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La bomba atómica, brutales retrocesos de la humanidad

Por redacción
| 07 de agosto de 2022

El 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón. Los cálculos más conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades a causa de la explosión y la radiación.

 

El 6 de agosto, cerca de las siete de la mañana, los japoneses detectaron la presencia de aeronaves estadounidenses dirigiéndose al sur del archipiélago. Una hora más tarde, el bombardero B-29, “Enola Gay”, al mando del piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima a "Little boy", nombre de la bomba atómica de uranio. Tokio, localizada a 700 kilómetros de distancia, perdió todo contacto con Hiroshima, lugar donde se perpetuó el silencio. Por esa razón, el alto mando japonés envió una misión de reconocimiento para informar sobre lo acontecido. Después de tres horas de vuelo, los enviados no podían creer lo que veían, ya que Hiroshima estaba devastada y rodeada de fuego y humo. En Nagasaki, exactamente el 9 de agosto, se repite esta terrible tragedia. El bombardero B-29, “Bock’s Car”, lanzó sobre esa ciudad industrial a "Fat boy", una bomba de plutonio con la capacidad de liberar el doble de energía que la bomba de uranio. Cinco días después, los japoneses se rindieron incondicionalmente ante las fuerzas aliadas. Con ello, la Segunda Guerra Mundial, que empezó en 1939, se dio por terminada. Las explosiones en estas dos ciudades no fueron iguales, ya que la situación geográfica de cada lugar influyó sobre el grado de destrucción. En Hiroshima, las olas de fuego y radiación se expandieron más rápidamente y a mayor distancia que en Nagasaki, cuya geografía es montañosa y ayudó a contener la expansión de la destrucción. Dos kilómetros a la redonda de donde explotaron las bombas, la catástrofe fue absoluta. Olas de fuego y calor calcinaron y mataron instantáneamente a todos los seres humanos, plantas y animales. Todas las edificaciones desaparecieron, ya que hasta se quemaron las estructuras de acero de los edificios de concreto. Las ondas expansivas de la explosión hicieron estallar vidrios de ventanas situadas incluso a 8 kilómetros del lugar de la explosión. La gran mayoría de los habitantes de las dos ciudades niponas estuvieron expuestos a la lluvia radioactiva. Las consecuencias de esta exposición sobre sus cuerpos no fueron perceptibles de inmediato; en muchos casos pasaron días, meses y hasta años antes de que se manifestaran los síntomas del daño. A esto se sumó la parálisis, efecto psicológico inmediato que surgió tras la destrucción, lo que hizo que la población entre en una especie de inacción. Los sobrevivientes sufrieron grandes quemaduras y la mayoría murió a causa de la radiación tiempo después. De 1945 hasta la fecha se han realizado varios intentos para conseguir la erradicación de armas nucleares, pero hasta la actualidad no se ha establecido un acuerdo real, a nivel global, de desarme que haya sido suscrito por todas las potencias nucleares.

 

"Traté unos 6.000 pacientes, quizás 10.000. Después de eso no quise continuar mi carrera como doctor. Todas las personas que vi murieron, una tras otra. No hubo nadie a quien pudiera salvar", dijo Shuntaro Hida, en Hiroshima.

 

Hoy Hiroshima y Nagasaki son importantes ciudades industriales y comerciales. Ambas tienen plazas y museos donde se rinde homenaje a las víctimas.

 

Los hibakushas que aún viven rondan los 80 años. Algunos se convirtieron en activistas en contra de la proliferación de armas nucleares y compartieron sus historias como una manera de recordar los horrores de la guerra. La devastación que causaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki desataron, hasta hoy, un intenso debate sobre si fue necesario un ataque de tal envergadura sobre la población civil. No fue necesario. Nada logró nunca justificarlo. Son retrocesos brutales de la humanidad, en cuatro patas.

 

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