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El buscador de gestos

El escritor y psicoanalista argentino, quien vive en París hace seis años, se nutre de los lenguajes ajenos y de los sueños. A ellos se les suma el gabinete de curiosidades como motor.

Por Astrid Moreno
| 05 de septiembre de 2022

Hay un puerto, pero no es de madera; sus cimientos están hechos de los pesados tomos de la literatura clásica y, a medida que se acerca hacia el océano, la estructura se hace más moderna con aquellos escritos contemporáneos, los best sellers y los escritos que, quizás, dentro de muchos años conformarán las nuevas bases de los clásicos. Sus tamaños, editorial o confección no afectan el resultado de la estructura ni su habilidad de contención; es el argumento el que nutre a los deseosos de saltar hacia las aguas del lenguaje, a otras culturas. Quizás, no sea un muelle, sino un puente infinito de contacto y lenguaje por el que los caminantes absorben conocimiento. Tal vez sea un sueño, donde reina el idioma de lo desconocido. 

 

El escritor y psicoanalista argentino, quien vive hace seis años en París, Edgardo Scott acumula una colección de escritos y cuentos que toman sueños y vivencias, como “Cassette virgen”; las tres ediciones de “Caminantes”, que transita a nuevos seguidores de los pasos en cada lanzamiento, o su última publicación, “Contacto: un collage de los gestos perdidos”, una reflexión sobre uno de los sentidos más escatimado en pandemia.

 

—¿Cómo fue el salto del psicoanálisis a la literatura?
—Siempre había mucha literatura a mi alrededor; desde chico, en mi casa se leía mucho. Veía a mis viejos leer el diario también, ellos me alentaron a hacerlo, pero no alcanza con eso, los chicos también tienen que tener ganas. Así que siempre había leído; sin embargo, nunca había escrito, solo canciones, porque primero me dediqué bastante a la música, sus letras y poemas, sobre las cosas que escriben los adolescentes. Después, cuando hice la carrera, empecé a escribir algunos cuentos, pero sobre todo lo hice más formalmente cuando ya me había recibido y en los momentos libres que se me generaban entre pacientes. Yo atendía en distintos consultorios y clínicas, y, en mi profesión, tenés un paciente de dos a tres de la tarde y quizás otro de cinco a seis, y en el medio queda un bache. Esos huecos los llenaba leyendo o escribiendo. Ahí empecé, como si la literatura hubiera funcionado como un momento de distracción respecto al trabajo. 

 

—En libros como "Luto", que sigue la historia de superación de una muerte, ¿qué tanto de psicoanálisis y qué de ficción tienen tus escritos?
—Para escribir no tengo presente el psicoanálisis, es como un saber incorporado. Sí está más presente cuando leo, porque en cierto modo es un sistema de lectura que cuando vos te dedicás a eso está incorporado; no sé cómo explicarlo. Es como cuando un carpintero mira una mesa. El psicoanálisis te da como una familiaridad con el inconsciente y el lenguaje, algunas asociaciones y producciones, es como una sensibilidad que hace que siempre que leés o escuchás algo, lo hacés de una manera particular. Me sirvió más para leer y hacer crítica literaria, pero no tanto para escribir ficción. En el caso de "Luto", lo hice con mis recuerdos y mis experiencias, pero sobre todo con la imaginación, que es lo que hace un escritor cuando escribe ficción: da cuenta de su imaginación, donde se combina todo, el recuerdo, lo inventado, lo formal y lo que matizás. 
—¿Cómo nació “Cassette virgen”? 
—Fue a lo largo de muchos años. Yo tenía esos cuentos, algunos los iba escribiendo porque me los pidieron para el suplemento Verano 12, de Página 12. A mí me encanta escribir cuentos, pero a veces no surge la ocasión y esto me obligaba a hacerlos. Además, otra tanda ya la había escrito en 2010. Así se fueron organizando relatos autobiográficos en el sentido de que hay como una voz, en una primera persona que tomaría ciertas vivencias y recortes de mi vida que son muy particulares. Pero no es el relato convencional y cronológico con momentos importantes de la vida, sino que son como relatos fragmentados de experiencias particulares y cosas un poco raras que a veces aparecen en la inconsciencia. Lo fui escribiendo así. 

 

—¿Y la división del libro en dos partes, "Lengua materna" y "Lengua extranjera"?
—Esto sucedió cuando me fui a vivir afuera y como un poco el chiste de separar la lengua materna de todo lo que viene dado y que uno no elige de lo que sí. En esa serie me pica un poco ese concepto de lo que viene dado y con la lengua extranjera, que empieza con un relato de un sueño, que es también como una lengua extranjera, porque no tenés control, no entendés qué es ese lenguaje que aparece. Me resultó divertido e hice esa división para jugar.

 

—¿Cómo fue el criterio para hacer recortes de tu autobiografía?
—No lo pensé como eso, lo admito, sino como relatos en los que aparecían determinadas experiencias personales y que, por algún motivo, tenían persistencia en la memoria. Hay cosas, lugares, personas, situaciones que por alguna razón uno recuerda y regresan a la memoria. La mayoría de las cosas las olvidamos, entonces ¿por qué vuelve cual o tal situación? Por ejemplo, uno de los cuentos habla sobre compañeros de colegio y de primaria, es muy particular, y de cosas que me acuerdo de cuando era muy chiquito respecto de ese compañero, entonces trataba, a partir de ese recuerdo que venía de una manera muy inconsciente, al escribirlo ver cuál era la lógica o el sentido de por qué esa sensación insistía en permanecer o por qué hay ciertas atracciones. ¿Por qué me interesan o me atraen ciertas cosas? Tiene como algo de un gabinete de curiosidades personales.

 

—¿Estos recuerdos siguieron presentándose después de escribirlos? 
—Sí. En general, quienes escribimos tenemos distintas zonas de escritura y nos repetimos mucho. Yo trato de hacerlo lo menos posible, a veces evito escribir sobre esas cosas. Podría, seguramente, escribir diez relatos más como los de “Cassette virgen”, pero me aburro del método. Es como tocar una canción siempre con los mismos acordes. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo cuentos, pero es otra cosa, son más largos, en otros tiempos históricos y jugando con los géneros.

 

—¿Qué te llamó la atención de algo que, en apariencia, es tan mundano como caminar? 
—En realidad, "Caminantes..." es un libro que me acompaña mucho, casi que es un proyecto vital. Es un tema que me interesa y le voy encontrando nuevos sentidos a medida que pasa el tiempo, por eso hago el chiste de que nació de la propuesta de una editorial y la primera edición, que es de 2017, es muy chiquita. Anduvo bien, entonces en 2019 se reeditó y yo le agregué otras historias de caminantes. Ahora sale en España y le volví a agregar caminantes; entonces un poco el chiste es que, a medida que pasan los años, siempre voy a seguir agregándolos, porque me encuentro con que mucha gente lo hace; no solo el que le gusta caminar, sino que encuentra cierta trascendencia en eso. Lo que me interesa es que me parece un acto trascendente, algo muy importante para pensarlo y leer la experiencia, hoy que estamos tan acosados por las pantallas y que todo el tiempo miramos el celular, y no la realidad alrededor. Pero caminar es lo contrario, es como estar en el mundo, abierto a él, e ir leyéndolo. Como a mí me interesa mucho la locura, es un movimiento que hace que esté muy ligado al pensamiento, que también es moverse; para pensar hay que desplazarse en la propia cabeza e ideas. Entonces, paradójicamente, es como si la caminata alentara eso. Cuando uno camina piensa mejor. Pero, por supuesto, parte de un gusto y después encontré que es todo un tema en la literatura. A muchísimos escritores les ha gustado y les interesa el acto de caminar; ahí encontré una familia. 

 

—¿Sobreviviríamos en un mundo sin contacto?
—Evidentemente, sí. Con la pandemia pasó eso, estuvimos bastante sin contacto y casi obligados a guardar distancia. Me parece que sobrevivir no es vivir. Quitar el contacto es como quitarle la sal a la comida o las especias y lo que le da gusto. Se puede sobrevivir de cualquier modo y siempre podemos encargarnos los humanos de vivir peor y sin límites. Entonces se puede, pero me parece que si hablamos de algo más trascendente y colectivo creo que el contacto es clave: en él están el encuentro y el intercambio con el otro, y me parece que eso es lo que nos nutre y nos hace crecer. Paradójicamente, ahora estamos tan conectados y, sin embargo, muchas veces nos desconectamos a nivel de la atención y del verdadero interés. Eran cosas sobre las que me interesaba escribir en la pandemia, porque aceleró todo eso. Muchas de esas cosas venían insinuándose y la pandemia las capitalizó y las aceleró.

 

—¿Cómo sería una sociedad sin contacto?
—Creo que sería peligrosa, sería como quitarle a lo humano un sentido; si me lo tengo que imaginar, es eso. Sería como el tacto, si no pudiéramos tocar nada ni sentir las formas. ¿Cómo sería vivir sin uno de los sentidos? Se puede, pero algo falta. Me parece peligroso, en un mundo donde prevalece lo virtual, quitarle esa materialidad es como sacarle una dimensión a las palabras. 

 

—¿El lenguaje es una forma de contacto? ¿Cómo cambió a partir de tu migración a otro país y cultura?
—Absolutamente. Este año empecé a trabajar mucho más en francés y es extraordinario cómo te modifica. No es que antes no hablara, pero este año se intensificó en el trabajo y eso te modifica, porque estamos hechos de lenguajes. Entonces, adonde cambia este, cambia todo y la vida. Vivir afuera, en un país con otro lenguaje, significa que tiene otra cultura y otra interacción e interpretación de las cosas; eso es lo difícil de vivir afuera. Por más que se reconozcan las cosas, tienen otro valor y otro sentido. Por eso, el lenguaje es un elemento clave en el libro "Contacto", porque el verdadero contacto se da con el lenguaje. 

 

—¿Qué lugar ocupan entonces las librerías, el espacio predilecto del lenguaje?
—Son la clave de la literatura. Mientras los libros sigan estando en papel, somos muchos quienes crecimos con ellos y los valoramos. El espíritu y el lugar de los libros son las librerías. Además, es ahí donde cualquier lector puede encontrar novedades, curiosidades y descubrir nuevos tesoros. A mí me parece importantísimo que todas las ciudades puedan tener siempre una librería. Son como puertos, porque los autores vienen de todos lados. La gente puede viajar a otras realidades, culturas y problemas, y, por ende, leer y entender mejor los propios.

 

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