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Etimólogo de la curiosidad

El historiador, docente y escritor habló sobre el origen de su pasión por la génesis de las palabras y el lunfardo, un estilo de hablar que, según él, no morirá nunca.

Por Astrid Moreno
| 09 de noviembre de 2022

Deseoso de saberlo todo, o el significado de todo, Charlie López, el Stephen Hawking de la lingüística, en vez de estudiar los agujeros negros analiza e investiga los huecos en la etimología de las palabras y frases que rondan los oídos, pero escasean en papel. Para él son una prueba latente de que la tradición oral no morirá nunca.

 

—¿Cómo nació el interés por el significado de las palabras?
—Hace muchos años comencé a reparar en el sonido que tenían las palabras y, en consecuencia, me llaman la atención. Ya de adolescente, pensaba por qué el lugar donde guardábamos cosas se llamaba armario y razonaba que ahí, a lo mejor, debieron guardar las armas. Y, esencialmente, así era. Luego, empecé a pensar en palabras muy simples como desayunar. Después me enteré de que es porque al dormir hacemos una suerte de ayuno y luego uno des-ayuna a la mañana. En inglés, la palabra significa lo mismo: breakfast. Fue así como salió mi primer libro.

 

—¿En qué momento se transformó en una práctica más formal?
—Para mí siempre el tema de las palabras, los orígenes y los dichos fue como un hobby. Después empecé con otro tipo de material como las novelas y los policiales, y me maravillaba, por decir algo, al descubrir cosas y ciertas palabras que habían derivado de apellidos. Por ejemplo, me pareció tan interesante que la palabra “croto” viniera del apellido de un gobernador de la provincia de Buenos Aires que ejerció entre 1918 y 1921. Había establecido que los peones golondrinas que viajaban a levantar las cosechas, a partir de su gestión, no pagarían boleto de ferrocarril, entonces cuando les pedían el boleto ellos decían "yo viajo por croto”, es decir, por el decreto del gobernador José Camilo Crotto (que se escribía con doble t). Esa gente generalmente estaba mal trajeada. Eran trabajadores y muchas veces se acomodaban en vagones de carga. Ahí, usando la palabra, adquiere el significado que ahora conocemos. Como este hubo muchos otros. Me empecé a fascinar con todo esto y en un momento determinado, con un atrevimiento de mi parte, me ofrecí a ir a Radio Rivadavia para hacer un pequeño segmento. Al principio, en la radio me llamaron para hablar de las palabras en inglés que se habían popularizado: hablar de los anglicismos. Empecé a probar dando un tipo de información sobre el origen de palabras españolas y del castellano, y a la gente le empezó a gustar. Tuve más intervenciones en el programa y me ofrecieron publicar el primer libro, “Detrás de las palabras”, en 1993. Tuvo mucho éxito, me sorprendió mucho, se vendió a la semana y fue ahí cuando me entusiasmé todavía más.

 

—¿Pudiste determinar cuál es el origen del lunfardo? 
—Se generó a través de la inmigración. A fines del siglo XIX y principios del XX, se empiezan a usar palabras informales y muchas de ellas surgen de la castellanización de términos extranjeros y que los decíamos como los escuchábamos, por eso laburo viene del italiano, por decir alguna, y tantas otras que salieron surgieron de una transformación y una suerte de evolución. El lunfardo viene de las clases menos preparadas y de las menos cultas, pero hoy atraviesa a toda la sociedad, porque hablar de laburo o decir que algo es trucho o palabras que están como condenadas, pero quizás deberían estar aceptadas, como flojo, son modismos que nos atraviesan a todos; nadie las esquiva. 

 

 

"El lenguaje dice un montón de nosotros; de la familia, de las creencias y la religión de las personas"

 

 

—Mantenemos dichos que ya no tienen relación con nuestros días. ¿Qué tan importante es la historia del lenguaje en una sociedad?
—Justamente mi último libro se llama “Somos lo que decimos” porque, en realidad, creo que somos lo que pensamos, pero lo que decimos es muy importante, porque muchas veces queremos decir una cosa delimitada y de pronto terminamos dando mucha más información de la que pensábamos. Si una persona dice “en el trabajo me querían cambiar a otra sección y tuve que hacer pata ancha”, quiere decir ponerse firme, como hacían los gauchos en los duelos. Apoyaban bien los pies para no perder el equilibrio y ser reducidos por el oponente; tiene una extracción a lo mejor con ancestros que hablaban cosas de campo o con el Martín Fierro. Mientras que si encuentro a otro que dice “tengo que hacer un mea culpa o un relevo de pruebas”, me dice mucho de la extracción, de la familia, de las creencias y religión de las personas. El lenguaje dice un montón de nosotros y además es importante porque casi todos los dichos se han transmitido por vía oral; es raro encontrarlos en documentos escritos. Eso significa que el origen se perdió pero que la frase quedó, porque el dicho, en pocas palabras, permite de forma abreviada clarificarles a los demás cosas que llevarían más tiempo explicar. Cuando alguien dice “zapatero a tus zapatos” le está diciendo "vos dedicate a lo que sabés, que yo me encargo de lo mío"; o “al que quiera celeste que le cueste”, es como si vos fueras a un restaurante caro que lo sugeriste vos y luego te quejaras de la cuenta. 

 

—Que sea de carácter oral lleva inevitablemente a los vínculos con nuestros antepasados…
—Está bueno entender por fin por qué papá o la abuela decían lo que decían y le da mucha alegría a la gente, porque lo lleva a una época de su vida. Por ejemplo, si la abuela decía “qué plato” para hablar de algo gracioso y hoy nos enteramos que era una expresión que usaba Carlitos Balá y como remate porque estaba auspiciado por un bazar que se llamaba El Emporio de la Loza, entonces, como forma de promoción, usaba eso y quedó como sinónimo de algo divertido.

 

—¿Cómo es el proceso de investigación hasta llegar a la génesis?
—No hay demasiada bibliografía seria sobre este tema. A veces agarro una punta y empiezo a investigar, voy a las enciclopedias. Hay cosas que aparecen de forma muy simple. En 1880, había un conde inglés que tenía tierras en Irlanda y como no tenía tiempo de arrendarlas contrató a un oficial retirado del Ejército para que le cobrara a la gente que trabajaba la tierra. Era una época de escasez, la gente no podía pagar y el enviado les dice que no solo desalojará a los que no paguen, sino que va a elevar los arriendos. Los campesinos se unieron y tomaron medidas contra el capitán. No permitían que el personal fuera a su casa, le rompieron los cercos de su granja, no lo atendían en los locales del lugar, lo sometieron a muestras de desprecio en la vía pública y, de alguna manera, lo aislaron hasta que tuvo que volver a Londres. Hasta ahí es una historia cualquiera, salvo que este hombre, con su apellido y lo que le pasó, dio origen a una palabra que va en todos los idiomas, Charles Cunningham Boycott. De él nació la palabra boicot. 

 

—Debe ser trabajoso investigar todo eso...
—Hubo cosas muy simples que no me llevaron mucho trabajo, pero son cosas en las que uno generalmente no repara. Por ejemplo: un pordiosero es una persona que generalmente pedía por Dios para poder conseguir dádivas de la gente. También está buena la expresión “andá a cantarle a Gardel”: en esa hice una investigación bastante profunda. Es una forma de bajarles los humos a los engreídos y a los presumidos; uno puede ir a cantar a cualquier parte, pero no a Gardel. Cuando murió en un accidente aéreo en Medellín se le construyó un mausoleo en el cementerio de Chacarita y se hizo el velatorio en el Luna Park, uno de los más concurridos de la historia argentina. Tiempo después, los cantantes comenzaron a ir a su mausoleo para cantarle y tener suerte en su carrera.

 

—¿Hay algún dicho o frase del que no encontró el origen?
—Sí, montones. Generalmente los abandono. No sabría decir cuál, porque son muchos. A veces aparecen expresiones que me manda la gente. Algunos me mandan el supuesto origen también, pero cuando busco y no encuentro nada serio, lo descarto. Hay mucha etimología popular con esas historias que nosotros queremos que hayan ocurrido, porque son lindas, románticas y coloridas, pero cuando vamos a la historia a veces no es así. La palabra cesárea, por ejemplo, se dijo durante mucho tiempo que estaba relacionada con el dictador romano Julio César, quien habría sido el primero en nacer de esta manera. Pero investigué y comprobé que no es así: cesárea existía en la antigua Roma, pero solamente se les podía practicar a las mujeres moribundas o recientemente muertas con el único objetivo de salvar a la criatura. Ese no fue el caso de Julio César, cuya madre siguió viviendo varios años después de que nació. Simplemente viene de un verbo latino, secare, que no es otra cosa que cortar. 

 

—¿Tiene algún dicho preferido?
—Los que a mí me gusta contar son varios. “Pipí cucú”, para referirse a todo lo glamoroso, se popularizó en 1974 cuando era campeón mundial de boxeo Carlos Monzón y viajó a Francia a recibir una plaqueta como mejor deportista del año. Se la iba a dar el alcalde de París. Monzón fue con su entrenador y el dueño del Luna Park. Era un buen boxeador pero no un buen orador. En consecuencia, lo que le dijeron es “Carlos, usted recibirá una plaqueta, la tiene que mostrar al público y se la tiene que agradecer en francés", pero, como no le salía decir merci beaucoup, cuando llegó el momento dijo “pipí cucú”. Finalmente, Alberto Olmedo refundó la frase a nivel masivo a través de los programas de televisión. Me parece gracioso y muy interesante contar también que la expresión “agarrate, Catalina” tiene que ver con una trapecista que trabajó en Buenos Aires en la década del 40 cuya madre y abuela habían muerto en accidentes en trapecios, y cuando se presentaban había gente que sabía de su tragedia familiar y le gritaba “agarrate, Catalina”. Luego, había un jockey uruguayo, Irineo Leguizamo, quien de alguna manera la popularizó aún más porque montaba una yegua llamada “Catalina”, a la que le decía “agarrate, Catalina, que vamos a galopar”. Son frases antiquísimas que están dando vueltas hace décadas y algunas no van a morir nunca.
 

 

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