14°SAN LUIS - Jueves 25 de Abril de 2024

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Con h en el medio y sin zeta

Fallecido hace una década, el mayor humorista telefónico del país sigue con su mística intacta y el recuerdo siempre gracioso de sus inolvidables llamados.

Por Miguel Garro
| 30 de enero de 2023
Las bromas llegaban a través del teléfono. Foto: Internet.

En un momento no determinado de su vida, Julio Victorio Di Rissio se convirtió en Tangalanga. Casi de inmediato recibió un doctorado. Y como suele pasar en aquellos que reciben un título universitario, su vida cambió radicalmente. De ser un timorato, tartamudo, oscuro empleado de oficina, pasó a ser un insoportable molestador telefónico, ocurrente presentador de situaciones incómodas e insultador lírico y ponzoñoso.

 

Hace unos días está en la cartelera de cine de San Luis la película que muestra cómo Di Rissio se convirtió en una celebridad oculta. La historia lo exhibe como un humorista que congregó a una multitud de seguidores desde la clandestinidad y que vivió oprimido por la necesidad de esconderse (por temor, por apocamiento, por defensa propia). El filme se llama “El método Tangalanga”, fue dirigido por Mateo Bendesky y tiene en Martín Piroyansky —uno de los mejores actores argentinos de su generación— a la personificación de la doble vida del empleado bromista.

 

En la escena poscréditos hay un sorpresivo guiño a la provincia que sirve para describir el modo en que Di Rissio armaba sus chanzas. Ante el que es su antihéroe en la película, el dueño de una clínica con el que se disputa el amor de una chica, el personaje central le dice —siempre por teléfono— que un tío suyo que vive en San Luis había sido muy mal atendido en el centro asistencial.

 

Además de la conexión lógica que sienten los espectadores puntanos por la mención de la provincia en el chiste final, la escena grafica la forma en la que Tangalanga trabajaba el humor en sus conversaciones. Las situaciones absurdas que describía en las charlas (una pastilla para dejar de fumar que provoca diarrea, un tratamiento para adelgazar que causa una obsesión por los chocolates, una cancha de fútbol 5 en la que suceden atrocidades de todo tipo) siempre le sucedían a otro, por lo general, un pariente cercano, con lo que el interlocutor no puede dar detalles precisos de lo denunciado.

 

Aunque la película de Piroyansky se transforma en un drama romántico con acercamientos a la comedia blanda y lleva el título que lleva, muestra apenas someramente el método del humorista y lo esconde tras algunos detalles de la vida privada del protagonista.

 

El método Tangalanga —no la película, el método en sí— consistía en hacer un llamado telefónico para contratar un servicio, hacer un reclamo, consultar algún absurdo o sacarse alguna duda. Los receptores podían ser usuarios de números sacados de las publicidades de los diarios, apellidos tomados al azar de la guía telefónica o desconocidos con alguna característica particular que el bromista conocía gracias a los seguidores que le pasaban el dato.

 

Luego de un saludo formal y amable, el doctor medía a sus víctimas de acuerdo al grado de enojo que iban acumulando. Tenía el pulso necesario para conocer cuánto le faltaba a su interlocutor para que la mostaza le explotara o, en caso de que eso no sucediera, subía la apuesta con algún insulto, al fin y al cabo, el meollo de su actividad.

 

Fallecido hace diez años, amado por personajes centrales del rock argentino como Ricardo Mollo y Luis Alberto Spinetta —quien utilizó un sample con su voz en una de sus grabaciones—, el Dr. Tangalanga fue posiblemente el primero en el país en basar su forma de hacer humor (o para decirlo de forma más amplia, su forma de hacer arte) en la mala palabra. Para él, el hecho de mandar a alguien a la mismísima mierda resultaba gracioso por sí mismo. La primera parte de la carrera de Zambayonny, un músico solista que luego se volcó a una poética más correcta, y casi toda la de Yayo Guridi tienen esos mismos sostenes.

 

Lo nefario de Tangalanga estaba oculto en el estado de alteración con que dejaba a sus afectados. No había en su quehacer humorístico explicaciones posteriores del tipo “era una jodita para Tinelli”. Cortara quien cortara la comunicación, en ambos lados de la línea telefónica las conductas eran disímiles. Quien recibía el llamado quedaba entre agitado por la descarga de insultos recibida o enviada y notablemente preocupado, pues la persona que lo había llamado había puesto en duda su capacidad para el trabajo, su honestidad y su buena educación. Del otro, Di Rissio jugaba una risa endemoniada que, cuando hizo un programa de radio con sus bromas, compartía con su amable audiencia en el estudio.

 

A principios de los 90, los cassettes con las bromas de Tangalanga —quien por entonces usaba con frecuencia el seudónimo de Rabufetti— circularon por San Luis, lo que demuestra la velocidad con que se extendió la fama del cómico en épocas en la que la viralización no era una palabra corriente.

 

Para comprender mejor el método del humorista hay que recurrir también al cine, pero no precisamente a la historia que por estos días está en el cine. El director y humorista Diego Recalde compiló a mediados de la década pasada los testimonios de aquellos que recibieron las llamadas más recordadas del cachador telefónico y los presentó en cuatro documentales que tienen un nombre elocuente: “Las víctimas de Tangalanga”.

 

Fanático del doctor, Recalde —quien llegó a pedirle al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, que hiciera una estatua de Di Rissio en una esquina porteña— reconoce que hay algo en el humor de su ídolo que quedó estancado en las brumas del tiempo. En realidad, muchos de los seguidores comparten ese pensamiento por la simple evolución de la especie. Ya no encuentran tan gracioso el hecho de que alguien le diga “maricón” a otro para que se ría un tercero, ni que la expresión “te chifla el orto” anticipe una carcajada. Tampoco encuentran las guías telefónicas que estaban en sus casas ni los cassettes TDK donde se guardaban aquellas memorables conversaciones.  

 

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