 150 hojas rayadas y cuadriculadas que ya no se fabrican más. Acá los tenemos a la venta como si el tiempo no hubiera pasado. Ésa es la satisfacción que he tenido. Y la otra ha sido la gente que viene a comprar  y me cuenta que su abuela la trajo por primera vez y ahora ella trae a su nieta”.

 


Entre los tesoros que todavía ofrece Carlos a sus clientes hay hojas cuadrícula inclinada para aprender caligrafía que las escuelas enseñaban hace 40 años o los blocks de pentagramas para escribir música. También tiene dos de las primeras radios spiker, “a las que les estoy haciendo el estuche de cuero original con un artesano”, dijo el viejo vendedor. En la vidriera todavía reluce un juego de cubiertos de plata y una ensaladera sopera de porcelana inglesa: un ejemplar único. También un antiguo juego de pava, yerbera, azucarera y calentador para alcohol de quemar en aluminio y la gloriosa vianda: una torre de fuentes enlosadas amarillas, con tapas negras, que se usaban para llevar varias raciones de comida a una familia numerosa antes de que existiera el delivery. 

 


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