La Penitenciaría de San Luis está lejos de ser un reducto para vagos que sólo esperan el final de su condena, como suele figurarse el imaginario popular. A pesar de las condiciones de encierro, existe un proyecto, denominado Laborterapia, que les propone aprender un oficio y desarrollarlo durante los tediosos días de encierro. Es una manera de mantener la mente ocupada, prepararse profesionalmente para el momento de la reinserción social y ganarse unos pesos para ayudar a la familia.
"La idea, que no es nueva y se aplica en varios penales del país, surgió para que usen su tiempo en algo productivo. Y a nosotros nos resultó, porque vemos cambios positivos de conducta en aquellos que se sumaron a los talleres y cada vez son más los interesados en sumarse. Nos falta espacio físico para ampliar las actividades", cuenta Gabriel Correa, coordinador general de los talleres de Laborterapia, un hombre con 14 años de carrera en el Servicio Penitenciario y una década ayudando a los internos a desarrollar sus habilidades.
En el edificio ubicado sobre ruta 146 hay talleres de panadería, carpintería y herrería para los hombres, quienes también pueden sumarse a la fabricación de bloques de cemento o trabajar en la Colonia Penal que está al lado de la Escuela Agraria, en ruta 7. Las mujeres, que son apenas 16 en el penal, tienen a disposición un taller de corte y confección, en el que también fabrican artículos de cotillón y colaboran con los hombres para darle terminación a los juegos didácticos que donan a los jardines de infantes.
"Tratamos de incluir a todos en los talleres, pero hay requisitos que son obligatorios. El primero es darle prioridad al estudio, ya sea la primaria, la secundaria o la universidad. Y también tratamos de darle prioridad a los que tienen condena firme, porque los procesados están muy pendientes de las decisiones judiciales. A veces invertimos tiempo en enseñarles y enseguida salen en libertad", agrega Correa.
La materia prima la compra el Servicio Penitenciario, o bien la aportan los internos cuando quieren hacer trabajos por su cuenta, para vender o equipar su casa. Los que están en la panadería, la bloquera o el taller de costura cobran por producción; en cambio carpinteros y herreros reciben dinero por las ventas de productos. En la muestra Alimenta San Luis, por ejemplo, la recaudación total por la venta de trabajos y productos panificados llegó a los 10 mil pesos. El éxito los motivó para que a partir de hoy participen con un stand en la Rural de San Luis.
Según Correa, "hay mucho potencial en la población carcelaria, la mayoría son muchachos que llegaron acá por situaciones de abandono social, problemas económicos o por un rapto de locura". Cada sector tiene su organización. En la panadería el primer turno con seis internos arranca a las 22, para tener calentito el pan al amanecer, cuando lo vienen a buscar de varios comercios de la ciudad. Hacen 180 kilos diarios para vender y otros 150 para consumo interno, además de pan rallado, facturas, raspaditas, cremonas, pasta frola y tarta de manzana. La carpintería trabaja de 8 a 16 y es la más poblada, con cerca de 50 personas. Todos empezaron de cero y hoy hacen camas, sillones, muebles y artesanías a un precio más que conveniente.


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