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La historia oficial

¿Qué reclaman los trabajadores de cine argentino y cómo se financia una de las industrias culturales más rentables del país?

Por redacción
| 25 de abril de 2022

Por: César Albarracín

 

 

Con pocas jornadas de diferencia, el cine nacional vivió días agitados en el plano artístico y en el administrativo.  Por un lado, con pésimas críticas y muy buena respuesta del público se estrenó en Netflix “Granizo”, de Marcos Carnevale, que muestra el retorno de Guillermo Francella a los personajes estereotipados. Por el otro, hartos de años de desmanejo y promesas incumplidas, estudiantes de cine y trabajadores independientes se agolparon en las puertas del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales para exigir la renuncia de Luis Puenzo, ganador del Oscar por "La historia oficial", y el peor presidente que tuvo la institución.

 

Esta ambivalencia en el sector ha servido para el oportunismo opinológico político y mediático. Opinaron sobre el tema desde el diputado José Luis Espert a Baby Etchecopar, pasando por la mayoría de los periodistas de los noticieros nacionales. Pero la realidad es que la mayoría de quienes opinaron no tienen la menor idea de la situación real y se quedaron en la denuncia de algunos actos de corrupción de años atrás y la vinculación de muchos artistas con el kirchnerismo para justificar que los fondos del cine se han utilizado mal.

 

¿Cómo se llegó a esta situación? Para el público común, que viene recibiendo información anticine nacional desde la era macrista, es difícil entender que los famosos “subsidios del cine” no vienen de las arcas del gobierno, sino que, junto a los fondos que también sostienen al teatro, la música y las bibliotecas populares, se autofinancian del impuesto que abonan los canales y sistemas de televisión al Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom). En el caso particular del cine, también de un porcentaje de las entradas que se pagan en el cine por cualquier película que se proyecte en territorio nacional. Después, ese dinero retorna a la calle en el movimiento económico que genera cada producción cinematográfica entre sueldos, alquileres, pagos de proveedores, comida, alojamiento y todo lo necesario para hacer una película. 

 

Hasta ahora eso venía funcionando. Mal, pero funcionaba. Sin embargo, no pocos gobiernos han querido hacerse con ese fondo y alguno ha pensado también negociar con los grandes medios para que dejen de pagar ese impuesto a cambio de vaya a saber qué favor. La única limitación que han tenido, es la Ley de Cine.  

 

Entonces llegó la reforma tributaria de Mauricio Macri que se aprobó en el Congreso en 2017 y que quitaría esos fondos en diciembre de 2022. Con la nueva legislación, esos fondos irían a las arcas generales del gobierno nacional, le quitarían autarquía a la producción y pasaría a depender la cultura de la voluntad del gobierno de turno.  

 

Es el cine el que está dando la pelea más mediática, pero esos fondos financian también al teatro, a la música y a las bibliotecas populares. Toda la industria esperaba que Puenzo se pusiera al frente de la causa para mantener la autarquía del cine. Pero no solo no lo hizo, sino que se enfrascó en preparar una nueva ley de cine en la que se olvidó de cosas tan importantes como generar planes que sostengan la industria en pandemia, planes para el interior o cosas más sencillas como ir a trabajar o atender el teléfono.  

 

Otras de las cosas que dejó de lado el exencargado de la institución fue la de convocar a los otros órganos de cogobierno del Incaa, que representan a la totalidad del país, mientras creaba un plan que beneficiaba a las grandes productoras, esas que pueden subir sus películas a Netflix, una de las plataformas que no pagan gravámenes para el fondo de fomento. Los más memoriosos de la política global recordarán a Donald Trump amenazando a Francia y al presidente Macrón con bloqueos económicos cuando hicieron el intento de colocar impuestos sobre las plataformas norteamericanas. 

 

Los sectores trabajadores, las agrupaciones independientes, los órganos de cogobierno comenzaron a quejarse cada vez más fuerte, pero no sirvió. Puenzo estaba empeñado en generar un cine para ricos, para productoras grandes. Parecía olvidar que una de las razones por las cuales el cine argentino no crece es porque la mayor parte de las pantallas del país no son nacionales y no cumplen la cuota de pantalla puesta por ley. Sí, hay una obligación de pasar cierta cantidad de películas argentinas, pero no se cumple. Por cumplir cuota de pantalla, el cine de India, China, Japón, Egipto, Nigeria es más poderoso que el cine norteamericano y obviamente más que el nacional, que posee un gran prestigio en los festivales de todo el mundo. Para quienes no lo saben, muchos europeos aprenden cine en Argentina.

 

Los cineastas, acosados por la falta de trabajo (no la falta de subsidio, sino de producción), salieron a la calle. Puenzo no dio la cara y la Policía de la Ciudad de Buenos Aires reprimió. Tuvo que ir el mismo Tristán Bauer, ministro de Cultura de la Nación y también director de cine, a frenar la represión y exigir la liberación de los arrestados. Se le pidió la renuncia a Puenzo. No la quiso entregar. El Presidente de la Nación tuvo que sacarlo por decreto.

 

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